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El Tábano: Picar para resistir

por Bettina Casale Cervini *

El tábano

 

l primer año de mi amiga Martina en el glorioso Nacional de Vicente López, como lo llamaban por ese entonces los selectos estudiantes del colegio fue el primer indicio para que nuestras vidas dejaran de ser las de unas niñas de clase media empobrecida.

Tener doce años, vivir en la populosa localidad de Carapachay y tener el tupé de ser buena alumna no ayudaba demasiado a la hora de socializar con nuestros pares.
Las chicas del curso olían a perfume importado, con sus carpetas de cartón a colores, medias azules, delantal blanco con tablitas, moño y mocasines negros nuevos. Nosotras éramos la antítesis; vestíamos un delantal enorme, las medias peladas, los gastados zapatos de cuerina y usábamos una carpeta de cartón negro.
Corría el año 1981 en una Argentina silenciada por el terrorismo de Estado y en la antesala de un conflicto armado que sería el comienzo del final para la cruenta dictadura. La escuela no era ajena a los avatares políticos y económicos; nosotras, las estudiantes sabíamos que la frase “el silencio es salud” había calado hondo en nuestra psiquis y que, siendo mujeres, el deber ser y no rebelarse era nuestra única opción.
Al cabo de unas semanas, Jorgelina, Bibiana, Martina y yo nos hicimos amigas. Bibi, compañera circunstancial de banco de Martina le susurró al oído en un recreo que ella también se sentía sapo de otro pozo en ese salón. Con bronca recuerdo que estábamos juntas solo para sobrevivir a las burlas de los chicos del curso y a la indiferencia y el maltrato de las otras chicas.
Lo cierto es que una tarde de 1984, cursando el cuarto año, con una democracia incipiente y con algunos miedos superados; cansadas del destrato y de la poca atención que los docentes nos prodigaban cuando le referíamos que nos estaban hostigando decidimos dejar de ser las chicas nerds, pobres y raras y tomar cartas en el asunto. El detonante fue un cumpleaños de quince al que – por supuesto- no fuimos invitadas. Fernanda, la chica agasajada, vivía en el coqueto barrio Golf de Olivos y sus padres, profesionales universitarios le habían dicho que podía invitar a la casa a algunas chicas que, por razones presupuestarias, no podían ser incluidas en la fiesta a todo trapo que le harían a la semana siguiente en el Sheraton Hotel. Esas chicas éramos nosotras. Estuvimos todo un mes charlando horas por teléfono e intercambiando revistas de moda para saber qué íbamos a ponernos ese día, aunque sólo fuera una cena en la casa de Fernanda.
El día esperado llegó y mis papás nos llevaron en auto a la casa de la cumpleañera. Jorgelina y yo nos pusimos un vestido negro pero el mío tenía además un cinturón de tachas porque mi estilo heavy metal así lo estipulaba. Llegamos con las manos llenas. La bolsa con el regalo y la infaltable lata de duraznos - para no caer con las manos vacías- como siempre decía mi abuela.
Recuerdo la cara de horror de la mujer delgada que nos abrió la puerta. Dijo- pasen- con tono lúgubre y con absoluto asco tomó la lata de duraznos y la botella de gaseosa que le ofrecimos con el pecho inflamado. Era Laura, la madre de nuestra compañera.
La fiesta transcurrió sin mayores sobresaltos, excepto por los mordaces comentarios de la progenitora de Fernanda quien nos dejó muy en claro que la clase social importa y que ser buen estudiante siendo pobre no nos garantizará un lugar como el que ella ocupa, a menos – dijo – que tengan la suerte de casarse con alguien adinerado.

El Tábano

Salimos de la casa de Fernanda con la cabeza gacha y con el alma destrozada. Los hijos son el fiel reflejo de sus padres. Cómo haríamos para no ser más víctimas del bulliyng si nuestros padres, nuestros docentes y los adultos en general sólo atinaban a decir que esas eran cosas de chicos y que, como tales, se arreglan entre chicos.
Volvimos a la escuela y nos juramos venganza. El centro de estudiantes comenzaba a funcionar y su presidente, Marco de quinto año turno mañana fue nuestro mejor aliado aunque no fuera consciente de ello en un primer momento.
El trabajo de investigación llevó dos meses. Cada foto, cada comentario, cada chisme que corría por los pasillos del Nacional era documentado por nosotras con el olfato y la perseverancia de un perro cazador. Poco tiempo me costó convencer a Marco y a los chicos del Centro de estudiantes de crear un órgano de difusión interno del colegio. El mayor escollo fue sortear la caracúlica mirada y gestualidad de la rectora quien se oponía rotundamente a la idea de tener una revista escolar.
La idea dio sus frutos y en noviembre de 1984 el primer ejemplar de El Tábano vio la luz con dos notas firmadas por mí y por mi amiga Jorgelina. El pasquín de marras pasó a ser un elemento esencial para comunicar reclamos, pedir consejos, ayudar a otros con las materias más duras pero, por sobre todas las cosas, se convirtió en el mejor espacio de avisos clasificados que incluía intercambios de todo tenor. Todos leíamos El Tábano; todos queríamos escribir allí y tener nuestros quince minutos de fama. Todos, hasta las estiradas de mis compañeras- Ese fue el principio de nuestra adorable revancha.
Marco estaba feliz con la revista, los directivos y docentes habían comprobado la inocencia de sus páginas y, por ende, poco reparaban en su contenido cuando promediaba 1985 y éramos los más grandes de la escuela.
El viaje a Bariloche nos dio la letra final. Marco dio el ok y sacamos un suplemento – a color – que recordaría el paso de la promoción 85 por la escuela. La única condición era que se repartiera el día de la fiesta de egresados.
La cara de Fernanda, de sus padres, de la de las chicas de hockey del náutico y de los chicos de Rugby del Olivos junto con el soponcio que tuvo la rectora hizo el resto.
Nosotras nos miramos con sonrisa cómplice y nos hicimos fuertes ante la soberbia de clase mientras escuchábamos los llantos histéricos de nuestras ex compañeras quienes en vano trataban de explicar las elocuentes imágenes de noches descontroladas donde el humo, el sexo y los narcóticos junto a algunos compañeros ilustraban las páginas del suplemento El Tábano que recorro, cuarenta años después desde el escritorio donde doy vida a mis escritos.

...

* Bettina Casale Cervini. Profesora de Lengua y Literatura. Universidad de Buenos Aires. Periodista. Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Universidad de Buenos Aires (UBA). CUI. Profesora de español para extranjeros con Postítulo Programa Nuestra Escuela. Literatura y Escritura. En Radio se desempeña como Productora Periodística. Conductora-Columnista de Política Internacional. Jefa de noticias (turno noche) del servicio informativo de LS1 y FM 92.7 Mhz. Lleva 25 años trabajando como periodista.
@beuboxea /
beuboxea@gmail.com


 

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