Deslizándose en la frontera inmortal de lo real y lo fantástico al ritmo de Samanta Schweblin.
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Aldo F.M. Ferrante *
“Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá entre nosotros, dará su sombra en nuestra memoria”.
Julio Cortázar.
Pasarán cinco minutos de silencio. Serán cinco días también, y tal vez también, más. Seguramente muchos más. Y después de todo, qué importa el número del tiempo, si al llegar al punto final de un relato, un cuento, al final de una historia bien contada, la cabeza viaja a otra velocidad, descubre otros espacios, interpreta todo de alguna forma u otra – y sin la mínima intención de averiguar por qué – con el prisma que desgrana la luz blanca en un tobogán multicolor. Decir “cinco minutos” es la metáfora de que lo breve, lo mediato, lo acotado, resultan infinitos. Es dialéctica. Nada es lo mismo después de una buena lectura aunque la definición de semejante concepto esté sujeta a la interpretación del lector variopinto.
Hablar de notorias, influencias kafkianas o de Cortázar es, en un punto, redundante cuando se quiere explicar la atmósfera opresiva y la fuerza rítmica del relato. Pero no menos cierto resulta que Samanta Schweblin lleva al lector hasta el cenit de su poder narrativo cuento tras cuento con esos elementos a modo de ingrediente.
En su debut editorial (“El núcleo del disturbio”, 2002), la escritora transita aquellos modelos reconvertidos desde su pluma prominente, creando escenarios que van de la roadmovie a la instalación artística contemporánea, donde los protagonistas se hunden en la violencia, el enfado, la irritabilidad, la desesperación, la locura, el absurdo y la gracia. Cuentos que, ya en su clímax, nos llevarían a la figuración de escucharlos en las voces de Soriano, Poe o soñarlos en un cuadro de Dalí. La realidad se torna difusa y lo fantástico dudoso, absolviendo a los actores en la subjetividad perturbada de quien lee.
El escritor y guionista Vicente Battista, opinó tras la aparición de Samanta Schweblin con su primer título que los cuentos de la autora “atrapan y alucinan (…) No existe el libro perfecto, lo sé, pero ‘El núcleo…’ se acerca bastante a esa utopía”.
Transición y estilo
Multipremiada y afianzada como una referencia ineludible de la Nueva Narrativa Argentina, Samanta Schweblin publicó entre 2009 y 2015 tres libros más. Estas producciones significan, quizás, una transición hacia un estilo personal definitivo, el sello, la marca que deja huella. En el debut literario, Schweblin, inicia la búsqueda, dejando anclados leves guiños sobre las relaciones de familia y lo siniestro (Mujeres desesperadas; Más ratas que gatos; La pesada valija de Benavídez).
“Pájaros en la boca” (2009) incursiona aún con mayor precisión en lo fantástico, el horror y lo inverosímil. Al modo de los más encumbrados, unas pocas páginas, un par de carillas apenas (Mariposas; Última vuelta; Perdiendo velocidad), alcanzarán para amalgamar historias que solapan otras, apelando al desconcierto y lo trascendente. Decir y no decir, lo más valorado de la literatura: el peso de la palabra. La paleta contextual condensa al extremo otras vetas artísticas que impregnan el subconsciente de la lectura. Y otra vez cabe el cuestionamiento, ese dulce e inquietante interrogante entre lo que es y lo que parece ser. Realidad y fantasía, una o la otra o las dos al mismo tiempo. Y en sus protagonistas la inmutabilidad ante lo inadmisible, eso que es imposible. Es, sin dudas, el más oscuro producto Schweblin.
Una veta que asoma como tópico conceptualizador – una vez más – en “Pájaros...” es la cuestión familiar en algunas de las historias que componen el libro. Las alegorías dramáticas y catastróficas en lo que a relaciones refiere (Papá Noel duerme en casa; Pájaros en la boca; El hombre sirena; Mi hermano Walter; Bajo tierra) se convierten aquí en un adelanto concreto de lo que vendrá.
La novela que fue cuento y al cuento otra vez
Con “Distancia de rescate” (2014) y “Siete casas vacías” (2015)Samanta Schweblin llega a una etapa en la que se vuelca más al realismo. No pierde el halo fantástico primigenio definitivamente, pero en sí mismo formula problemáticas un poco más palpables y, ahora sí, con la familia como eje principal y terrores y temores de otra clase.
La novela “Distancia de rescate” es un drama extraordinario, atrapante por la multiplicidad de voces que impregnan al relato un vértigo hipnótico desde el inicio. Dos madres, sus esposos, dos hijos, el campo como sitio vacacional, una historia contada ¿por quién? ¿A quién? ¿O se trata de varias historias idénticas? La denuncia social, aquí componente al desnudo y novedoso en Schweblin, sirve a la vez de mecanismo ambiguo cuando se descubre de qué se habla cuando se habla de distancia de rescate en esencia. Todo cambio sustancial, radical – en este caso los métodos de siembra y cosecha modernos –tiende a arrasar con el propio ser humano y deja consecuencias sólo evidentes cuando llega la tragedia. A partir de ella la controversia con uno mismo: ¿hasta dónde es flexible la cuerda con la que cercamos a nuestros hijos para un mayor control? ¿Está todo bajo control si está a la vista? ¿Cuán gruesa es esa cuerda o ese hilo por el cual los mantenemos a salvo? ¿Y si la pestilencia la esparcimos los propios padres al ritmo de una odisea generacional? ¿Son las cosas como creemos y percibimos? Acaso la enajenación a priori invisible, sea sufrida a modo de – y ya que citamos a Cortázar – otra noche boca arriba.
“Siete casas vacías” es la última estación del viaje. Al despojo de los escenarios múltiples de los trabajos iniciales, Samanta Schweblin deposita la mirada creativa sobre los problemas familiares. Toma la pluma como un bisturí y desgrana la piel de las filiaciones humanas y sus comportamientos ahora en casas o departamentos propios o ajenos, o hasta en autos. Locuras y desvaríos varios, urgencias angustiantes, revelaciones tardías y relaciones peligrosas que ponen a prueba prejuicios y temores en manos del lector es hoy lo siniestro y aterrador. En la Schweblin realista todo aquello se traduce como vínculos familiares.
El escritor, periodista y sociólogo Damián Huergo, sintetizó con justeza que el libro “tematiza el terror familiar, pero en particular disecciona los miedos de los que pasaron los treinta y buscan otras formas de adultez. Schweblin se nutre de tal conflicto (…) El problema de ‘Sietes casas vacías’ no es la familia en un plano psicoanalítico, sino los modos de casas que queremos construir para que no se vacíen al ocuparlas”.
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Serán cinco minutos de silencio abrumador, entonces, o cinco días también, y tal vez también, más. Seguramente muchos más. No tiene valor el tiempo tras el punto final mentiroso. Será entonces un lapso autoritario en el que la indagación resulte ser encontrarse en la esquina de una entrelínea, en un cruce de oraciones, detrás de un blanco, un silencio fugado, reconociendo algún grito, eligiendo la estrechez de la imagen secreta que vuelva a escabullirse paradójicamente en otra historia con espejos de frente que nos muestren quiénes somos sin ser nosotros mismos y al mismo tiempo sí, acompañados de la otredad, reconvertidos, desandando contextos cotidianos, normales, desnaturalizados, oníricos y absurdos. Pero todo será, apenas, una burla auto impuesta para vivir nuevamente la experiencia de leer a Samanta Schweblin.
Samanta Schweblin nació en Buenos Aires en 1978. El núcleo del disturbio obtuvo los premios del Fondo Nacional de las Artes y el Concurso Nacional Haroldo Conti. Le fue otorgado también el premio Casa de las Américas por Pájaros en la boca, obra traducida a trece lenguas y publicada en más de veinte países. En 2012 recibió el premio francés Juan Rulfo de cuento. Su último libro, Siete casas vacías ganó el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero y el cuento “Un hombre sin suerte”, allí incluido fue premiado en el último certamen internacional Juan Rulfo. En marzo de 2016, el actor, director y dramaturgo argentino Pablo Messiez llevó a las tablas españolas una adaptación de la novela “Distancia de rescate” a la que tituló “La distancia”.
Samanta, acerca de La Schweblin
“Distancia de rescate era un cuento que pertenecía Siete casas vacías. Un cuento que me dio mucho trabajo y cuándo entendí que el problema era un problema de longitud quedó afuera de este libro (…) Hay una crisis de la familia con la que nuestra generación creció. La familia es la primera gran tragedia con la que todos aprendemos a crecer y a empezar a entender el mundo”. Infobae Cultura, agosto 2015.
“Más allá de los géneros, me interesa la tensión que se crea palabra a palabra. Un relato no se escribe del todo en el papel, sino que se completa en la cabeza del lector, con sus recorridos, cortes y palabras.”. La Nación, septiembre 2015.
"A mí me frustraba mucho el lenguaje (…) La literatura me dio la oportunidad de poder manipular el lenguaje con una pinza casi científica, aunque tome días, meses, años para decir exactamente lo que quiero decir". BBC Mundo, octubre 2015.
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* Aldo Ferrante. Nacido porteño en mayo de 1971. Criado y crecido en el partido de San Martín. De oficio periodista, también aprendiz de escritor y músico amateur. Publicó cuentos, poesías y artículos literarios en Antologías y revistas de Cultura. Se autodefine como "cronista sensorial en continuo aprendizaje".
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