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LITERATURA EN APUNTES

 

 

Mariana Di Acqua
Vanesa O´Toole
María Inés Linares

 

Que Arwen muere de pena porque Aragorn, ya cansado de vivir, decide morir, es algo que muchos de nosotros elegimos olvidar cuando evocamos su historia de amor.
Lo que Tolkien manifiesta en el Apéndice final del Señor de los Anillos es una realidad de la que ni siquiera la magia nos puede salvar: todo llega a su fin. Y aunque éste pueda terminar con felicidad en su momento, no será estático. La vida misma es un continuo morir para renacer.

Dentro del fantasy argentino, en la Saga de Los Cuatro Elementos existen ciclos dentro de ciclos. El final puede ser feliz pero al amanecer siguiente habrá que volver a empezar. Con la llegada de la aurora comienza una nueva etapa en donde los desafíos a conquistar serán diferentes.
Así como el camino del héroe muchas veces simboliza la búsqueda del sentido de la vida, el fantasy permite transformar a las historias de amor de la vida real en una gran metáfora plagada de magia y fantasía. De esta forma, es interesante la manera en la que se puede ahondar en la complejidad de las relaciones amorosas que conviven con nosotros.
“¿Por qué el amor tiene que durar para siempre?”, le pregunta Aaron a Eiel en Los Espíritus del Aire. “¿Acaso este instante es menos verdadero porque no será eterno?”, insiste él, “tú y yo somos mortales, ¿por qué me exiges más?”.

En esta segunda entrega de la Saga de Los Cuatro Elementos, la historia de amor está pincelada por los temores de la protagonista al descubrirse enamorada. Miedos que todos hemos sentido alguna vez: a no ser compatibles, a entregarnos a otra persona pero, por sobre todo, a que el amor se termine.
Estamos demasiado acostumbrados a los finales hollywoodenses en donde el amor salva todos los escollos y transforma a las bestias en príncipes. Sin embargo, en la vida real, las personas atraviesan cambios y muertes simbólicas que las transforman. El fantasy transforma en arte nuestra cotidianeidad de la misma forma en que las fases de la luna representan las diferentes etapas en la vida de una persona: nacimiento, crecimiento, muerte y regeneración.

En el caso de la saga AQUELARRE, el amor es una sucesión de imposibilidades. Surge de un mito platónico, donde los seres humanos tenían dos sexos, siendo éstos divididos en mitades por desafiar a los dioses. En la vida cotidiana, es la designación de “alma gemela”, donde uno no es un ser completo si no encuentra a su otra mitad. Pero, ¿es esto realidad o sólo una excusa para la procreación?
La senda mágica de las almas gemelas, el binario, es peligrosa. El amor es una fuerza omnipotente que mueve los hilos universales. Por tanto, los dioses castigan a los consagrados con la imposibilidad de unirse a su otra mitad, para no ser desafiados nuevamente por el ser originario, resultado del encuentro de las dos partes escindidas.
Los seres más temidos por los dioses (entidades superiores provenientes de otras galaxias), son las Banshees. Por tanto, es el dios Supremo quien aplica una maldición a estas ocho hijas de la Naturaleza, quienes llorarán vida tras vida al perder la posibilidad de unión con el ser amado y, por tanto, con su propia felicidad.

Estos personajes conocen el amor pero no perdura; lo vivencian pero solo por tiempo limitado. Nada saben de la maldición impuesta por los dioses y accionan de formas “inesperadas”, provocando el “fracaso” de las relaciones amorosas.
Pero, ¿no es humano tomar a menudo decisiones equivocadas? ¿No es real lastimar a quienes más amamos?
Si bien estamos acostumbrados a las historias con finales felices, en esta saga se muestran los finales reales. ¿Es que acaso la única felicidad existente es al lado de otra persona? ¿Qué hay del ser completo en sí mismo, que disfruta de su paz y sus silencios? ¿Es menos feliz por elegir la individualidad? ¿O está siendo prejuzgado por una sociedad que impone la descendencia como única forma de inmortalidad?
Es en el tercer libro, La isla en el Aire, donde se ahondan las cuestiones del binario y las complejidades amorosas de la saga. Y aunque algunos personajes se nieguen a creer en el destino, éste siempre ha estado escrito en las estrellas.
“- Todo lo que amo lo destruyo… - soltó él, en un susurro.
- Entonces ámame hasta destruirme…”

En Hechicera de relojes, la magia es una parte fundamental de la identidad de Anastasia, la protagonista. Ella es humana pero ha recibido, por herencia familiar, el don de manipular el tiempo (por medio de los relojes que fabrica) y los elementos de la Naturaleza (haciéndolos intérpretes de sus emociones). Al enamorarse de Iván, un hombre completamente pragmático sin interés ni sensibilidad por la magia, Anastasia se enfrenta a un dilema que nada tiene de fantástico y sí mucho de humano: ¿debemos /podemos renunciar por amor a la esencia de nuestra identidad? ¿Cuánto estamos dispuestos a ceder a cambio del amor de otra persona y qué elegimos preservar, no importa a qué precio?

El fantasy aquí es meramente una excusa: Anastasia podría no ser hechicera sino artista, cocinera o deportista, y el dilema sería el mismo. Su propio camino de heroína será el de autodescubrirse, redefinirse como un ser humano complejo, con talento para la magia (le guste o no al hombre que ama), y encauzar su vida en esa dirección. Y también, dejar que Iván ejerza su derecho de decidir si está dispuesto o no a caminar a su lado, con magia y todo.
La precuela de Hechicera de relojes, Hechiceros de tesoros, cuenta la historia de los abuelos de Anastasia, Elis y José. En ambas novelas los personajes aprenden a crecer en el amor: Anastasia e Iván crecen en su relación de pareja; Elis y José crecen en el amor de sus familias del corazón, elegidas por fuera de los lazos de sangre, que les dan la confianza y las alas que necesitan para construir su propio camino juntos. En esta novela, los poderes mágicos que ambos poseen (y que, a diferencia de Anastasia, descubren tardíamente y deben aprender a utilizar) son solamente el marco de la historia, la excusa para hablar de la forja de la identidad y el precio que estamos dispuestos a pagar por defenderla.
Se suele creer que el fantasy necesariamente implica un planteamiento épico. Puede pensarse, entonces: ¿qué tiene de épico una historia de amor en la que nadie enfrenta dragones, ni cruza territorios plagados de orcos, por llegar al ser amado? La apuesta en Hechicera de relojes y Hechiceros de tesoros es generar una épica de la vida cotidiana: narrar y valorar las batallas que peleamos por nuestro derecho a amar y a que nos amen como somos, al precio que sea. El “viaje del héroe / de la heroína” se reanuda todos los días.

El amor atraviesa estas novelas del nuevo fantasy argentino de muy diversas maneras: como destino, como imposibilidad, como camino a elegir, como épica… En todos los casos, las historias son metáforas de distintas maneras de vivir el amor humano; leer fantasy opera, entonces, no como evasión de una realidad que nos abruma, sino como un medio para conocerla mejor y, tal vez, decidirnos a emprender nuestro propio “viaje del héroe” al terminar de leer la última página.

 

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