La hija del Almirante
por Patricia Moltedo
amina, empuja el agua, que más que un río parece el mar. El mismo que se lo llevó. Agita su cabeza, la brisa costera juega con sus rulos. Atrás quedan los juntos y la costa solitaria. Delante las mansas aguas marrones son lo que son, un inmenso estuario vacío en esa tarde rojiza. No hay nada en él, pero no para ella. Su padre, un almirante, le habló muchas veces de eso. No duda, recuerda las palabras, ...en algún lugar, hija, el marino que no vuelve, espera... solo espera. Está segura que lo encontrará. Lleva puesto el traje de novia que no estrenó, cientos de pequeñas perlas tiñéndose de naranja con el sol que desciende resignan su suerte. Ella cree otra cosa, cree lo que quiere, entonces ve el navío y funde en el olvido de los fantasmas, las batallas... la muerte.
Mira el anillo, el agua la moja despacio. Humedece su piel con frío ajeno, la invade. Sigue, camino y pasa, entre las aguas. Recorrerá el mismo rumbo, su corazón en cada golpe de sangre anuncia que va hacia él. Siente el agua en la cintura. El frío, le dice que todavía está viva despidiéndola. La mirada al frente, a ese horizonte azul, que no sabe ni le importa. Segura, plena. El destino no elegirá por ella. Es su venganza. Algo roza el aura, los juncos verdes y armoniosos bailan o ¿Son ellos en aquel rondó? Los círculos del agua marcan las vueltas. Es como si lo estuviera escuchando. Sí, lo escucha… Le responde a viva voz… -¡Voy!- con gritos, amor y ceguera… - Tu voz- dice…, tu voz, tus palabras, ¿dónde estás? El agua llega ahora casi hasta el cuello. Siente el palpitar fuerte, no cede. Solo vacío, solo silencio… solo agua. Las enaguas y el vestido blanco pesan. Cierra los ojos y se deja ir hacia el fondo. Las perlas diminutas se pierden con ella en el fondo. Cierra los ojos y al fin lo ve…
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