Estaba obsesionado por "dar el batacazo", salir de pobre y convertirse en millonario. Confiaba tanto en sus inventos como en su literatura y llegado el caso, poco le importaba que le criticaran sus antológicas faltas de ortografía o sus romances apasionados. Roberto Arlt quería inventar medias de mujer irrompibles para escapar de la "miseria". "El batacazo es la única forma del cambio de fortuna, la única proximidad con la riqueza que pueden fantasear los pobres", señala la investigadora y escritora Beatriz Sarlo en un artículo de Clarín Cultura y Nación al cumplirse cien años del nacimiento del escritor. Sin embargo, Arlt ponía límites a esta fantasía de riqueza: "Son sus personajes -dice Sarlo- los que sueñan imposibles. Jamás les permite eso a quienes lo leen. Nadie sale consolado de una novela de Arlt".
Todos los que alguna vez escribieron sobre él se encontraron con un personaje escurridizo, enigmático. En su libro "El escritor en el bosque de ladrillos". Una biografía de Roberto Arlt", la docente e investigadora Silvia Saítta afirma: "Miente, no dice todo lo que sabe, inventa datos de su historia, está más preocupado por la construcción de una imagen pública acorde a lo que él considera debe ser el retrato de un escritor, que por dar un testimonio verdadero de su propia biografía".
Una de las "mentiras" más conocidas -y que él se encargó varias veces de echar a rodar- es la que afirma que lo echaron de la escuela primaria en tercer grado "por inútil". En verdad, aseguran los investigadores, Arlt estudió hasta quinto. Eso sí, por problemas de conducta, cambió varias veces de escuela. Es una realidad que tampoco era tan iletrado como quería aparentar: se sabe que, en gran medida, la primaria argentina hasta mitades del siglo pasado proveía muchos más conocimientos que una buena secundaria completa actual.
DE FLORES
Arlt nació en el barrio porteño de Flores el 26 de abril de 1900. Era hijo de Karl Arlt, prusiano de Posen (hoy Poznan, en Polonia), desertor del ejército alemán, autoritario y golpeador, y de Ekatherine Iobstraibitzer, campesina natural de Trieste y de lengua italiana. El primer dinero con la literatura le llegó muy temprano: a los ocho años le vendió por cinco pesos un cuento a un vecino de Flores. Desde estos primeros textos, nunca pararía de inventar relatos.
En 1916 inició su trabajo de periodista con la intención de resolver sus problemas económicos y, de paso, relacionarse con los círculos literarios porteños. A los 19 años publicó "Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires". Ya en este primer ensayo se advierte su estilo sarcástico al tratar la adivinación y su particular afición por lo fantástico. El periodista Miguel Wiñazki explica: "Arlt tenía urgencia por escribir, la misma que tiene un boxeador por partirle la cara a un adversario, para ganar un peso y también la gloria. Escribía por dinero y contra reloj contra muchos jefes miserables, como escriben todos los periodistas. Con esa arcilla hecha de realidades, desesperaciones y talentos reinventó una nueva literatura argentina. La que crece fuera de la torre de marfil. Adoraba la calle".
PADRE Y MARIDO
Pero no sólo la supervivencia ocupaba sus días. A los 22 años se casó con Carmen Antinucci, a quien conoció en Córdoba y con quien tuvo una hija, Mirta, en 1923. El matrimonio atravesaría serias desavenencias -en gran parte por el fuerte carácter de Arlt- y Carmen viviría la mayor parte del tiempo en Córdoba.
Según el testimonio de Mirta, cada vez que se iba a esa provincia con su madre, él le decía: "Tratá de no hacer cagadas, Mirtita. Acordate de que si un día matás a alguien no te preguntaré nada. Me declararé el autor y yo voy a ir a la cárcel por vos". Amor a prueba de todo, pero no siempre: una vez cuando en un teatro casi se le cae una botella al suelo a su hija, le soltó: "No te aflijas Mirtita, los hijos de los genios siempre son medio impedidos".
CRONISTA POLICIAL
Hacia 1924 colaboró en los periódicos Última hora y Extrema izquierda y poco después en la revista humorística Don Goyo. Paralelamente, escribió su primera novela, "El juguete rabioso", que, tras ser rechazada en varias editoriales, finalmente fue apadrinada nada menos que por Ricardo Güiraldes, director de la revista Proa, quien la publicó en 1926. La novela trata sobre un adolescente que se inicia como delincuente y termina como traidor a los suyos. Para muchos, esta obra -que le da voz a los postergados por el sistema social vigente - es el punto de partida de la novela argentina contemporánea.
Arlt siguió su camino de periodista y en 1927 entró a trabajar como cronista de la sección policiales del mítico diario Crítica. Allí se convirtió en una especie de periodista-detective y, salvando las distancias, al mejor estilo del actual Crónica TV, hasta logró impedir un suicidio. Un texto aparecido en Crítica el 5 de abril de 1928 dice: "Hoy, el redactor de nuestro diario Roberto Arlt y el fotógrafo, citados por una pre-suicida, en su departamento de la calle Uruguay, evitaron la muerte de ésta, desarmándola en circunstancias en que pretendía descerrajarse un tiro en la sien".
Pero Arlt trabajó poco tiempo en Crítica. En 1928 lo llamaron de la redacción del diario El Mundo. Sus columnas en el nuevo medio -las famosas Aguafuertes porteñas- se convertirían en un verdadero clásico que harían quintuplicar las ventas del periódico. Tratan los temas candentes de la situación social y política de la época, los problemas de la ciudad, del estado de las calles y de las zonas abandonadas por la administración política. Al describir estos textos, el investigador Teodosio Fernández señala: "Arlt dialoga con sus lectores, contesta sus cartas y es un interlocutor en sus comentarios de cada día. Se convierte en una especie de fiscal popular; denuncia, investiga y da sus opiniones en los debates de actualidad". También reflexiona sobre su profesión y en una de sus aguafuertes, afirma que "para ser buen periodista es necesario ser buen escritor".
EL EXITO
Tras los elogios que recibió por "El juguete rabioso", continuó escribiendo sin cesar. Aparecieron "Los siete locos" (1929) y "Los lanzallamas" (1931) con las que amplió su reflexión sobre la sociedad argentina e incluso sobre la condición humana. En su autobiografía, publicada en 1929 dice: "El hombre en general me da asco, y tengo como única virtud el no creer en mi posible valor literario sino cinco minutos al día. Me interesan entre las mujeres deshonestas las vírgenes; y entre el gremio de los canallas, los hombres honrados". El estilo realista constituye la raíz dominante en los nueve relatos reunidos en su siguiente libro, "El jorobadito" (1933). Sin embargo, ya aparecía en algunos una proclividad hacia lo fantástico que se acentuaría en el futuro inmediato.
"Se dice de mí que escribo mal -se burla en el prólogo de "Los lanzallamas"-. Es posible. De cualquier modo, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia". Su amigo Roberto Mariani señaló que Arlt escribía como hablaba, con un lenguaje en el que se mezclaban voces castizas con otras lunfardas. Todo estaba impregnado por el lenguaje popular y las novelas y folletines que leía. Sobre el público, decía: "Me dirijo al que tenga mis problemas: resolver de qué modo ser feliz, dentro o fuera de la ley". Por supuesto, nunca estuvo sometido a proceso. Pese a los reconocimientos, Arlt se sentía un recién llegado de apellido impronunciable. "La construcción de su figura pública como la de un escritor siempre postergado es más imaginaria que real, puesto que su fuerte visibilidad en diarios y revistas de la época, y en el temprano reconocimiento de sus pares, desmienten esa versión", señala Saítta.
LOS INVENTOS
Además de escribir, Arlt inventaba en su taller de Lanús. En una carta del 12 de enero de 1942 a su hija Mirta se refiere a su invento que vuelve a patentar: "Te mando aquí un pedazo arrancado de una media tratada con mi procedimiento. Te darás cuenta que sacándole el brillo a la goma (...) el asunto es perfecto. Tendrán que usar mis medias en invierno. No hay disyuntivas (...) Esta media durará por lo menos un año. Su transparencia es notable. Querida Mirtita, tené la seguridad que esto pronto estará en marcha comercial". A las medias, habrá que agregarle también la tintura para perros como otro de sus inventos estrambóticos que fracasaron pero que él siempre parecía dispuesto a encontrarles una vuelta.
La literatura, en tanto, le seguía apasionando. Se abrió un segundo período en su producción -que va desde 1932 a 1942- que intenta una posición más prestigiosa en el ambiente literario. Arlt visitó España y Marruecos en los últimos meses de 1935 y los primeros de 1936. Surgieron entonces espacios exóticos y remotos en sus textos. Apareció "El criador de gorilas", obra con la que se aleja de los escenarios ciudadanos. Por estos años, también comenzó a escribir teatro. El investigador y periodista Jorge Dubatti explica: "Unos dicen que Arlt se habría identificado con la mística del teatro independiente, otros que habría descubierto en el lenguaje teatral la capacidad de llegar, en forma directa y amena a un público masivo e incluso, iletrado y analfabeto". Lo cierto es que dejó de escribir novelas y cuentos y se concentró en la dramaturgia, donde también alternaban lo real y lo fantástico. Obras como "Saverio el cruel" (1936), "El fabricante de fantasmas" (1936) y "El desierto entra en la ciudad" (1942) se convertirían en clásicos del teatro argentino.
EL FIN
En 1941, un año después de la muerte de su esposa Carmen, se casó en secreto en Uruguay con su amante Elizabeth Shine, quien trabajaba como secretaria en la editorial Haynes, que sacaba el diario El Mundo. Con Elizabeth tendría un hijo varón, Roberto, que nació poco después de que él muriera.
En 1942 terminó de escribir "El desierto entra a la ciudad" y murió de un infarto el 26 de julio de ese año. Arlt se había convertido en un personaje entrañable a quien todos querían leer o ver en teatro, aunque su sueño de mansiones y lujos no se había vuelto realidad. Hoy, a 69 años de su muerte, sus textos siguen siendo representados, sus novelas vendidas y goza del respeto de los nuevos escritores, quienes ven en su estilo -desenfadado, cínico y bien porteño- una fuente de inspiración. Sin dudas, un verdadero batacazo.
MÁS
"…Y es así como frente al vacío no puedo sustraerme al terror de imaginarme cayendo en el aire con el estómago contraído en la asfixia del desmoronamiento, corcoveado, grotesco, espantoso, abandonado de todos, hospedado en una perrera, perseguido por traíllas de chicos feroces que me clavarían agujas en la giba" (El Jorobadito).
La exageración, tal como muestran algunos pasajes de sus novelas y cuentos, es uno de los recursos a los que Arlt echa más a mano. Sarlo señala el frecuente uso de la hipérbole que "exhibe y repara una inseguridad radical. Precisamente ésa, evocada tantas veces por él y por sus críticos: la de ser un escritor sin formación literaria, sin los refinamientos de la elite, alguien que carece de toda seguridad sobre su origen y que duda de su legitimidad simbólica. La hipérbole es el procedimiento de la inseguridad: decir más para que por lo menos algo de lo dicho sea escuchado"
Sarlo señala además el frecuente uso de la violencia en los textos arltianos como una forma de salir de un conflicto. "El extremismo de Arlt presupone a la violencia no como táctica para resolver una situación, sino como forma de anularla. Entre la ensoñación y la 'vida puerca' sólo la violencia extrema. No hay camino intermedio", explica.
Fragmentos de sus Aguafuertes
Heme nuevamente entre mis papeles de trabajo. Varias cartas. Las leo. Las agradezco. Contestaré una. Es la que me ha enviado la fábula del León y del Hombre. Usted quiere escribir y tiene dieciséis años. Lo que me envía está bastante bien. Sobre todo en lo que atañe al diálogo. Pero en esta sección no podría interesar. Tiene condiciones. La forma de desarrollarlas es escribir todos los días. Y leer. Leer mucho. Pensar más. Vivir. Tratar de escribir como se habla. Analizarse de continuo en todos los sentimientos. Y escribir todos los días. Se tenga ganas o no. Eso sirve para hacerse la herramienta de expresión que, cuando algún día necesite, sobre todo para decir algo (porque ahora no tiene nada que decir), podrá utilizar.
Elogio agridulce del capuchino
Minga de café. Abstención completa. ¿Y qué le queda a usted? Reducirse al capuchino, al innoble y seductor capuchino, que es una mezcla por partes iguales, de leche y café, servida en una tacita de café. La tacita para que usted se haga la ilusión de que se manda a bodega una ración de achicoria, y para engañar la visión como los cocainómanos que cuando no tienen con qué doparse, toman por la nariz ácido bórico o magnesia calcinada. El caso es hacerse la ilusión.
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Arlt,delirio y genio callejero / por Juan Carlos Antón