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Víctor Del Duca *
Atascado por un rígido estertor el Quijote apuesta por una intachable libertad cinética. Tal vez la única que su semblante logre diseminar en lo futuro. Es el ruedo de un mínimo ropaje de metal severo el que pregona al azar con su rústico albedrío. Tumbas de mar sepultan hoy aquella soledad de soledades. Sueña el delito con el delirio. Así un cúmulo de zinc deshidratado accede a un duelo ficticio y terrenal.
No conforme con aquella soledad de soledades Don Quijote augura por una yunta tácitamente liderada por el viento. Es aquí y en este punto en el que el docto Sancho inaugura, con su presencia, toda clase de atributos de origen mental. Mas luego de una funesta travesía el Quijote monta una performance discreta, lívida pero sin embargo letal.
Un brindis sin copas tortura al tiempo de las migajas, al de las metáforas que fundan la imposibilidad del todo. Montado en un Pegaso amasijado por el caos asoma su coz la dúctil morfología del esbelto Rocinante.
Caballero que prima sus ideales a su favor y obra sin interés alguno es el Quijote, comprometido con la justicia y el fracaso eterno. La razón del loco y la sinrazón del loco son, fueron y serán el mayor best seller de todos los tiempos. Es simple por lo tanto que el caballero de la triste figura troque en caballero de los leones y en una suerte de luz perversa diezmada por un brutal canibalismo, tanto el Quijote como su escudero hacen lo imposible por parecer lo que parecen.
Hoy el Quijote abusa de su popularidad para lograr alterar los tiempos, para conseguir que tanto él como Sócrates fueran contemporáneos, podría decirse que en cierto modo, y a pesar de algunos pequeños detalles, lo logró.
El arte es la vocación del alma, el fuego: apenas su tutor. El arte se ubica en la Mancha y el fuego en el ríspido sendero que comunica el intervalo entre la utopía y el Quijote. Sueña el Quijote con una franca privación que lo aleje del delirio (la mal llamada cordura del loco), porque tanto la Ínsula de Sancho (la bien llamada Baratarias) hacen del rumor una certera puntería de aletargados epicentros.
“Luchar contra molinos de viento es pelear contra enemigos imaginarios”, tal vez esta primer metáfora fortalezca a lo lírico, lo épico, lo trágico y lo cómico. Es que la censura y el rapto penden de un hilo tan pero tan delgado que el avatar se juzga itinerante.
Sucede que el Quijote anticipa la inmortalidad de Cervantes. Sucede que la imposibilidad de Dulcinea es apenas un paradigma manipulado por un dolor cárnico, similar al de la alquimia.
La muerte permite al Quijote anclar en el espacio activo, en el eje, en la deducción de toda dicotomía. Suda y logra acribillar siglos en lo más profundo de su perenne aliteración. Se ve holgado, lícito, algo raído, nada especial. El desgaste original de sus aventuras preludia en el barro. Hoy sin advertirlo el Quijote nos demuestra que la locura no es más que un vínculo censurado por su propio ego, y que el rubor en sus mejillas es apenas un grito de conexión con lo cruel, lo exacto y lo explícitamente inconexo.
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* Victor del Duca: Nací el 22 de diciembre de 1978, tengo estudios completos, soy músico. Escribo desde los diez años y mi escritor favorito es Fiódor Dostoievski. Participé de distintos libros de antología por medio de las editoriales Pórtico azul, Dunken y Ediciones del parque. Escribo para los diarios Asterión, Vuelo de papel y para el anuario “Avatares”. Asistí a cursos y seminarios dictados por la escritora Marta Mutti y asistí a cursos de historia del arte dictados en la casa Carnacini. Coordiné un taller particular llamado “Simurg”. Recibí menciones y distinciones en diferentes concursos y el premio Adrián Merel, (estímulo a las letras). Publiqué un libro particular llamado “Memorias de un ignoto anacoreta”, bajo la edición de la editorial Tucumana “Ediciones del parque”.
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