Apuntes Literarios
 

La literatura argentina tiene raíces y caracteres que la distinguen luminosamente de otras ya sea por derecho propio o ganado. Se ha forjado paso a paso, sin prisa pero sin pausa. Acción que deviene en la certeza de un acervo vasto, rico y sostenido que late y crece en todos los contornos de nuestra frontera desde cada obra y con cada autor.
Sin espacios para la duda, podemos afirmar que posee los mismos atributos de las grandes literaturas del mundo porque la hemos forjado desde nuestra propia identidad y tradición.
Desde los orígenes su visión cosmopolita y universal con tendencia hacia lo fantástico ha sido marcada por el peso de la inteligencia y del sentimiento, circunstancia que acaso nos alejó del reflejo de España, aunque por otro lado nos es imposible dejar de reconocer la influencia francesa, inglesa e italiana, inclusive.
En la literatura argentina confluye lo autóctono con lo externo, hecho que la distingue del resto de los países latinoamericanos donde lo autóctono es lo que tiene preponderancia. No podemos negar que se originó en un país con baja influencia indígena y de estructura social diferente, cuyos índices de desarrollo cultural fueron muy marcados hasta los años setenta. Por circunstancias fundacionales, por aporte de las tradiciones y costumbres de las corrientes inmigratorias y por desarrollo nuestro país es un lugar heterogéneo, del mismo modo nuestra cultura y nuestra gente. Por ende el producto de nuestras letras prohíja multiplicidad en las palabras y la peculiaridad de las miradas sobre ellas. A modo de rápido resumen podemos decir que El Matadero de Esteban Echeverría inauguró la narrativa argentina desde el paisaje y desde los acontecimientos. Lo siguieron Domingo F. Sarmiento, José Mármol, Miguel Cané, Lucio V. Mansilla y José Hernández mostrando en sus obras nuestra identidad como individuos y como nación. Poco tiempo después, el modernismo asomó desde la pluma de Lugones quien concatenó las emociones, el hombre, el paisaje y la razón con la impronta del destino, arriesgándose hacia otros horizontes. Y la ciudad no podía faltar. Nuestra ciudad, abierta, oscura, ajena, propia, pródiga, caricaturesca con sus personajes míticos, dispares y terriblemente cercanos, llegando de la mano de Roberto Arlt, en Los siete locos y en la poesía de Evaristo Carriego.
A mediados del siglo XX, Borges comenzaba a ser una figura distintiva en la poesía, el ensayo y el cuento. Estudioso e investigador incansable tradujo textos de los mayores exponentes de la literatura universal, descubriendo y acercando a nuestra cultura otras literaturas y la obra de autores aún no reconocidos en su tierra, tal el caso paradojal de Franz Kafka. Sabemos hoy con justo orgullo que toda la obra de Borges ha trasvasado las fronteras del mundo y del siglo y con ella nuestra literatura.
Por otro lado Leopoldo Marechal y Julio Cortázar desde el contenido y la técnica cambiaban el mapa literario de la novela argentina con Adán Buenosayres y Rayuela. Manuel Puig iniciaba otra línea narrativa fusionando y alterando géneros, que aún sorprende por la diversidad de registros.
Y Ernesto Sábato diferenciando el hilo argumentativo de la ficción.
Pero la magia y la extrañeza del cuento habían pegado fuerte en los escritores de esta tierra. Así Julio Cortázar nos sorprendió y nos hizo jugar con sus cuentos dentro del cuento y lo acompañaron por ejemplo: Bioy Casares, Manuel Mujica Lainez, Marco Denevi, Silvina Ocampo, Isidoro Blaisten, Juan Filloy, anecdóticos, ambiguos, fantásticos, sorprendentes en cada línea y en cada texto. Hubo otros como Rodolfo Walsh que señalaron desde la ficción el umbral del testimonio y la denuncia. Y la voz de los poetas a tiempo marcando el ritmo en esta historia: Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Joaquín Giannuzzi, Olga Orozco, Juan L. Ortiz, Juan Gelman. Podríamos seguir y seguir. Son muchos los que conformaron ya desde la narrativa, ya desde la poesía un universo multifacético que generó la atención y el reconocimiento mundial cuyos ecos aún persisten. La luz no se ha apagado y el camino ha quedado abierto, hoy marcan rumbos en él otros escritores desde la creación y desde la docencia, tal es el caso de Beatriz Sarlo, Griselda Gambaro, Juan José Saer, Abelardo Castillo, Héctor Tizón, Ricardo Piglia, Luisa Valenzuela, César Aira, Liliana Hecker, Pablo de Santis, Alan Pauls por nombrar algunos a sabiendas de ser injustos.
En conclusión: la literatura argentina respira a través de la poesía y la narrativa con ritmo en las voces, con sonidos en el silencio, con ecos reconocibles desde el sur a las antípodas. Y eso no es poco.


De Borges referido a L. Lugones:

“Acaso cabe adivinar o entrever, o simplemente imaginar la historia, la historia de un hombre que, sin saberlo se negó a la pasión y laboriosamente erigió altos e ilustres edificios verbales hasta que el frío y la soledad lo alcanzaron. Entonces, aquel hombre, señor de todas las palabras y de todas las pompas de las palabras, sintió en la entraña que la realidad no es verbal y puede ser incomunicable y atroz, y fue, callado y solo, a buscar, en el crepúsculo de una isla, la muerte.”
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Abelardo Castillo

"ONDINE"

La sirenita viene a visitarme de vez en cuando. Me cuenta historias que cree inventar, sin saber que son recuerdos. Sé que es una sirena, aunque camina sobre dos piernas. Lo sé porque dentro de sus ojos hay un camino de dunas que conduce al mar. Ella no sabe que es una sirena, cosa que me divierte bastante. Cuando ella habla yo simulo escucharla con atención pero, al mínimo descuido, me voy por el camino de las dunas, entro en el agua y llego a un pueblo sumergido donde hay una casa, donde también está ella, sólo que con escamada cola de oro y una diadema de pequeñas flores marinas en el pelo. Sé que mucha gente se ha preguntado cuál es la edad real de las sirenas, si es lícito llamarlas monstruos, en qué lugar de su cuerpo termina la mujer y empieza el pez, cómo es eso de la cola. Sólo diré que las cosas no son exactamente como cuenta la tradición y que mis encuentros con la sirena, allá en el mar, no son del todo inocentes. La de acá, naturalmente, ignora todo esto. Me trata con respeto, como corresponde hacerlo con los escritores de cierta edad. Me pide consejos, libros, cuenta historias de balandras y prepara licuados de zanahoria y jugo de tomate. La otra está un poco más cerca del animal. Grita cuando hace el amor. Come pequeños pulpos, anémonas de mar y pececitos crudos. No le importa en absoluto la literatura. Las dos, en el fondo, sospechan que en ellas hay algo raro. No sé si debo decirles cómo son las cosas.

Fuente: ABELARDO CASTILLO, Cuentos Completos, Ed. Alfaguara, 1997

Abelardo Castillo, escritor argentino, nació en 1935, es narrador y dramaturgo. Entre sus libros de cuentos figuran Las otras puertas (1963), Cuentos crueles (1966) y Las panteras y el templo (1976). Desde 1959 fue inspirador de grupos literarios y fundador de una influyente revista literaria, El grillo de papel, que para evadir la censura militar debió rebautizarse El escarabajo de oro y El ornitorrinco.
Aunque partiendo del realismo social, muy influido por la filosofía del existencialismo francés, especialmente por Jean-Paul Sartre, derivó a una narrativa de tintes cercanos al expresionismo.


Acerca de la literatura argentina - por Marta Mutti