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CRÓNICA

 

Rescatando protagonismos del Yo... José de San Martín

Francisco A. Peluso

El Santo de la Espada

I

Su disciplina en el incipiente ejército argentino era estricta, y él daba el ejemplo haciendo equilibrio entre su condición de jefe máximo y hombre de confianza para todos sus subordinados. En “El Santo de la Espada”, Ricardo Rojas cuenta que en cierta ocasión fue a verlo un oficial, quien le confesó con pesadumbre y arrepentimiento que había usado dinero de la caja del ejército para jugárselo. San Martín le entregó dinero propio para que lo repusiera en el erario militar y le dijo: “Entregue ese dinero a la caja, pero guarde el secreto, porque si el General San Martín llega a saber que usted ha revelado lo ocurrido, lo mandará a fusilar”. Imagine el lector el efecto que esta sentencia habrá tenido sobre la conducta futura del oficial, mucho más efectiva que cualquier otra sanción oficiosa.

II

También es conocida su anécdota con el centinela de guardia que tenía orden de no dejar pasar al arsenal del regimiento con botas herradas y espuelas. Para probarlo, él mismo fue dos veces con ese calzado y fue detenido por el cabo. Tras ello, se presentó con alpargatas y le dio una onza de oro al soldado, quien había puesto a una institución - la ley del lugar - por encima de cualquier persona.

III

En el valle del Uco, Mendoza, ante la inminencia del cruce de los Andes y sus preparativos, conmovido por las condiciones de precariedad en el nacimiento de un indio pehuenche, lo tomó en sus brazos, solicitó su bautismo y se ofreció generosamente a ser el padrino.
En sus memorias, el general Miller cuenta: “A los dos días de la llegada de los indios parió una de las mujeres, y enseguida fue inmediatamente al río acompañada de dos mujeres de su misma tribu, se metió en el agua con el recién nacido y permaneció bastante tiempo, a los pocos días después partió con todos los demás para su tierra, completamente restablecida”.
Miller termina el relato señalando que antes de partir, Fray Francisco de Inalicán se ocupó de arrancar el alma del chiquillo de las “garras de Satanás” con un bautismo realizado en el cuarto del General.

“Es una historia que me emociona, porque nos muestra un San Martín más cercano, preocupado por los aborígenes, a quienes consideraba sus hermanos”.


 

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