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Reencuentro

por Luis Elorriaga *

n la terminal de ómnibus de Villa Gesell había muy poca gente. Con un taxi llegó al Hotel Tobruck, a pocas cuadras de allí. Había reservado la estadía de una semana para descansar y reencontrarse consigo misma. El conserje la ayudó con la valija y el bolso. Luego de registrarse y acomodarse en la habitación, bajó a tomar algo caliente, lo deseaba, a pesar del cálido ambiente que se percibía en la ciudad. El clima era ideal para la playa y el pronóstico para esa semana así lo aseguraba.
Caminó un largo rato deteniéndose en los negocios a mirar que ofrecían en sus vidrieras. No compró nada a pesar del acoso de los vendedores apostados en la calle. Quería descansar dos o tres días, despejarse completamente, recuperar la posibilidad de estar a solas consigo misma. Y se preguntó que si uno realmente se encuentra consigo mismo ¿está solo? Luego compraría aunque más no sea alguna cosa para sus sobrinos.
El día pintaba muy bien. Bajó a desayunar; había dos turnos y ella lo hacía en el primero, a las 8. El café con leche estaba bueno y las medialunas, que hacían allí en el hotel eran buenísimas. Doradas, crocantes y no muy grandes e invitaban a pedir más.
Mientras acomodaba el bolso de playa para ese día recordaba lo bien que lo había pasado ayer. Tomó sol, caminó a gusto por largo rato y el agua la recibió con tranquilidad, no había inquietud en el mar. Un día ideal de playa. A veces se da, otras hay que soportar el mal tiempo, la lluvia o el mar inestable y peligroso que arruina las expectativas de la estadía.
Bajó presurosa porque se habían hecho las 8,40 y a las 9,15 bajaba el otro turno para el desayuno. No lo disfrutó porque tuvo que hacerlo con premura. Antes de levantarse tomó el bolso que había dejado al lado de la silla y se movió bruscamente sin notar que en ese momento pasaba una persona detrás de su silla; el encontronazo no resultó delicado para ninguno. Se disculparon mutuamente y él, luego de mirarse cara a cara, atinó a decir suavemente – ¿Claudia? – Ella reaccionó de inmediato, casi con un grito – ¿Marce…? – No terminó de nombrarlo cuando se encontraron abrazados. Se observaron con detalle y los dos habrían dicho que en ese comedor había viento y la arena era molesta a los ojos.

– ¿Estás parando aquí? – preguntó Marcelo.
– Sí, y por lo que veo, vos también.
– Vine a descansar, sí a descansar para tener la cabeza libre. A veces hay decisiones que necesitan de una previa reflexión y para conseguirla importan la tranquilidad y la serenidad. Veré que sucede. Y vos ¿cómo estás?
– Bien, sin mayores quejas. Es tu turno para el desayuno, no te demoro más.
– Acompáñame, aunque más no sea con un café. Dale, quédate.
Ella titubeó y luego agregó: – Bueno, un café. Luego quiero ir rápido a la playa. Yo también busco desestresarme y lo estoy consiguiendo.
Un día más tarde acordaron cenar juntos. Ambos eligieron platos, si bien distintos, con pescado. También bebieron un vino blanco que eligió ella. Conversaron animadamente y por un buen rato. Ese rato había superado las tres horas largamente. ¿Cuántas cosas recordaron? ¿Qué preguntas tenían el uno para el otro, que no se animaban a formular? ¿Cuánto tiempo había significado para cada uno de ellos estos cinco años separados? ¿Por qué ese entusiasmo cuando se encontraron y luego esta relativa calma como si nunca se hubieran distanciado? Sus ojos se encontraron muchas veces, sin poder quitarlos de los del otro, aunque quisieran. Rieron a carcajadas con las ocurrencias mutuas. Cantaron, en voz baja, a dúo, recordando las canciones que solían disfrutar juntos. Aquellos momentos felices volvieron uno a uno como sino pertenecieran a los recuerdos. También sobrevoló la charla el desencuentro, aunque ambos evitaron profundizar sobre el tema, como si no quisieran arruinar aquella velada, para quizás pronunciarse más adelante. Finalmente, el café cerró la cena. Caminaron despacio y en silencio, apreciando la noche acompañada de estrellas y una inmensa luna llena, mirándose de vez en cuando y sonriéndose. ¿Estaban felices? ¿Quién podría asegurarlo? Además, por qué no dejarse llevar por esa corriente cálida y vibrante que ¿a quién no le ha sucedido? de pronto se nos instala y nos llena de gozo compartido, que todo a nuestro alrededor parece mejor que nunca. Dejarían pasar el día de mañana y se citaron para el siguiente, bien temprano en la playa, antes de que amaneciera, para poder apreciar la salida del sol juntos. Se despidieron hasta entonces.

...

* Luis Elorriaga. Nació y vive en Buenos Aires. Escribe poesía desde joven y también cultiva la narrativa y el periodismo cultural. Colabora en las publicaciones de Avatares Letras, Escuela de escritura: Avatares, apuntes literarios y algo más (Anuario de letras) y Asterión Letrario, periódico de letras. También participó en los libros publicados por Avatares: Antología de Cuentos y Poemas II, III y IV y de Argirópolis, Esquinas de nuestra historia (Ficciones históricas). Participa del Café del Padre Hernán (antes Café del abrazo literario) que se realiza en la Editorial San Pablo. Además, integra la Antología Palabras de luz, editada por dicho Café (La Casa del Bosque Ediciones, 2015). Asiste al Café del Círculo Literario de General San Martín. Expone desde hace varios años en la feria internacional del libro de Bs. As. En 2017, con el poemario Santa María del Buen Aire, poetas Argentinos Siglo XXI.

 

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