Antología
   Cuentos, poesías y otros de por aquí
 


Eliana Roiger - Lágimas de mujer


Por Horacio Aranda

El placer de los dioses

-¿Y Rosendo, como anduvo la cosa? - preguntó el patrón.
-Sencillo Don José, el hombre no era tan duro como pintaba. Miguel era guapo de verdad, no le tenía miedo a nada ni a nadie. Le gustaba el juego, las mujeres y el alcohol. A los dos primeros los trataba con cuidado, casi con respeto, el tercero lo trataba mal a él, lo hacía pendenciero y temerario.
Una noche de agosto, después de bajarse una botella de ginebra, volvía pa´ las casas en la volanta, las riendas atadas, siguiendo una senda mil veces transitada. No era necesario hablar, cuando el caballo sentía movimientos en el carro sabía para donde ir. Después de media hora de trote se encuentran frente a la tranquera de "LA MIMOSA ". Miguel no tiene necesidad de bajar, una voz melosa y excitante lo llama por su nombre. Siempre trató de evitarla, sabía que Nené era la fruta prohibida, ni siquiera la podía nombrar. El, que a los veinticinco años había gozado con todas las chicas del prostíbulo y con muchas que se las daban de señoras, sabía que había una inalcanzable, la francesa, la mujer de Don José o Nené a secas. Esa noche, esa voz nasal que lo cautivaba tenía forma de mujer. No era necesario explayarse, ella se arrojó en sus brazos, le contó que Don José había viajado y que los peones dormían. En la oscuridad de la noche, solo se escuchaba el aliento propio y alguna lechuza agorera. No fue romántico, en esa época sólo se conocían algunas novelas accesibles a quienes leían, que eran pocos. Fue un contacto animal donde dos seres fueron devorados por las llamas del deseo. Las noches siguientes cambiaron el escenario, pero no la obra. Una semana después regresó Don José. Apenas se cruzó con Nené le desfiguró el rostro de un talerazo, no preguntó, no tenía necesidad que le dijeran cuando ni con quien: Don José había arrojado la taba. A la mañana llamó al Rosendo y le dijo:
-Sabés que tenés que hacer, a esta guacha le perdono la vida porque todavía me sirve.
-Miguel, vamos a buscar unos terneros que se piantaron para el lao de la laguna.
-Ya voy Rosendo, agarro el poncho y vamos, contestó Miguel.
-No creo que sea necesario, pero si tenés frío, llevalo.
Subió cada uno a su caballo y a la hora de trote largo llegaron a la laguna.
-Rosendo por aca no se ve ningún ternero.
-Lo estás viendo, contestó el capataz…y sin agregar palabra le disparó al pecho. - El cuerpo de Miguel se desplazó lentamente de su silla, hundiendo la cara en el barro de la laguna. Rosendo agarró las riendas del otro caballo y atándolas a la grupa emprendió el regreso. Excepto Don José, nadie preguntó nada. Solamente los ojos de Nené demostraban pesar. El sol comienza a descender, dos sombras alargadas caminan bordeando la laguna con sus caballos a la rastra; son nutrieros recogiendo las nutrias aprisionadas en las trampas. El vuelo de los caranchos les llama la atención, el día anterior no había ninguna osamenta en ese lugar, la curiosidad puede más que la prudencia y el día del juicio final, para Miguel, tiene fecha de postergación. Perdió mucha sangre, pero el balazo de bajo calibre, no afectó órganos vitales. La bala entró en el pecho, fisuró una costilla y en su recorrido se alojó en los músculos de la espalda. El cuerpo de Miguel es colocado a través en el recado y trasladado a una choza de adobe. Se debate entre la vida y la muerte, pero su juventud permite burlar a la guadaña.
Los nutrieros son gente tan primitiva como los troperos, apenas dialogan entre ellos, les basta con tener sus mínimas necesidades satisfechas: un plato de comida en la mesa, una bebida fuerte los fines de semana y una chinita en la cama, la venta de los cueros alcanzaba para eso. Al mes los nutrieros eran tres, Miguel con la barba crecida, las crenchas escapando del chambergo y unos kilos de más era un verdadero desconocido para sus antiguos compañeros de "LA MIMOSA ". Varias veces se cruzó con ellos en el boliche, nadie lo reconoció y menos Rosendo quien suponía que los caranchos y chimangos habían pulido los huesos del difunto. Miguel no olvida, han pasado seis meses y es una historia lejana y difusa, tal vez Nené sea la única persona que lo recuerda. Apenas pudo montar, compró un zaino oscuro y cuando terminaba la recorrida por las tramperas enfilaba para la estancia. Día tras día estudia los movimientos; todos los jueves a media tarde, el hombre de confianza, el Rosendo con su chambergo sobre los ojos, ropa y barba oscuros como la noche, recibe una lista de compras. Un sulky con toldo lo trae y lo lleva, al regresar es Don José quien lo recibe; todos los jueves el mismo programa.
Una tarde de marzo, un jueves precisamente, va Rosendo conduciendo el sulky, un nutriero caminando en medio de la nada, le hace señas que lo lleve. Rosendo se detiene y le indica que suba atrás. Cien metros mas adelante un puñal atraviesa la camisa descolorida del capataz, que se desparrama en el asiento sin proferir un quejido. Un empujón y el cuerpo cae en el descampado no sin antes donar a Miguel revólver y chambergo. Miguel conocía de memoria la rutina. La tranquera abierta y en el medio del patio los brazos abiertos saludando al recién llegado, fue la última manifestación de vida de Don José.
-¿Abuelo como conoció esa historia?
-¿Se acuerdan de la abuela? Ella era la Nené.

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Por Anahí Blanes Duarte

La atadura de seda

Un suave movimiento influido por el viento juega con tu cabello, tienes los ojos brillosos inundados por las caras expectantes. Cambias de posición en forma vertiginosa, desatas los lazos de tus muñecas y los enredas en torno a la cintura. Una última mirada, caes al vacío…tu vida pende de un hilo. Estoy a la derecha, te miro y me miras dices: "todo está bien". Sonríes al público que aplaude con asombro, aunque los latidos de mi corazón podrían componer claramente un soneto. Meciéndote entre la seda, luces como siempre... con la cara pálida entre polvos brillantes y pintura azul. Te recibo desde abajo, caes en mis brazos frágil y suave. Consigo retenerte más de la cuenta. Los pequeños pies tocan el piso, extiendes el brazo entregas tu arte así como la vida, solo por aquellas risas y aplausos. A veces los envidio, nunca te podré hacer tan feliz. Las cuerdas de seda todavía se mecen sin su dueña.
Las luces están apagadas, la función dio su fin. Busco tu sombra entre los camerinos sin encontrar nada. Vuelvo al escenario, a oscuras las telas todavía cuelgan del techo, me cuesta diferenciarte, pues, a veces, pareces parte de ellas. Das la vuelta, ya sin maquillaje. La ilustre artista ha quedado colgando en sus hilos. Con torpeza indigna de ti consigues pararte frente a mí. En un golpe brusco me abrazas, con lentitud te rodeo, desesperado por las tiernas gotas que derraman tus ojos.
-Oí como se rasgaba la tela…Tuve miedo - susurras.
La diestra acróbata, imperturbable con una sonrisa ante el público, tiembla, me observa con lágrimas en los ojos. Asoman tus temores, me dejas sostenerte con una seda irrompible. Eres una mujer a quien puedo proteger.

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Por Marcelo Berón

La decisión

Despertó esa mañana rodeado de todo lo que había logrado. El decorado de la habitación hermoso, sencillo, con toques suntuosos. La luz acariciaba desde la ventana lentamente. A su lado la mujer que amaba y que lo amaba. Inmóvil recorrió la casa. El cuarto de los niños. Los miró pensándolos dulces, en sueños, bellos, sanos, llenos de paz. Subió las escaleras, su perra entregada a la modorra matinal, su tierra y las plantas. Su imaginación imparable, los amigos y sus anhelos.
Había comprado, no sabe cuándo, la certeza de que así debía ser todo para la felicidad soñada, la prosperidad, y con eso seguridad. Éxito. Fuerza era Fe, que también había adquirido sistemáticamente estudiando, siempre forzándose para ser mejor.
Alguna vez le dijeron irónicamente si pretendía ser Superman. ¿Cómo hacer para controlar todo siempre?… recordó con la misma ironía el dejarse fluir. Las cosas son tal como son. A fuerza de fuerza el podía cambiarlas, ya no tenia ganas de controlar, no quería ser Superman. Comenzó a reír en silencio. Dejarse fluir era un eco interminable dentro de su cabeza, ¿dejarse fluir?, en relación a sus jefes, con el carácter de los demás, con las cuentas, con lo que se necesita en una sociedad como ésta para ser, para estar… Dejarse fluir en relación con sus suegros, los parientes de sangre (sin sangre), la contaminación. Las leyes, las religiones... miserias humanas. Dejarse fluir. Más pensaba y más reía imaginando situaciones. Su vida como una película y eso de ser un hombre de bien. Sentir esa mañana que si no sentía se perdía todo, desaparecía todo. En realidad tanto parecía nada .Se levantó, en su andar fue al baño, a la cocina, en una mis - escena rutinaria, miraba sin ver, como si fuese la última vez. Su pensamiento pesado, denso, no ayudaba. Sin placer, sólo el esfuerzo en búsqueda de palabras, miradas y hechos para persuadir a todos por amor a ir en una misma dirección. Se sintió cansado, no deseaba hacerlo más. No había fuerza para tener fuerza, en la cocina tomó la decisión. Vivir era otra cosa…
No se abrieron los cielos, no cayó ninguna luz sobre él. No escuchó voces. No hubo revelaciones, ni milagro. Solo se escuchó a sí mismo. No se reprimió, conocería quién era, lo qué quería. Dejarse fluir... rió a carcajadas, no le importó ser escuchado... Dejarse fluir. Se dio cuenta de que su fuerza siempre fue para aprender a ser, y nunca había sido. Se había perdido entre reglas y formas... Dejarse fluir sin la trampa de hacerlo por los demás. Mirarse en verdad. En paz. Encontrarse para aceptar y cambiar para que todo cambie. Tener que controlar es una forma de violencia. Sereno y exultante tomó la decisión. Sintió que el que lucha con amor es quien gana la batalla y comenzó a amarse sin egoísmo.

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Por Graciela Busto

Evornet, ciudad mariposa

En Evornet, ciudad de las mariposas, viven ellas: las Evornitas mitad mujer y mitad mariposas.
Son pequeñas, con cabelleras largas, brazos que despliegan junto con sus alas. Su cuerpo es símil a la de las mariposas, pero tienen piernas que les permiten acortar sus vuelos...
Su reinado se formó hace muchos años por designio del hada del bosque...
Sucedió que cierto día cuando el príncipe Evor llegó a aquel bosque, quedó embelesado por el canto de la princesa mariposa Net, estos sonidos extraños embrujaron al príncipe Evor que jamás volvió a su reinado.
Net, unió su amor con Evor y fundaron Evornet. Claro su vida no era igual a la de los humanos, ella era más que una simple mariposa...
Luego de su unión Net, colocó muchos huevos de tamaño gigante. El esfuerzo fue grande y envejeció raudamente. Al verse reflejada en el lago quedó asustada y desapareció misteriosamente.
El príncipe debió custodiar a las crías que por metamorfosis, se convirtieron en crisálidas y con el tiempo en espléndidas Evornitas a quienes el príncipe llamó Netis. Tenían el cuerpo esbelto de mujeres hermosas y alas con brazos para volar. Pasaban la noche acurrucadas dentro de los capullos de las flores y se desplazaban velozmente. Las gotas del rocío las alimentaban, cuando crecieron conocieron su historia de amor.
Ellas continuaron su nueva vida, estaban organizadas para el trabajo: las más pequeñas acarreaban agua de rocío y flores. Las más brillantes y coloridas formaban un cortejo que danzaban y alegraban el palacio de su padre.
Surgieron rivalidades en su especie. Cierto día las más deslucidas querían igualdad con sus hermanas del palacio...
El rey Evor comprendió su inutilidad en la crianza de sus hijas y no sabía cuánto tiempo de vida ellas tendrían...
Por las noches lloraba y pensaba en su esposa Net, ya desaparecida. La llamaba en sueños.
Hasta que cierto día envuelto por velo negro Net llegó a la presencia de su marido, le dijo con voz tierna: "Me ha dicho el hada del bosque, que debes abandonar el reinado para que volvamos a ser las de antes."
Esa noche con tristeza Evor cumplió y abandonó Evornet para siempre.
Al día siguiente Net, se presentó a sus hijas y les dirigió la palabra, sacándose el velo les dijo: "Poco es el tiempo que nos queda a todas. ¡Esto es el producto de mis sortilegios, yo embelesé a Evor vuestro padre! y ustedes, Netis, son el producto de nuestro amor! También al igual que yo están envejeciendo. ¡Nuestro tiempo es efímero, no he respetado al hada del bosque!". Todas conmocionadas se unieron con la madre en un abrazo y así permanecieron juntas esperando desaparecer en breve tiempo.
Una voz se escuchó:
"Soy el hada del bosque y deseo respetar sus vidas ¡confíen en mí, repartiré dones para que ayuden a la naturaleza!
¡Tú, reina Net, protegerás a los pájaros y animales del bosque, cuidarás sus nidos y la represa de los castores!
¡Ustedes Netis se levantarán al alba y verán que las plantas tengan suficiente agua para dar flores y frutos!
¡Así Evornitas alegrarán el bosque como simples mariposas durante el día!, pero tendrán que mantenerse alejadas de los humanos.
Al llegar la noche serán jóvenes mitad mariposa y mitad mujer, cantarán bellas canciones. Así les daré vida eterna, cumpliendo mi promesa; pero sepan que ¡no quiero más mutaciones en su especie! ¡Debemos respetar la naturaleza y su bosque! "
Desde ese día surgió Evornet, ciudad de las mariposas, donde viven ellas las Evornitas: mitad mariposas y mitad mujer por designio y sortilegio del hada del bosque...

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Por Luis Elorriaga

El Tiempo

Hubo un tiempo de colores, un tiempo de amaneceres y una luz tenue pero firme que mostraba el firmamento. Aquel día, retoño todavía, estaba signado para lo importante. Cuando algo nace se manifiesta la alegría de la CREACIÓN con mayúscula. El desarrollo posterior auspicioso por momentos doloroso en otros, se consumó despacio pero ineludiblemente. Surgió el verde de las plazas, el canto de los pájaros y el crepúsculo le ponía fin al día con el marco celeste del cielo que se diluía.
Entretanto la pasión surgía desbordada por la ambición de amar y ser amado aunque más no fuere por un segundo. ¡A qué velocidad latía el corazón!
Así fue transcurriendo el tiempo, agregándose la suma y la resta de las circunstancias vividas con distinto sabor en cada encuentro. Es hermoso sentirse plenamente satisfecho aunque no es fácil perdurar en esta situación. La satisfacción de haber logrado algo, haber participado en la creación de un afecto, una estima, un amor.
Cuando la noche alcanza su plenitud rememoramos aquellos logros y soñamos con ellos en la seguridad de saber que no son propios sino compartidos. El tiempo pasa y se consume y crecen las luces y las sombras que ahuyentan el equilibrio de la sensatez, la valentía de asumir lo que se quiere.
Y el tiempo termina, se acaba y con él se acaban las palabras y los gestos, desaparece la dulzura y la sonrisa de los labios y se instala cerca, muy cerca de la melancolía de la luna. La razón triunfa una vez más, el corazón triste y vencido grita sin ser escuchado. La fuerza de los hechos así lo propone y acaba con el sueño del encuentro posible.
Renacerá nuevamente, como en las estaciones, el afán de vivir enamorado de la vida, del aroma de una rosa, de los ojos de alguien que nos mira, pese a que un recuerdo, tal vez imborrable, permanezca dentro de nosotros.

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Por Víctor Del Duca

Belén

Jamás supe porqué Belén besó el espejo. Ni porqué alojó en ese elemento su más triste evocación.
No logro comprender porqué tomó el camino de Emaús . Tan lejano, tan desierto. Aquella tarde Belén brilló con el brillo que brillan los fuegos colosales. Un esmalte apenas. Una perversión. Fue el orgullo de aquel espejo quien dictaminó su partida y no el sello bermejo de sus tímidos labios. Porque el espejo del baño de Constitución asimiló su impronta. Lejos de adjetivar su filantropía Belén bebe de la sangre crepuscular del fiel Cerbero. El eje de su literatura estalla en el marco de aquel espejo. Sucio, melancólico.
Es ahora cuando Belén arriba al fragmento más cruel de su elíptica arrogancia. Ya sin lágrimas en los ojos acude al cimiento de la desolación. Es el consuelo. Es la beligerancia de tantos nombres echados al olvido. Es que Belén solapa su proyección desde su proyección anulando heridas.
Ante la memoria del fatídico subsuelo Belén escapa. Belén contribuye al aislamiento. Belén seduce desde su prisión inaugurando el caos. Porque una sonrisa asoma su nariz abroquelando incendios. Soy Dios o quien la recuerda jugar con las palomas. Su semblante cambia. Poco a poco troca de lívido a rosado. Un gemido. Una brisa. Belén descubre el dulce sabor de lo puro y lo esencial. Amasijada por el amor que agita sueños Belén accede a la cima de lo inaudito. A ese páramo de supuesta libertad. Una ventisca de dulce acero propone al desorden naufragar lejos.
Es aquí, en este punto, donde Belén induce al albedrío. Al dilema de la gloria. Un atroz peregrinar la conduce a la plaza de Mayo, al origen de sus ancestros. Hija de un perdón irreparable Belén accede al karma de la sumisión. Comienza por olvidarlo todo y acaba por recordar, con rigurosa exactitud, cada informe. Camina en círculos. Se deja llevar. Es feliz, probablemente lo sea. Diezmada por un babel elemental Belén avanza casilleros. Un opaco cielo rompe en direcciones en el preciso instante de su física derrota. Pero no. Su alegría va en aumento. Deja de caminar en círculos para correr. Deja de correr para brincar a toda prisa. Partículas de arroz diseminadas en su palma son el exordio. Un lúdico fragor de escenas es el desenlace. Belén no quiere saber lo que su corazón sospecha. Un balsámico rito hormiguea en su vientre ¿Cómo detenerla? ¿cómo equilibrar su placidez? El arroz deja de ser unidad para cohabitar en masa. Belén violentamente lo arroja a las palomas que asustadas echan a volar. Belén no quiere nada o casi nada. Belén quiere muy poco. Sólo exige a las palomas que sean su mínima existencia. Que erradiquen su blancura desde la celda en que fueron concebidas. Si, Belén quiere muy poco.
Como un bumerang carnal Belén retorna a su derrotero. Es la flor de la adormidera. El sepulcro de quien no nace. Porque es ahora una eterna risotada la que acude al llanto. Porque no hay espacio para lo analítico, ni para lo serial. Solo hay espacio para Belén, solo para ella.
Belén trastabilla con una piedra y su eterna morfología cae de bruces al suelo. Es ese el instante en el que la dicha muda de apariencia. Porque los músculos de su cara logran crisparse. Su sien da con un banco de granito y un peso muerto sacude la arena de la plaza de Mayo. Un grito sordo conmueve a las miles de palomas que abandonan el vuelo. Nadie lo nota. Nadie lo advierte. Aturdida por el dolor Belén logra incorporarse a medias. Su rostro bañado en lágrimas confunde el paradero de dicho estado.
Jamás supe porqué Belén besó aquel espejo. Ni porqué alojó en aquel elemento su más triste evocación. Solo sé que ahora una gota de sangre rueda por su mejilla y cae al suelo hincándose en la arena como un soberbio puñal.

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Por Analía Gabriela Spataro

El arcón de Matilde

En la casa de mi abuela Matilde, traído a fines del siglo pasado desde España, un viejo arcón yace en el altillo. Siempre que iba a visitarla, solía jugar con los objetos antiguos que ella guardaba. Un espejo de pie, sombreros de época, vestidos, todo era bello para mí. Me imaginaba paseándome con esas ropas, transitando por las calles del brazo de un caballero con galera y bastón
Mi abuela me decía:
-Camilita, podés jugar con todo lo que hay en el altillo, menos con el arcón, porque es una reliquia familiar, un tesoro muy valioso para mí. Aquel objeto prohibido llamaba mi atención, ¿qué escondía?, ¿por qué no podía jugar con él? Mi curiosidad se encendía. Dormitando por años, envuelto en invisibles secretos, ¿qué aguardaba?, ¿esperaba despertar? No aguanté más. La ansiedad me consumía. Decidí abrirlo, acabar con el misterio. Esperé que mi abuela, tomara su siesta. Me aseguré de que estuviese profundamente dormida. Entré en puntitas de pie a la habitación, abrí el alhajero y retiré la llave. Subí las escaleras con prisa y ahí estaba, esperándome. Lo abrí nerviosa, apurada. Para mi sorpresa ahí dentro; yacían un montón de cartas, fotos antiguas, un pañuelo descolorido por los años, un libro de poesías y en él, una rosa seca. Tomé una de las cartas. "Para Matilde", él se llamaba Manuel. La leí con prisa y quedé maravillada, era una carta de amor. Y a pesar de que mi abuelo no se llamaba Manuel, las acomodé con cuidado y las devolví al arcón. Baje las escaleras rápidamente, dejé la llave en el alhajero. Salí de la habitación y cerré la puerta apenas con un roce. Esbocé una sonrisa, al tiempo que la abuela entre dormida volvía a recomendar: "el arcón es una reliquia", y descubrí que no era necesario ser un rey, bandido, pirata, ó una hechicera… para guardar un tesoro.

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Por Patricia Moltedo

Barros urbanos

- Tac, tac... -El carro marca el camino. -Vamos-una suave voz, y el petiso camina derecho en la media mañana por el silencio citadino.
La suave voz recoge, viste de paisano, boina, bombachas, camisa y pañuelo al cuello. La vecina se acerca y mirándolo a los ojos, le entrega ropa, muebles o utensilios que ya no se utilizan.
Y la voz dice- ¡He encontrado al señor!
La mirada esquiva, la ropa de ciudad, dicen por ahí que siempre anda "calzado"
y con zapatillas para poder correr. Malas compañías que ahogan, como ahoga el desaliento del vicio. Con la pistola apunta y corre.
Y alguna vez cayó y vio y se salvó.
Entonces, corre y apunta. -¡Eah! Le grita sofrenando al caballito. Se detiene y recibe lo que la Urbe le ofrece, con pachorrienta y pasiva lentitud -Tac, tac...
La naranja rodó por la inclinada calle, y rodó, rodó... y rodó... hasta perderse. En realidad, ¿Quién perdió?
El vendedor con su carro siguió su camino a los gritos, invadiendo las casas y fundiéndose en el reverso de las cosas y causas, en el otro horizonte. ¿Alguien sabrá como es? ¿Cuál es mejor? Seguimos todos hacia nuestra antípoda, ¿Es mejor?
A veces, el horizonte tiene destellos dorados, otras lilas. Lilas por el piso como el Jacarandá, que marcó amores primaverales de infiernos fugaces e idealizados. Paraísos imaginarios del otro lado de esa frontera. ¿Cuál es esa frontera?¿Dónde el paraíso? ¿Dónde el infierno?.

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Por Carmen Florentin

Solía por las noches…

Solía por las noches mimetizarse con la oscuridad. Lo buscaba su ama y sólo contestaba "ya voy". Pero su alma había dejado de estar hacía mucho tiempo, entre la alegría de volver a vivir y el sentirse muerto de por vida. Sus pisadas seguían las huellas de aquella noche y su olfato sólo recordaba su perfume. Pensó, "si las estrellas eran las mismas, ¿por qué no está? Es uno quien escribe su propio destino. Ó el destino escribió que me dejaba. De una u otra forma estaba solo, como única compañía aceptaba a aquel grillo que quería imitar a las ranas. Solo, solo se había sentido siempre, haciéndose añicos esa soledad y fortaleza con el soplo de un suspiro de ella.
Cuando todo se transforma en nada hay un punto de inflexión, de quiebre y de tocar fondo. Dependía de él volver a nacer o quedarse en lo hondo. En eso estaba pensando cuando de pronto una voz lo llama. Era la de siempre, la cotidiana, la tranquilidad, lo seguro, pero a esa altura ya no quería razonar sino sentir. Erizando su piel volvió en sí y contestó
"ya voy" "ya voy"…

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Por María Mantovan

No calificamos

Qué imágenes bellas, pasean por la fiesta. Ya pasaron unos meses y parece que fue ayer. Ya tiene quince años. Ah…y él dieciocho.
Mira a su alrededor, aún, sin haber terminado de instalarse a pesar del tiempo transcurrido y encarando el desafío de cambiar la realidad. No es una vida nueva y el sabor perdura sintiendo el desierto acumulado en el camino. El pacto de silencio lo llevó de la mano para jugarse la última carta de un pasado que no lo abandona.
Prolijamente planificado, pasó la gran esperada fiesta. Sólo unas horas para sentirse visitante de ilusiones. Los muros de la fortaleza dejaban andar el tiempo y el desconcierto marcaba el vacío de ausencia de paradero. ¿Es para compensar agravios?
Midiendo todo con el dinero, el gran motor del universo y protagonista de su propio rencor. Perseguido por los saldos que no se solucionan a lo largo del camino, una proyección inversa carga la historia y buscando aprobación descubre que se han quebrantado sus ceremonias de interior.
Una nueva residencia lo espera diariamente, la soledad y su propósito de tocar el viento lo convierten en un sobreviviente de la vida. En el tiempo de las mariposas había lugar para soñar historias de simpleza, así como una estrella, se ve pero no se alcanza.
-Necesito pagar las cuentas, ya no me alcanza, y si tienes más ingresos también me pertenecen, no lo olvides, todo está a mi favor.
-Sí, solo espera las cobranzas, y recién comienza la semana.
La diaria realidad no lo libera de la daga traidora de las flores imperiales. Su larga elección familiar no lo benefició y la ambición se lo tragó a tal punto que cosechó su siembra. ¿Es la justa medida? ¿Huir, alivia el dolor?
¿Habrá algún valle en el que nadie tenga el corazón roto?
En este tiempo trastocado en viento y balanza, un ramo de números lo perturba. La fiesta está cubierta de polvo. No calificamos para familia.

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Por Eva Kapobel

La hoja

Tantas cosas me gustaría plasmar en esta hoja solitaria pero solo se me ocurre preguntarme ¿para qué?, ¿por qué el deseo de escribir? Siento algo muy fuerte en mi corazón que puja por salir y expresarse en estas líneas en blanco. Escribir por ejemplo que solía por las noches, en horas de desvelo, dar alas a mi imaginación sobrevolando paisajes, abriendo cajitas de recuerdos que alimenten mi ilusión, creando instantes de ensueños en mundos quiméricos. Esperarte en las manchas naranjas pintadas por un hermoso atardecer.
Ya ves, contar sobre un papel, que no me dejarán de sorprender, ni los estados caprichosos de los seres, ni la locura de la Madre Naturaleza, con sus reacciones. Días atrás me quedé contemplando un espectáculo danzante que reflejaba mucha agresividad.
El viento, hacía bailar a las hojas de los árboles ¡con tantos giros descontrolados! que pude sentir su locura, estados que puedo reconocer, porque se asemejan a los descontroles que sufren los seres humanos.
Ya ves, cuando soltamos las bestias de nuestros instintos, alimentamos pensamientos de intolerancia y dejamos casi sin vida los más increíbles afectos. ¡Un colchón de hojas sin vida tiradas en el piso!
Ya ves, escribir que podemos andar como ese viento, o esperar a la lluvia que suele aparecer obligándonos a cambiar nuestros planes, ¿te atreves a romper la rutina? ¿Qué sentiremos cuando las gotas de lluvia acaricien nuestra piel?
Ya ves, esta hoja solitaria no está en el piso, sólo espera...

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Por Julia Mansi

El alambrado

Casos inciertos atiendo periódicamente en mi consultorio, pero analizar y ayudar éste especialmente, perturba mi horizonte e inclina el cuadro de mi graduación como sicoanalista. La derivo porque su estado reclama medicamentos, junto al pedido de auxilio de la nena que fue abandonada y necesita un reencuentro, con ella. Entre pitadas puedo conciliar el sueño, por pocas horas.
Historia clínica:
La paciente es una señora depresiva, con miedos, el principal: miedo al miedo. Delira con una familia, para no sentir el peso de la soledad. Ocupa sus espacios con pasadas emociones, tan crueles como su angustiante presente. Su hogar contiene lo básico, lo primordial para vivir. Una pieza con una cama, un baño, allí está ella, rodeada por su pareja y sus siete hijos.

El lugar preferido por Brenda, la más chica, un pedazo de tierra entre las paredes de la vivienda y el alambrado. La falta de cálidos alimentos lo atenúa con esa goma sin sabor, sin color, resquebrajada. Una mirada melancólica habita en los grandes ojos negros, en busca de cálidos brazos, como cuando el sol aprieta al horizonte. Esos brazos perdidos, están anudados a una botella.
-Sabes niña que debes jugar hasta acá -le dice- y nunca debes cruzar este límite. Bueno... hasta acá.
Brenda vive en un gran mundo pequeño, con sueños precisamente, no de princesas porque nunca se lo han contado, ni duendes, sólo atiende a su bebé, un muñeco de tez blanca y ennegrecida como su carita.
La niña rodeada de botellas vacías, ropa tirada por el suelo, cartones apilados, investiga todo lo que la rodea. Tiene ansias de saber. El filo de una lata corta la palma de su manito, sola se cura.
Con la mirada perdida, se levanta y se sujeta la bombachita media caída. Apoya en los alambres su lengua y saborea su lacra.
Brenda, ahora, toca sus dedos manchados con nicotina, un óxido de antaño, le dejó profundas marcas, en su piel. Se mira la cicatriz extrañada, pensativa sale a caminar.
Mira la calle, las personas y a los muchachotes que juegan a la pelota. La angustia resurge y no calla.
-Voy hasta el almacén a comprar un poco de pan -dice.
Unos bracitos la quieren abrazar. Ella dice, no. Sale sin ver las pequeñas lágrimas que ruedan por la mejilla, las mismas caen por la suya, más espesas. Las manitos aprietan el instante y quieren asir esas más grandes que indiferentes se alejan.
La soledad aprieta el pecho, se detiene y lentamente da la vuelta. Hay un alambrado a punto de caerse, años que nadie le da una mano para apuntalarlo. Rodeada de tantos afectos cristalizados.
El chupete, a un ritmo apresurado, cae al otro lado. Pasa el bracito, se estira y una mano mucho más amplia, se lo saca y ella inocente, corre tras él. Llora. Brenda toma el chupete y se lo alcanza a la pequeña, para que no cruce. El dolor asoma, enfrenta la realidad y cicatriza en una nueva piel.
En el consultorio, mis ojos recorren el cuadro que toma su posición, mientras abrazo a la niña.

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Por Sandra Laino

El sueño de mi madre

Las nueve y media, ni muy temprano ni muy tarde. Cepilla el pelo entrecano y tintura lavada, sobre su cara un grosor de crema considerable para que todo resbale, incluso el cariño. Esconde su figura floja en el camisón que gentilmente los años le han permitido conservar en un estado, se podría decir aceptable. El espejo la espanta, igual lo necesita para recordarle que aún es parte de los mortales. Se apresura a terminar con el ritual de cada noche, en segundos está bajo las sábanas frescas, ricas, que Elena cambia cada mañana con el afán de terminar algo y empezar cosas nuevas. Una sensación.
- Mañana será otro día- Esperanza, en un punto y aparte premeditado y reparador acomoda la cabeza en la almohada. Procura parecer dormida. Boca abajo inclinada hacia el costado izquierdo y con la mano derecha cerca de su rostro por si surge algún acercamiento incómodo.
- Ahí viene - Cierra los ojos de un movimiento seco, respira profundo y muy lento como cuando se alcanza el sueño. Es una experta. El agua en la cañería fluye desde el baño hacia las profundidades con los desechos, los de él, los de ella, los de todos. Se oye en la cabecera de la cama como ensayo de una gran orquesta, de la que sólo quedan partituras que ya nadie conoce.
- ¿Estás dormida? - pregunta Juan con la terquedad de alguna vez recoger una respuesta.
Es lo mismo. Sigue. Se desviste pesado, la barriga resbala del calzoncillo gastado, se saca las medias que arrolladas tira al piso como si jugar a las bochas fuese estirpe de hombría.
Se recuesta en la cama y como pieza de rompecabezas su cara encaja en la mullida papada que heredó de sus ancestros. Frota con insistencia su calva, como quien frota la lámpara de Aladino. Enciende la televisión, busca el canal de las noticias y se sumerge en la otra realidad. Elena está segura que no la mira y espía por el ojo derecho, detrás de su mano.
- ¿Quién es este hombre que se acuesta en mi cama como si fuera la suya? Podría gritar que no lo conozco, pero nadie me creería. Podría empujarlo para que se cayera de mi vida o cambiarlo como las sábanas. Odio su respiración de criatura salvaje. Odio su simpleza terrorista. Odio su aliento cargado de años. Odio el sutil sabotaje a mi existencia. Odio su vientre blando contra mi piel. Odio su rostro donde veo pasar mis días. Odio odiarlo, odio que me ame. Juan apagó el televisor, carraspeó el día y cerró los ojos. Elena cambió de lado y rezó: - Nunca te pedí nada pero creo que llegó la hora. No permitas que se muera primero.

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Por Adrián Merel

Frío

Caminó por Gascón hasta llegar a Corrientes. Dobló hacia la izquierda y subió la solapa de su abrigo. La marea del tráfico y las luces lo molestaban más que el frío. Por supuesto que todo era una anécdota comparado con lo de Lucila. Apretó los dientes mordiendo frío y bronca.
"Es la última vez, no lo puedo permitir. Desde que la conocí me hizo siempre lo mismo. Cada vez que le propongo algo dice que me acompaña, y luego decide lo contrario. Algún imprevisto irrenunciable o cualquier excusa para dejarme de lado"
El hombre aceleró aún más su andar. El calor del rostro contrastaba con el frío de las manos que buscaban refugiarse en los bolsillos del abrigo.
"Es hora de poner las cosas en claro, de hacerme valer. Siempre a merced de sus caprichos, un tonto voluntarioso. Y ella incapaz de ser una verdadera compañera. Pero ahora me va a oír. Le voy a poner un ultimátum a esta situación, y si no cambia será el final"
La puerta del edificio lo hizo detenerse violentamente. Cruzó la recepción y se dirigió al ascensor. Al llegar al tercer piso se acomodó el abrigo y tocó el timbre con determinación. La silueta escultural y la cabellera plateada de Lucila se impusieron antes que abriera la boca, ella lo abrazó mientras susurraba cuánto lo había extrañado. El hombre iba a decir algo cuando ella selló su boca con un beso, de inmediato le hizo un pedido y le rogó que no se demorara, hacía frío y estaba sola. Dicho esto le echó una mirada sugerente. Él salió a la calle en busca de una verdulería abierta en donde comprar frutillas. Se dijo que la noche era bella, que solo un poco fresca, que las luces eran un paisaje inagotable, y que Lucila no sabía vivir sin él. Siguió por Corrientes, dobló por Salguero, creía haber visto una verdulería por allí.

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Por Miguel Fridmanis

Trama

El hombre no nació para trabajar siendo su trabajo un medio para vivir.
¿Qué es vivir? es todo lo otro que sucede mientras trabajamos. ¿Cuánto tiempo le dedicamos?
A medida que crecemos, aprendemos que aún la persona que suponíamos que nunca nos abandonaría, probablemente lo haga. Tendrás roto tu corazón más de una vez y será, cada vez más doloroso. También romperás corazones, por ende recuerda lo que sentiste cuando el tuyo estaba roto.
Pelearás con tu mejor amigo y sentirás su ausencia.
Culparás a un nuevo amor por cosas que hizo otro anterior. Llorarás porque el tiempo pasa muy rápido. Y eventualmente perderás a alguien que amas.
Por lo tanto sueña, imagina, ríe mucho, enamórate y ama como si nunca hayas herido.
Lucha por vivir con suerte, con salud con libertad, con emociones, con imposibles, con dignidad y honor. Valora lo que tienes y no lo que falta.
Apuesta a lo espiritual declinando lo material.
El pasado es pasado. Pero no olvidable.
Cómo olvidar: la casa paterna, los mimos de nuestra madre, la inocencia de la infancia, la juvenilla de secundario. La vocación cumplida en el terciario.
El enamorarse de la primera vez. La emoción del primer hijo…
Recuerda que si cada día es una vida, vívelo intensamente como si fuera el último. Cada sesenta segundos que pierdas afligido será un minuto de felicidad que nunca recuperarás, perverso el tiempo que se lleva todo.
Y, no temas porque tu vida termine, teme porque nunca comience.
No olvides que la muerte está tan segura, que nos da esta vida de ventaja.

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Por María Leone

Cuestiones del buen dormir

- Por como atendiste, siento que no tienes un buen día.
- Y sí, como voy a estar después de otra noche de vigilia.
- ¡Otra vez tus vecinos del piso de arriba!
- Es un castigo, esta semana no tomaron una noche de respiro-
- ¿Cómo los llamas?
- "Los tortolitos", si los vieras, todas las mañanas bajan sonrientes, tomados de la mano, llevan juntos a la nena al Jardín de Infantes. La pequeña es tan bonita. Va saltando con su mochilita rosa, una personita escapada de una historia de Disney, no lo entiendo.
- ¿No será que exageras con el tema de las peleas?
- ¡Que va!, anoche empezaron el griterío a las once, se insultaron sin olvidarse de una sola palabrota. Se acordaron de todas las madres y hermanas de la familia, "que te voy a dejar", "qué te voy a matar" y yo pensando, que se maten y así la terminan. Pero no hubo suerte, cuando se cansaron de aullar, pasaron al rito de correr los muebles, así, hasta las dos de la mañana, en que se aquietaron ó me venció el sueño, no sé.
- ¿Y Juan, qué dice?
- Ah, no. Tu hermanito fue el colmo. Tomó su almohada y se fue a dormir a la habitación de planchar, dice que oír mis quejas, es peor, que los tórtolos.
- ¿Se acostó en ese lugar, que es "tu" desorden, él que es tan pulcro y meticuloso? No lo puedo creer.
- No, por favor, no se te ocurra empezar con tus análisis psicológicos, ni tus teorías acerca del caos. Mejor explícame cómo una familia, transforma su vida en una discusión permanente.
- Me estás provocando.
- No, si seguimos hablando, en diez minutos empieza la batahola de los sábados al mediodía. La escucharás conmigo.
- ¿Cómo sabes que se viene una?
- Todos los sábados ella prepara milanesas para el almuerzo, y en cuanto se sientan a la mesa, supongo, él comienza a gritar que están quemadas, es cierto, yo las huelo desde aquí, y de allí en más, no se salvan ni lo pastelitos que preparaba la abuelita y que ella nunca los aprendió a cocinar.
- ¿Por qué no le explicas como se fritan las milanesas?
- Yo ¿enseñarle?, que cambien el menú o las compren en la casa de comidas de la esquina. Además pondría en evidencia que los escucho, ellos son tortolitos. ¡Ya empezaron!
- ¡Cómo se maldicen! Están subiendo más la voz. ¡Qué barbaridad! Alguien debería intervenir, ¡llamar a la policía! ¿Qué fue ese grito? ¿Y ese ruido?
- Vi pasar algo por la ventana. Espera, voy a asomarme. ¡Oh!, el tórtolo está estrellado en el patio. ¡¿Se tiró o lo ayudaron?!
- ¡Llama al 911, baja a socorrerlo, haz algo!
- Zsss, tranquilízate, ¿no entiendes? Esta noche, podremos dormir tranquilos.

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Por Edith Migliaro

Los colores del fracaso

Se escucha el timbre del portero eléctrico en el pequeño departamento de Bety.
- ¿Si, quien es?
- Mónica, abrí.
- Si, pasá. - Se escucha el ascensor al detenerse.
- Hola hermanita- dijo Bety sonriendo. - Mónica entra furiosa sin saludarla y se desploma en el sillón.
Bety murmura irónica - yo también, me alegro de verte - con resignación se prepara para el sermón de su hermana.
- Por favor Mónica deja que te explique.
- ¿Qué me vas a explicar? Estás loca. Una chica como vos - se levanta y pasea nerviosa-¿Cómo se te ocurrió semejante estupidez?
- ¿Café o mate?
- Te lo repito estás totalmente loca- dijo Mónica sin responder- Espero que solo haya sido una ocurrencia desesperada.
- No creo que estés hablando en serio, mamá se va morir cuando se entere- casi gritando
- Bueno, no te conté para que me vengas con tus…
- ¿A no? ¿Y qué esperabas, un aplauso por ocurrente? Que te diga que es una idea maravillosa, que me parece estupendo tu "emprendimiento independiente". - Bety prepara el mate parsimoniosamente esperando que su hermana mayor se calme un poco.
- No lo puedo creer, cuando vi el aviso…
- Primero escúchame después podés seguir con tu perorata dijo Bety - Tengo 35 años, sola, decepcionada, hace tres meses que me quedé sin trabajo y no encuentro nada…
- Claro, por eso se te ocurrió, Ja ¿ya compraste la bola de cristal y el gato?
- Permíteme que te explique…- Mónica sin escuchar ataca nuevamente
- Por supuesto, pase señora no se preocupe, ¿su marido la dejó por la rubia de la oficina? Yo le tiro las cartas, y se lo arreglo, a mi me pasó lo mismo.
- No seas cruel, puedo entender que no te guste la idea, pero no me lastimes- y pensó- a vos también te engañaron pero preferiste callar- pero no lo dijo.
- Puedo consolarla, convencerla que haga su duelo pero que la vida sigue…
- El ahorcado dice que su marido era un estúpido, alégrese de que se haya ido… ¿y si viene alguien con una enfermedad grave, un psicópata? Estás dispuesta a jugar con el dolor de la gente, por dinero, ¡no puedo creerlo!
- Estoy dispuesta a inducir su razonamiento para que solos encuentren una solución, una esperanza...
- Es inmoral.
- La vida es inmoral, inmoral, cruel y maravillosa, estoy tratando de mejorarla para los otros y para mí
- Siempre fuiste un poco excéntrica pero esto, esto es demasiado- y sin decir nada más salió del departamento. Bety pensó - Estoy tan triste en esta noche de terciopelo azul, me sobran los sonidos y me faltan los silencios - dejó que su mirada se pierda en el paisaje, casas y luces desde la ventana, en una ciudad repleta de gente, de gritos, de indiferencia, de oscura soledad. Una lágrima recorrió su rostro. Una sola, no tenía tiempo para nada más.

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Por Reneé Rodríguez

Trágica herencia

En las ricas tierras de Jaén, mis padres, campesinos de raza, se dedicaban al cultivo del olivo, el maíz y el trigo. En la rústica casa dejaban a la numerosa prole; los hermanitos nos cuidábamos unos a otros y los mayores participaban de las tareas del campo. Antes del amanecer nuestros padres y hermanos ya iban rumbo al olivar. Con tenacidad manejaban su pequeña industria. La prioridad siempre fue el trabajo, antes que la salud o la escuela. Purificación del Pilar era mi hermana, a la que yo seguía. Ella era mi pequeña madre.
Cierta mañana, despertó llorando, y lloró todo el día , sin consuelo. Mis hermanos no encontraban la forma de calmarla. Yo no participaba. El desconsuelo me había arrojado a un oscuro rincón y en posición fetal, dejaba que mis gruesas lágrimas la acompañaran.
Cuando llegaron nuestros padres, sin dar mayor importancia al tema, le pusieron grandes hojas de repollo sobre el vientre, le hicieron un té de yerba de pollo y esperaron un pronto alivio, que nunca llegó.
La pobre Purificación del Pilar estaba transformada. Su linda cara se había hinchado, las mejillas rojas. Los labios y ojeras eran violáceas. Yo, que tenía por esos tiempos escasos tres años, vislumbraba lo fatal. Y así entre hojas de repollo y rodajas de papas en la frente, dejó de llorar y se fue para siempre.
Mi hermana madre me dejó, pero no del todo. Por razones de grandes distancias o por ignorancia o por desidia o por no sé que cosa yo aún no había sido apuntada en el registro civil.
Desde entonces soy Purificación del Pilar y cuento con tres años más.

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Por Marta Mutti

¿Lo puedes imaginar?

- Esa pareja viene todos los domingos, reservan la mesa que está en el centro del salón. ¿Los has servido alguna vez Joaquín?
- Cuando te toca el franco, y por mí, si que puedes tomarlo más a menudo con la propina que dejan, sin contar luego, lo del plato y la champaña.
- Champaña Francesa. Es lo primero que piden, después estudian la carta, nunca repiten el menú.
- Suerte para nosotros.
- ¿Has visto como dejan los ojos pegados en las burbujas de las copas? Las manos quietas sujetándolas y los ojos sin un pestañeo.
- No he reparado en eso, es que me hacen gracia, no veo diferencia entre ellos y el cristal de las copas.
- ¿Qué quieres decir?
- Estirados, afilados y quebradizos.
- Esperan a alguien, siempre piden tres cubiertos y debemos servir los platos y la bebida como si fueran tres comensales. Nadie come de ese plato ni bebe el champaña.
- ¿De cuál plato José?
- De cuál va a ser, ¡del tercero, Joaquín!
- Estás equivocado José.
- ¿Alguna vez has visto al otro comensal Joaquín?
- Cualquiera de nosotros puede serlo, ese plato es parte de la propina José. Además el destinatario no va a decir nada.
- ¿Cómo sabes?, lo has visto entonces…
- No dije que lo haya visto, nada más pregunté: - ¿para quién es este plato?
¿Y?.
- No respondieron. Como si nada siguieron con la nariz metida en sus platos, comiendo.
- ¿Lo puedes imaginar?, no claro, olvidé que tú, no te callas nunca.

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Por Silvia Santilli

La Pitonisa

Margarita, era la mayor de cuatro amigas. En las noches de verano nos reuníamos en la esquina de su casa. Soñaba con poderes mágicos que seguramente los heredaría de su abuela Doña Luisa quien curaba el empacho y las lombrices a todo el pueblo.
Sus historias fantásticas muchas veces despertaban miedo. Hablaba de una serpiente llamada Pitón que vivía en un lugar muy lejano de la antigüedad, en Delfos, al pie de una fuente, aterrorizando a hombres y animales. Hasta que un día el dios Apolo le dio muerte para apoderarse de su sabiduría y guardó sus cenizas en un sarcófago.
- Yo seré una gran Pitonisa- nos decía- adivinaré el futuro de todas ustedes. - Las tres pensábamos que Margarita estaba enloqueciendo. Al vernos tan serias y creyendo que estábamos asustadas quería calmarnos pero la situación era preocupante.
- No teman- queridas amigas, nada les pasará y si algún día me ven masticando hojas de laurel, no traten de persuadirme para que las expulse, ellas tienen un gran poder alucinógeno que me permiten entrar en trance y así predecir los hechos venideros. - A la noche siguiente, Margarita alborotada comenta que al pueblo ha llegado una pitonisa llamada la "Chilena" que lee el destino tirando las cartas.
Nuestra curiosidad desbordaba todo nuestro cuerpo adolescente y planeamos una visita.
A las dos de la tarde del día siguiente partimos las cuatro, la casa estaba ubicada alejada del centro, el sol se había escondido y un gato negro, signo de mal presagio se nos cruza en el camino haciendo más tenebrosa nuestra aventura. Al llegar a la puerta decidimos volver, Margarita no nos permitió. Una señora nos hizo pasar, al mirarla visualicé que había algo de serpiente en sus ojos. Ninguna hablaba. El lugar no era como imaginábamos, estaba lleno de gatos pachorrientos que paseaban como guardianes.
Sobre las paredes había un gran cuadro de una mujer, seguramente sería Sibila la primer pitonisa. Los mininos rodeaban nuestras piernas. En la puerta de entrada había unos siameses nos miramos y sin hablar recordamos que éstos eran los protectores de los bienes. El olor a humedad invadió el ambiente y unos crisantemos secos y desteñidos bailaban como poseídos por una danza macabra. Uno de los gatos maullaba mientras se lavaba la oreja derecha. Margarita se acercó a nosotros y nos explicó: - ¿saben lo que significa ese juego? - ¡No! -contestamos al unísono- pronto llegará a esta casa una visita del sexo masculino.
Sus predicciones fueron acertadas las visitas llegaron y junto a la Chilena terminamos todas en la comisaría del pueblo. Hoy, Margarita es tarotista, reikista y numeróloga sus gatos son todos siameses, se viste con una túnica blanca y se hace llamar: Margaret, la pitonisa.

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Por Camila Vázquez Garriga

Traje Negro

Suavidad, clase y fineza, esos eran mis secretos para ser la mejor. Calenté mis piernas, dentro de diez minutos subiría al escenario y daría lo mejor de mí. Hace tres años que vengo preparándome para este día, bailaré como si estuviera en sus brazos, con su calor en mi corazón. Nadie me apoyó jamás, según ellos, nunca podría bailar clásico; no me importó, pero ya no es sólo por mí.
- Con ustedes, luego de tres años de espera, la niña que se hizo mujer, la joven prodigio, Ágata - fue mi presentación
Subí las escaleras con firmeza y los ojos cerrados, me ubiqué en el centro del escenario con el telón abierto, me coloqué en posición. Mi profesora Elena, una mujer de extraordinaria fuerza, una luz en mi vida, una amiga confiable y una madre maravillosa. Le debía todo, me sacó del orfanato y me dio una vida para vivir a pesar de mi ceguera. Hoy, con 81 años, Elena toca el piano para mi primera presentación; sentada en una silla de ruedas con una auténtica sonrisa en sus labios.
La música comenzó, yo sólo la seguí; el público expectante aguardaba en silencio, sorprendidos por mi traje negro, siempre usé tonos crema. Bailé con el alma y no me hizo falta saber donde terminaba el final del escenario. Estiré mis manos con suavidad, apoyé mis pies con clase, finalmente abrí mis ojos grises hacia el público mientras mi cuerpo con fineza concluía la extenuante y hermosa coreografía. Los aplausos no se hicieron esperar, la gente se había levantado de sus asientos ya que el sonido cambió de agudo a grave en un segundo. Bajé mis brazos a mi pecho para luego entregárselos a ellos, ya que formaban gran parte de la fuerza que me había permitido llegar.
- Gracias - dije tomando el micrófono que el locutor me había alcanzado. Un silencio vacío se formó, nunca había hablado al final de un baile.
- ¡Gracias por su apoyo en todos estos años de mi vida! - Grité sonriendo - volví a mi hogar, el teatro Drury Lane, con el fin de regalarles mis bailes en honor a una persona muy importante para mi y espero que cada uno de ellos ilumine sus corazones ¡Gracias!, ¡Muchas gracias!
No me importa no haber podido verlo jamás, tampoco me importa no ver a mi público, ni a mi profesora, ni a mí misma. En mis sueños él estará siempre, besándome como solo él sabía hacerlo y amándome como nadie lo hizo. Viviré por él, por Thomas Husband, el hombre que amé y amo.
- Sólo quiero decirles algo más - agregué, las lágrimas barrían mis mejillas - mi nombre, a partir de ahora es: ¡Ágata Husband! No volvería a usar un traje negro para bailar. Nuestra hija, esa preciosa personita me esperaba en casa, y desde el recuerdo ambas íbamos a recuperar al hombre que me había dado el sueño del amor.

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Por Claudia Guala

Una mañana…

...Volverán a encontrarse en el último piso, allí en la cúpula con vitraeux de colores intensos. Caminarán por Corrientes hasta el subte, disimulando las ganas de abrazarse sin medida.
Buscarán lugares tranquilos para sentirse sin límites, y en noches de estrellas o cuando el sol brille sin más, se sentirán y serán presencia en el otro.
Cuando todo, todo parezca alejarlos, ellos se sentirán con más ganas de mirarse, de escuchar el silencio de sus voces, en noches habitadas por otros seres. Ellos creerán en un lugar, en un rato, en un tiempo que es propio. Lo reinventan, lo recrean, con cada pensamiento. Lo sueñan y le ponen sus deseos más profundos.
Ahí, solo ahí…retornan todos sus instintos. Ahí, no hay nostalgias, hay mañanas sin mañanas. Los momentos se llenan de música, de sutiles caricias que van y vienen, de revolución y paz...
Ese es su lugar, sin espacio, ni paredes, sin horas, ni minutos, sin leyes ni restricciones.
Allí... se detienen, se sienten dos mentes, dos cuerpos... Sólo una mañana.

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Por Graciela Ruffini

Tangos

Me levanto como cada mañana en medio de un callado silencio que atormenta mi alma. Enciendo la radio, tomo un té mientras escucho lentamente los primeros acordes atesorando recuerdos de niña que retornan con el tiempo. ¡Qué bellos! ¿tangos escuchas?, sí, es la música que mi padre solía escuchar. Por aquellos años apenas tenía doce años, ¿te gustaba esa música?, sí. ¿No jugabas?, tu abuelo encendía la radio, y yo, dejaba mi mundo de juguetes y dando brincos allí estaba. ¿Dejabas todo por esa música?, sí. ¿Y tus muñecas? ¡Tenía tanto tiempo para eso! Sentado bajo el verdoso parral y el aroma dulce del florido jardín el abuelo tomaba sus mates con tostadas untadas con mantequilla y dulce de leche, para mi el tazón blanco de leche chocolatada. Las muñecas, podían esperar, esos momentos no. ¿Conocía el abue de tangos? ¡Vaya si conocía!, de todos, La calesita, lo ponía en otro lugar y me imagino en otro tiempo también. Escuchá, escuchá, El choclo, uy…ahí viene, El día que me quieras, cuántos recuerdos... ¿ Y tus hermanas que hacían ? Eran muy pequeñas jugaban con barro formando distintas figuras, dibujaban, pintaban. Hoy puedo entender. ¿Qué entendés? El brillo en la mirada se entristece y por momentos escapa un tinte de alegría. ¿Te acordás de él? Los temas pasan uno tras otro, respiro hondo sin poder responder. ¡Aún es mi padre!

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Por Norma Vinciguerra

La Ventana Abierta

La habitación oscura de su madre agonizante eran visiones corrientes. Ni el ruido del tren, ni las voces, ni el calor del desierto perturbaron la lectura. Estaba decidida a olvidar, pero inevitablemente los pensamientos volvían en ese viaje interminable hacia la nada.
Rápido la estación quedó solitaria. La parada de taxis estaba vacía. -Suba por el otro lado - dijo el chofer-. Tras el forcejeo comprobó que la puerta no abría.
- ¿Hace mucho que espera?
- Bastante.
- Es que, no hay gente, con estos fríos hay mucha gripe ¿vio?.
Sin contestar miró por la ventanilla entreabierta el pobre paisaje urbano. El traqueteo del coche le hizo doler la cabeza. Al llegar a la casa, con las últimas horas de luz natural, desplegó la pequeña ventana del comedor para acomodar sus recuerdos. Con una mano tomó la foto de bodas y con la otra frotó el marco, vino a su memoria el momento del sí, ese sí salvador. Momentos felices que la fatalidad enterró. - ¿Por qué, a él? - Se preguntaba - A él su razón de vivir, quien la protegía, quien la incentivó para terminar los estudios, quien conocía sus dolorosos secretos. Los recuerdos de su padrastro quedaron atrás. Desde que se casó con su madre la acechaba. Él era el dueño de todo. Su odio se interponía a la razón, quería verlo muerto. Pero calló.
Este era el segundo intento de reconstruir su vida. Colocó la fotografía en el centro del mueble y otros pocos objetos a los costados. A la mañana siguiente llegó a la escuela donde había una vacante para una suplencia, aceptó y comenzó a enseñar historia.
Al salir de la clase sintió una presencia detrás suyo, se cubrió el rostro hasta los ojos con la bufanda, volteó y vio que estaba sola. Siguió hasta girar en el antiguo barrio. La tarde caía. Hubiese jurado que olió la respiración con aliento a alcohol. Apuró el paso. Antes de entrar torció la vista hacia la esquina donde se dibujó una sombra. Aseguró las puertas y ventanas. El miedo volvió. Donde vayas te encontraré. El invierno a veces trae imágenes desconocidas en las calles de un pueblo casi vacío. Intentó desviar los pensamientos refugiándose en los libros. El cansancio dominó la situación. El eco de golpes en la ventana se mezclaron con los sonidos silenciosos de la noche. Seguían cada vez con más fuerza. Sobresaltada, confundida, la garganta reseca. -Un vaso de agua-pensó-. Caminó. Las piernas le pesaban. Lejos, una voz la llamó. - Helena... Helena... Helena. No era real, no era él. Estaba segura de que ese hombre ya no la lastimaría. El viento helado sacudía las hojas de la ventana, los ojos le ardían, una silueta negra se le acercaba con los brazos extendidos, como si quisiera tomarla. - No..., no..., no - Gritó -. No podés, no podés, yo te maté. El ruido al estallar el cristal contra el suelo la despertó. Brincó de la cama apretándose el pecho, como si el corazón fuera a saltar. Siguió las huellas de escarcha hasta el final. Notó debajo de su pie sangrante que estaba el portarretratos caído y en el comedor la pequeña ventana abierta.

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Por Adolfo Velázquez

Geometría

Que era de noche, que hacia frío, que yo tosía. Había dos mujeres, una más joven que la otra, y a las dos les decía "mamá". Yo era chico. El viaje en colectivo duraba mucho, hasta una esquina donde bajábamos. El micro doblaba y nosotros seguíamos derecho unas cuadras hasta el edificio largo, el hospital de niños.
Allí me dejaron, allí me encontraron, se ve que me curaron. Eso es todo lo que recuerdo.
Hoy tengo dieciocho años y el edificio es cuadrado -Tribunales-, estoy esperando sentencia y hace un tiempo mi novia me quiso dejar.

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Por Analía David

Miedo

Durante largos años un gran portón le impidió salir. Ver, respirar. No podía atravesarlo, algo le decía que debía quedarse en su prisión, que seguramente afuera todo era lo mismo Pero de a poco, al principio tímidamente, y velozmente después sus ganas de trasponerlo se hicieron cada vez más fuertes. Y a pesar de los llantos, la ira y las amenazas, el portón perdió su batalla y ella escapó sin volver a mirar hacia atrás.

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Por Ana Zamulko

Resistiré

No hay escenografía, sí un panel de fondo, puede ser de aglomerado, de color neutro. Se para en posición de las fotos de antes, una piernita adelantada, el pie un poquito abierto hacia la derecha, el otro hacia el otro lado, ya sabemos… La conductora le hace preguntas que se me vuelven inaudibles entre el fárrago de lo absurdo. Se la ve nerviosa, la mirada expectante al entorno -..., cargame nomás - mientras la otra se burla desde su lugar de domador de perritos en circos viejos. Se ríe, se burla, se vuelve a reír -qué me importa, aquí estoy, aquí llegué-. Y la anuncia al público inexistente (estamos nosotros de este lado, ¿cuántos seremos?) con el mismo énfasis que ponen los anunciadores para presentar a la cantante del barrio en el festival a beneficio de la sociedad de fomento.
Y aquí va, plumas verdes y blancas en la cabeza, onda estrella de comparsa en el carnaval de Gualeguaychú. El cuerpo viejo, esforzando los músculos en guardar lo que sobra, se muestra como los locos cuando te cuentan lo que no es.
Un corpiño mentiroso no puede realzar la carencia, sobre la que se derrama una constelación de brillitos dorados, un masacote, arrojado en un puñado ostentoso.
Las medias de red, negras, sobre la tanga oscura, vuelven escurridiza la visión del bulto del sexo. Estalla la liga brillante sobre el muslo. Y canta, mi dulce, mi tierna, mi valiente hermanita, canta.
Canta a capella (suavemente se excusa) -esto es improvisado, viste, estoy volviendo de una gira, no traje la pista.
- Claro, claro, - justifica la otra con una sonrisa de perdonavidas. Y canta a capella:

Cuando pierda todas las partidas / Cuando duerma con la soledad...

La voz monótona, informe. Mira -¿al ojo de la cámara?- Canta mirando para adentro, escuchándose concentrada en no pifiarla

Resistiré para seguir viviendo/ Me volveré de hierro…

Stop, aquí se detiene. Y sos un junco que no sé si se dobla, pero allí está, sigue en pie, no hay aplausos, no hay nada, se fini. Agradece tímida, dignamente, los elogios hipócritas de la que la invita para otra oportunidad. Y la despide- con nosotros, ¡Zulma Lobato!-.
Mi querida hermanita, qué bien elegiste tu nombre, con qué tozudez, loca mía.
Zulma como la Faiad, esa lechuguita que nos hizo ratonear las ensaladas de hace tiempo.
Lobato como la diosa, la Nélida bella, la exquisita.
¿A qué hora habrás vuelto a tu barrio? O vivís en el centro, en la ciudad anónima, en algún departamentito descascarado, perdido entre miles.
Capaz que sos feliz y los mates de la madrugada que me gustaría compartir con vos no tendrían cabida, y yo te fantaseo mal, de puro resentida nomás…

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Por Gustavo Zaya

La roja carta

Francisco estaba sentado sobre un sillón púrpura, su cabeza inclinada hacia la izquierda, todo su cuerpo hacia la izquierda. Los ojos abiertos y vidriosos. La boca entregada como si su alma se hubiese escapado por allí. En su mano derecha un arma que no tenía frío.
En la izquierda una carta. La puerta de su habitación fue torturada a golpes hasta que se quebró. Entraron unos hombres de camisas verdes y botas desinhibidas. Maldijeron..., abrieron la carta y leyeron: - les dejo mi confesión: mis ideales ¡sobrevivirán! Vale la pena que les diga ¿adiós? Furioso unos de los hombres sacó su pistola y disparó repetidas veces sobre el cuerpo rígido. Luego una brisa primaveral apuraba el fuego en la carta, manchada de sangre. Los hombres no volvieron a maldecir.

Terminal

Miré tu rostro, reflejaba miedo, y me dijiste: -se llevaron el sobre- luego llevaste tus manos al rostro tratando de ocultar una culpa o un dolor.
Te dije:-vamos-con lágrimas me dijiste: -es este lugar, tan sombrío, con el techo tan alto que parece inalcanzable, y esos muros vestidos con colores de una manera tan violenta. - Sí - dije yo - parece que va a atropellarnos, y tú me dijiste: - con el reflejo de la luna se agigantan.
- Como el filo de una navaja - dije.
- Nos dejaron sin nada- respondiste y mientras te ponías el tapado, pude ver furtivamente que ocultabas un papel blanco. En ese momento supe la verdad, te miré a los ojos y contesté: - sólo yo, me quedo sin nada.

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Por Dolores Fernández

Imprevisto

Regresaban de un descanso en la montaña. Él estaba nervioso. Durante las vacaciones mientras su mujer disfrutaba del paisaje, él planeaba como poner fin a cinco años de matrimonio. Los días que pasaron juntos acabaron de convencerlo. De regreso, estacionó el coche en el sendero, debajo de los árboles, que ya comenzaban a perder las hojas. Ella se adelantó. El tiempo para que él fumase un cigarrillo y dejase las maletas de la mujer en el garaje. No bajó su equipaje. Atravesó el camino de piedras del jardín, disfrutando el aroma a tierra mojada. Detrás de las ventanas iluminadas veía el ir y venir de la mujer. Según los amigos formaban la pareja ideal. Hermosos, ricos e inteligentes.
Al abrir la puerta, la vio sentada en el sillón, frente a la chimenea, el cabello húmedo sobre los hombros. Sonriente.
Se preguntó: ¿Cómo lograba estar espléndida en pocos minutos? Extendió la mano pronta a la caricia, quizá estaba a tiempo de evitar la catástrofe. Escapar del llanto, las súplicas.
Muchas veces las palabras se anudaron en la garganta y la pequeña llama pronta a extinguirse se convirtió en hoguera. Luego el hastío, lo hacía añorar la libertad. Se acercó, le rozó la rodilla.
Ella se puso de pie lo miró a los ojos y dijo:
- Quiero el divorcio. - Aturdido se hundió en el sillón, como en un pozo. Solo atinó a preguntar:
- ¿Qué?
- Hace tiempo que quería decírtelo, pero el temor a lastimarte no me dejaba. - De espaldas al hombre, la mujer seguía hablando. La mirada perdida en el jardín anegado por la lluvia.
Él esperaba el momento en que ella se quebrase. Cuando inclinase la cabeza y los hombros temblorosos anunciaran el llanto. Pero fue en vano, la mujer seguía desgranando palabras. Se acercó para oírla.
- No puedo continuar a tu lado. - Él la veía más bonita que nunca.
- ¿Recordás el tercer día de nuestra estadía en la montaña? - Él no recordaba nada. La mujer hablaba, hablaba.
- Esa tarde mientras disfrutaba del paisaje, conocí a... - El trueno borró las palabras.
El hombre abrió y cerró la puerta lentamente. Caminó hacia el coche, en el asiento trasero sus valijas
La mujer corrió las cortinas, suspiró con alivio. Se quitó los zapatos y subió las escaleras hacia el dormitorio.

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