La tarea del escritor es solitaria. Comienza con la soledad
de la página en blanco. Ella lo atrae, tiene magnetismo,
pero al mismo tiempo le infunde respeto y temor. Respeto
a si mismo, originado en el deseo de manifestar sus ideas
en forma concreta, y temor de que no fluyan con suficiente
brillantez como desearía reflejarlas en su obra, ya que es
consciente que debe atrapar al lector y arrastrarlo a su
mundo haciéndole perder contacto con la realidad. El
escritor vive en una soledad poblada, en un silencio sonoro.
A solas con su página, lo rodean las presencias de sus
personajes, con sus voces y fantasmas, a quienes necesita
para urdir la trama. Ellos son las mil caras que subyacen en
los laberintos de su memoria, que es la encargada de reunir
datos, modificarlos, transformarlos y hacerlos verosímiles o
no, según el caso.
Como duendes traviesos, esos personajes, a veces
escapan, se esconden o juegan con sus ideas, variando la
conducta que se les había asignado, modificando contextos.
Es entonces cuándo el escritor debe decidir si los deja elegir
su propio destino o debe rescatarlos para encauzar el hilo
de la narración.
Así, en aislamiento, el autor hace amar, odiar, sufrir o
gozar a sus criaturas con entera libertad.
Refiriéndose a la tarea de crear dijo Joseph Conrad : “Vivimos como soñamos, solos”.
De todo lo que lo rodea, el escritor rescata ideas,
perfiles, atmósferas y colores. Pero en el momento de
escribir está solo dando vida a sus sueños.
Viaja en soledad con su imaginación, nadie puede
participar de esas travesías, y aún en los momentos de más
acción ese narrador se inserta hasta en los pensamientos
de quienes giran en la nebulosa de la ficción.
Gabriel García Márquez,(destacado escritor
colombiano, Premio Nobel) en una entrevista decía que: “El escribir te condena a la soledad, genera un problema
de incomunicación que te aísla”.
Nada más real y explícita que esta referencia, pero la
incomunicación a la que se refiere, permite que el escritor
se comunique con sus personajes de ficción para saber como
piensan y como son.
Así, entre páramos de sombras y bosques de la memoria
personal y colectiva, van surgiendo a la luz y dando vida a
la historia. Abre puertas a nuevos visitantes y se llena de
voces de sonidos distintos, de respiraciones cercanas, de
llantos y de risas, de abandonos y de vueltas. Y cuando
salen a luz, ya no le pertenecen. Así es el proceso de este
alquimista solitario.
H. Daunier |
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“La solución del misterio siempre
es inferior al misterio. El misterio
participa de lo sobrenatural y aún
de lo divino” Del cuento Abenjacan
el Bojarí - Muerto en su Laberinto
de Jorge L. Borges. |
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Un alquimista solitario - por Alice Ferreyra