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Georgina D´Ascenso
Galeano como un duende del verbo nos ha permitido fantasear con un lugar que él describe como la casa de las palabras.
Parecería que su paisaje es como el fruto y la flor de la fantasía, pleno de música y color.
En esa casona atemporal, cuenta, el recién llegado encontrará en antiguos estantes de madera bruñida, altos frascos que las contienen. Las hay de todos los gustos; agrias y suaves, dulces y enérgicas. Al probarlas, su sabor se modifica de acuerdo al paladar del que las saborea. Se brindan a su deseo con lujuria, te instan para que las penetres con tu dedo transgresor, las pruebes, las puedas lamer, las degustes, las huelas, las muerdas y las tragues.
También allí el recién llegado encontrará una amplia mesa con elegantes y enormes fuentes de porcelana, pletóricas de palabras de todos colores.
Allí dormirá la tímida celeste, relucirá la amarilla como el sol; se alucinará con la roja ardiente y verá la del azul infinito; la serenidad de la verde y la musical blanca, la violeta antigua y la delicada rosa.
Todas le brindarán su estilo y su color pero el poeta elegirá entre todas , quizás la que más le atraiga o tal vez aquella que necesita para su poema.
Así, casi sin darse cuenta, las habrá probado, desechado o admirado pero ellas estarán a su merced para que las desgrane en cálidos versos o las enarbole en prosa al arengar con su grito de libertad.
Sabrá que son maleables a su destino, amorosas con su estilo, pintorescas y con cierta picardía cuando de contar se trate. Las amará por sobre todas las cosas y las usará con el deleite propio del que tiene el alma a flor de piel.
¡Oh las palabras qué necesarias son!
Le da tanto valor que recrea aún las que pertenecen a otros a quienes admiraba. Su visión del mundo narrada a través de sus pequeñas historias nos van dejando enseñanzas y nos habla de que si el juicio final lo reslizaran los árboles, las plantas y las flores, nadie saldría indemne del mismo. Ama la naturaleza porque reconoce en el hombre los valores que han sabido engendrar y se conduele de los que nunca supieron valorar ni la naturaleza ni al hombre aborígen donde él supone se encontraba la GRAN SABIDURÍA.
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