El lenguaje es la habilidad de ‘significar’ en los tipos de
situación o contextos sociales que son generados por la cultura.
(M.Halliday)
El concepto de registro proviene de la sociolingüística,
disciplina que estudia el lenguaje como comportamiento
social, es decir su consideración como hecho histórico,
ideológico, ligado a situaciones de uso, lo cual implica
también el reconocimiento de la falta de uniformidad en
el uso del código.
Con el término registro se designa, entonces, al conjunto
de elecciones lingüísticas que el usuario lleva a cabo en
cada acto de enunciación y que está determinado, entre
otras cosas, por la variedad dialectal o regional que utiliza,
por su variable sociocultural y por el grado de formalidad
con que realiza la comunicación. Al sintonizar todas esas
variables el hablante ajusta su registro a cada situación
comunicativa concreta: “Ser ‘adecuado a la situación’ no
constituye un extra optativo en el lenguaje; es un elemento
esencial de la habilidad para significar”. Por lo tanto, en el
uso cotidiano, la mayor capacidad de adecuación al contexto
y a la finalidad propuesta, redundará en una mayor eficacia
comunicativa.
Por otra parte, el tema del registro dentro del uso literario
implica considerar algunas cuestiones particulares. En
primer lugar, el uso específico que hace la literatura del
lenguaje y que tiene que ver con crear un hecho estético.
Esto deviene en un trabajo de la palabra en donde la función
referencial, meramente informativa, está supeditada a la
función poética (Jakobson) o autotélica (Plett), en la cual
el lenguaje está autoreferido o volcado a la creación del
universo discursivo intratextual. Por esto, a diferencia de
otros discursos, el literario es esencialmente plurívoco y
ambiguo, ya que explota (y explora) al máximo las
posibilidades expresivas de lenguaje no sólo en su aspecto
semántico sino también en su aspecto material (fonológico,
morfológico y sintáctico, lo que Jakobson llama “el lado
palpable de los signos”) en función de la significación
textual.
La construcción literaria, entonces, implica una
perspectiva particular que se adopta frente a la “realidad” y
la relación con ella: no es de referencialidad sino de
representación creativa. De este modo, todos los elementos
extratextuales (entre los que podríamos incluir las
particularidades de uso de la lengua, como es el caso del
registro) llegan al texto a través de sus propias leyes, con
una influencia decisiva de la intencionalidad del autor que
trabaja con y a partir del lenguaje.
Asimismo, el hecho literario supone un desdoblamiento
enunciativo que lleva a considerar, por un lado, a un sujeto
empírico, real -que es el que produce la obra de ficción- y
que por lo tanto está sujeto a un contexto histórico, a una
realidad sociolingüística desde la cual produce su escritura
y realiza elecciones lingüísticas funcionales a la obra literaria.
Pero más allá de lo que el texto se proponga representar
(podría tratarse por ejemplo de una historia que se ubicara
en una época diferente a la del autor), el registro constituye
un rastro, una señal posible para realizar lecturas que pueden
responder a diversos intereses (sociológicos, históricos,
ideológicos, etc.) así como para contextualizar la obra.
Por otro lado, el propio texto recrea variedades de lengua
de los sujetos que se inscriben en él (narrador y personajes)
y “exige” al lenguaje en todas sus posibilidades en la medida
en que debe representar el contexto compartido. Y aquí se
abre el infinito espectro de posibilidades para trabajar desde
la escritura literaria.
El registro en el discurso literario - por María Angélica Basualdo (Licenciada en Letras e Investigadora de la
Universidad de Buenos Aires )