Víctor Del Duca
Desde el más remoto peregrinar del tiempo y desde la más vital agonía de nuestra lírica euforia, la poesía no toma conciencia cabal de la mágica ofrenda que el soneto le ha destinado. Diversas voces son las que a través de un espejismo inevitable recurren al rigor de su métrica dispuestas a consumir sílabas de origen milenario en busca de vívidas mascaradas. Alguien dirá del soneto que es como una soledad de muerte la que brinda, asesinando versos en la palma de un corazón de sangre. El soneto funda una ecuación de espejos tramando distintos dibujos que conducen a la más maravillosa e inenarrable perfección que sugiere desde el verso, una melodía.
Hijo de un rumor vedado el soneto encuentra en Petrarca su máxima combustión. Fuegos divididos resplandecen en el eco del sonido más cruel. Solfeando brevedades el verso acude a la plenitud de su sustento. Nadie más que el YO, del sitiado poeta, es capaz de narrar tan sordamente su confesión en endecasílabos.
Prisionero de catorce versos el hombre reza un abanico de posibilidades para solo tentar al diablo en su dudosa pedantería. Anclado en el Aleph de viajes sin retorno el poeta muerde el cáñamo dulce e ileso que torna de soneto a gargantilla. Pocos son los soles que lo intimidan, porque pocos son los hombres que logran anclar en sus formas y fijar sus huellas.
El soneto consta de catorce versos endecasílabos divididos en dos cuartetos y en dos tercetos, de rima consonante, con el siguiente dibujo: ABBA ABBA CDC DCD.
Es éste un esquema de exquisitas libertades. A través del tiempo las rimas fueron metamorfoseando por ejemplo: ABAB ABAB CDD CEE. En fin, autores contemporáneos otorgan al soneto estas variaciones para lograr un timbre dulce y gutural. De hecho el endecasílabo (once sílabas) fue alternando con el alejandrino (catorce sílabas). Se llegaron a escribir sonetos con versos de arte menor (ocho silabas) llamados sonetillos. Y en casos particulares cuando la idea no acierta a redondear se utiliza el estrambote, que es añadir un tercer terceto a la composición (elemento utilizado por escritores de la talla de Miguel de Cervantes).
De origen Italiano el soneto llega a España de la mano de Boscán. Logra afianzarse en la tinta de Garcilaso de la Vega, Lope de Vega entre otros. Mucho más cercano se encuentra la magnificencia de Rubén Darío. Autores como Federico García Lorca, Charles Baudelaire, Miguel Hernández hacen del soneto la más sospechosa articulación de todos los tiempos. Un lúdico apego a la belleza difunde en Argentina a poetas como Alfonsina Storni y al unánime Jorge Luis Borges. Tentados a caer en el silencio del espacio activo el poeta tiende a rodar línea a línea y estrofa a estrofa.
Redondeando podemos afirmar que es el soneto quien descubre al hombre, quien logra afianzarse en una hermosa música sin alas. Porque lo bello y lo sublime suele leer entre líneas y es para el mítico poeta una brutal y sediciosa espada.
Soneto de Federico García Lorca
Noche del amor insomne
Noche arriba los dos con luna llena,
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las quejas mías
momentos y palomas en cadena
Noche abajo los dos. Cristal de pena,
llorabas tú por hondas lejanías.
Mi dolor era un grupo de agonías
sobre tu débil corazón de arena.
La aurora nos unió sobre la cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin que se derrama.
Y el sol entró por el balcón cerrado
y el coral de la vida abrió su rama
sobre mi corazón amortajado.
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