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Apuntes literarios

desde el Zahir hasta el Aleph

Victor del Duca

En el inconcebible universo exánimes paradigmas del objeto juegan a la muerte. Ya no alumbran con su destello las agónicas lunas del silencio. Ya no barren con su ímpetu agorero los cuerpos sedientos prestos a crepar. Todo sabe a todo, desde el Zahir hasta el Aleph, desde la vida hasta la muerte, desde el ingenio hasta el genio.
Una moneda común de nueve centavos que bien podría ser un tigre o un ciego de la mezquita de Surakarta da crédito a nuestra humilde vocación de mártires, porque el tiempo dibuja y desdibuja secuencias ligadas al concepto de una rebelión de musas pálidas.
Salvo pequeñas grietas la historia es inalterable. Un templo esférico de barro y agua es el que empalaga con su lívida existencia. Nadie logra atrapar entre sus manos el poder que le fue otorgado, porque una moneda en Buenos Aires resulta peligrosa. Un tímido cuerpo de origen metálico, y de lágrimas negras, asimila la ansiedad de crueles espejismos y de laberintos desérticos. Todos recurren al oro, a la plata y al platino sin saber que en el fondo todo metal aspira a la gloria.
El ejemplo más cruel que pueda otorgársele al cielo es otro cielo.
Una alquimia ortodoxa de alegría limitada es la que conjuga la inmortalidad del hombre, y es este quien, a fuerza de perdón, dilata el metal de misiles y salvaguardas. Todo sabe a pólvora cuando la explosión es nula.
Hacia el rincón mas apartado de un sótano cualquiera aguarda Borges su primera y última palabra. Un síndrome de hambre sin pan es lo que entretiene al vasto universo. Al “inconcebible universo”. Al ego sordo que jamás enmudece. Un juego fortuito, de imágenes encontradas, dilapida la posibilidad del todo. Así es como la bruma encandila al sol del más vil de los candiles. Presto a apagar la llama aguarda el decimonono escalón, amasijazo por una suerte de diminutos gritos de espionaje ligados azar. Son efectos de una espuma de ausente rabia los que dilatan una soledad multitudinaria, llena de regocijo fatuo.
Es una recta de diámetro infinito la que contiene la veracidad de lo absoluto. “¡El microcosmo de alquimistas y cabalistas!”
Puede que el silencio devore, con su acostumbrada suavidad, a aquellas apagadas voces amparadas por el suplicio de su heroica negligencia. Puede que todo sea cierto. Puede que un orificio sea la sustitución de lo que vemos. Puede que el rencor no advierta su localía en el amor del diablo. Puede que estemos equivocados y que el furor sea solo una misión.
Pareciera ser que la primera letra fuera la última. Pareciera ser que toda dimensión recurriera a un semblante sórdido donde lo dogmático fuera una solución jamás anclada. Pareciera ser que el cielo y el infierno nos invaden. Pareciera ser que la dama de Dante fuera la excusa y que el deseo fuera un calor invertebrado. Todo rumor asiste a un destino plural y certero cuando el “inconcebible universo” se despoja de toda sinécdoque.
“Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten”.
Hay un fatigado ardor que coagula en la verdad del plasma, en la rigidez de una dimensión gótica. Es una lluvia escarlata la que oxida al cielo Helenista, ese culto que aburre desde su propia eclosión.

Jorge  Luis Borges

La belleza es traicionera y el cielo una ecuación unánime. La libertad es el celo de un amor sin consecuencias. Nuevos registros de sal exigen a Dios cierto antagonismo para que el Zahir y el Aleph adviertan su necesidad física. El Zahir es una moneda que ubica espacio en el elemento, en la cosa. Es así como el todo absorbe su inteligencia en ese pequeño dato. Poco a poco la moneda sustituye al cosmos. Poco a poco la religión es vedada. Poco a poco todo deja de ser bello para hartar al confín de un nuevo y estoico ecosistema. Es la cosa la única frontera que admite al Zahir. “¿Cuál será el sueño y cual una realidad, la tierra o el Zahir?”.
En tanto el Aleph es la conjunción del todo: desde el tiempo hasta el espacio, desde el fuego hasta el agua. Todo está allí: los glaciares, las penínsulas, los montes. En el orificio de un escalón de una escalera se encuentra el Aleph, desde allí podemos advertir el todo, lo absoluto. Es Borges quien logra ver su figura en el Aleph y desde el Aleph. La contrariedad y el antagonismo son quizá la versión mas pura de esta adversa locación de tiempo.

LA COSA POR EL TODO. En el Zahir la moneda es la cosa que logra ser el todo, mientras que en el Aleph el Aleph es el todo ubicado en la cosa que es un orificio instalado en el decimonono escalón de una escalera en una casa de la calle Garay.
Es así como el infinito juega con la precariedad del hombre. Porque tanto el Zahir como el Aleph son una necesidad fisiológica, que alimentados por un rumor cárnico hacen de las cadenas una libertad tangible. Borges duerme para que el sueño aplaque pesadillas, porque en el “inconcebible universo” el Zahir, que es la cosa, dibuja pequeños Aleph, que son el todo, y así el mutismo logra desvalijar gritos de impertinencia.
Untados en resina de tiempo los dioses declaran cierto anacronismo que hacen del Zahir y del Aleph un primitivo consuelo aletargado, rígido e inmortal.


 

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