“Es intolerable que cosas hechas
simplemente de madera y de cera de
colores y movidas mecánicamente por
alambres fueran tan desgraciadas y
tuvieran infortunios tan terribles”
Un pequeño ser deforme, feliz, y
lleno de optimismo aguarda la dulce
brevedad en su peculiar ecosistema.
Limitado a ayunar, en su solitaria
algarabía de danzas chuscas, no
advierte el rencor de los tulipanes que
mancillados por el tiempo sólo tienden
a envidiar encabritadamente.
“Quizá lo más divertido en él era su
completa inconciencia de su propio
aspecto grotesco… que la naturaleza, con
cierto sentido de humor, había producido
para que se burlaran los demás”
Una primera danza y el dulzor
antagónico asimilan en su pecho la
disparidad de los nombres cortos a los
nombres largos. Serena es la brisa que
almacena gritos sordos de dolor en el
utópico estreno de la dignidad
masacrada por el cruel estiércol de la
palabra. Si, es ella, es la infanta la que
obsequia una rosa blanca al amorfo,
la que lo confunde, la que inspira en
su corazón un rico manantial de pura
belleza. Es ella la que cumple años
para jamás encanecer.
El cielo juzga su precariedad
inocente.
Es la pureza que radica en la sístole
de su corazón, tan frágil como una
porcelana china. El eco seduce con su
identidad inexistente, es la fisura, la
hirsuta grieta que recrimina igualdad
al grave sismo de la elocuencia. No
quedan huecos por librar: la infanta
exige risas para sólo detenerse en el
rencor de sus caprichos, para sólo
envejecer ante el fuego de su
clandestina hoguera. Ya no quedan
huecos por librar, todos han sido
maquillados por el enano deforme que
sin mérito alguno tropieza en el destino
de su falaz hilaridad proteica.
Sometido por el juego de las formas
el ser amorfo conjuga su lealtad en
mieles. Danzará por segunda vez, ante
la infanta, sin conocer la trampa que
lo corona, pues la absurda sociedad
hiriente advierte en su morfología resabios de una antigua dignidad
pisoteada por la tangente de su escozor.
“El enano pensó en la bonita infanta
y se armó de valor. Quería encontrarla
sola y decirle que él también la amaba”
Pero vino a suceder que frente a un
espejo la verdad medró con su
presencia. Era un monstruo ¡Qué
desdicha! ¡Qué sorpresa! La sardónica
risotada de los niños y de la infanta
llegó a él cual estertor agudo.
Fue tal vez la asimetría su balsámica
prisión. Un frágil corazón estallando
en el híbrido rumor de su talento¡Cuánto dolor! La escena se repite una
y otra vez, nadie responde al secreto
plagio que adjunta libertades encarceladas
por el espejo que proyecta.
“Su baile era divertido – dijo la infanta– pero su manera de actuar era más
divertida aún. Es casi tan bueno como
las marionetas, sólo que desde luego no
es tan natural… en el futuro que los que
vengan a jugar conmigo no tengan
corazón - concluyó la infanta”.
Pero lo más divertido de la fiesta,
lo mejor de todo sin duda alguna, fue
la danza del enanito. Cuando apareció
en la plaza tambaleándose sobre sus
piernas torcidas y balanceando su
enorme cabezota deforme, los niños
estallaron en ruidosas exclamaciones
de alegría, y la infanta rió tanto que la
camarera se vio obligada a recordarle
que si bien muchas veces en España
la hija de un Rey había llorado delante
de sus pares, no había precedente de
que una Princesa de Sangre Real se
mostrara tan regocijada en presencia
de personas inferiores a ella. Pero el
enano era irresistible, y ni siquiera en
la Corte de España, conocida por su
afición a lo grotesco, se había visto
jamás un monstruo tan extraordinario.
Oscar Wilde
Poeta, dramaturgo, novelista, crítico literario
y ensayista irlandés. Es uno de los escritores más
brillantes de la época victoriana y de la literatura
universal. Nacido en Dublín el 16 de octubre de
1854, a los 20 años gana la medalla de oro
Berkeley por su trabajo en griego sobre los poetas
griegos y recibe una beca por cinco años para
estudiar en el Magdalen College de Oxford. Dos
años más tarde logra el primer premio en
literatura griega y latina y publica su versión de
un pasaje de Las nubes de Aristófanes y la poesía
Coro de vírgenes de las nubes. La originalidad de
sus temas y el estilo depurado se refleja en piezas
como El fantasma de Canterville y El retrato de
Dorian Gray, una novela sobre la experiencia de
un vicioso exquisito, de juventud inalterable, al
que un retrato oculto va dando cuenta de la
huella que deja en sus facciones la corrupción.
Sus versos y artículos se publican en revistas de
Londres, Dublín, Nueva York y París y las obras
teatrales adquieren tal éxito que se representan
en salas de Europa.
Escribe novelas y cuentos como El crimen de
Lord Arturo Savile, El ruiseñor y la rosa, El príncipe
feliz, La piel de naranja, La esfinge sin secreto.
Ensayos muy importantes como La decadencia de
la mentira, La verdad de las máscaras, Pluma, lápiz
y veneno y El crítico artista. Entre los numerosos
artículos que publica en revistas de Europa y
Estados Unidos se cuentan Impresiones de
Yanquilandia, La invasión americana, Los modelos
en Londres y Otras ideas radicales sobre la reforma
del traje.. Un marido ideal y La importancia de
llamarse Ernesto. Es también entonces cuando le
retrata Toulouse-Lautrec y cuando escuchará los últimos aplausos. Enfermo de meningitis muere
el 30 de noviembre de 1900.
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Sobre el cumpleaños de la Infanta de Oscar Wilde - por Victor del Duca