Dossier
 

La libertad de expresión es, sin lugar a dudas, uno de los derechos más importantes con el que cuentan los periodistas. Este valor primordial permite emitir opiniones y críticas que enriquecen los debates sobre distintos temas. A su vez, implica una responsabilidad, ya que los informadores generan en el público que los recibe, un análisis de las diversas cuestiones que tratan, dando lugar a conclusiones y a las respuestas que de ellas surgen. Por el lado de los consumidores de los medios existe el derecho a la información que les da la posibilidad de estar informados y elegir qué consumir y qué no. También existe la chance de expresarse a través de espacios que los propios medios facilitan como correos de lectores en el caso de los gráficos o mensajes telefónicos en radio y televisión.
Muchas veces, las opiniones vertidas a través de estas vías exhiben una enorme carga de violencia y agresión que son generadoras de igual respuesta por el lado de la parte agraviada. Surgen entonces los interrogantes: ¿Hasta qué punto la libertad de expresión que brinda el medio a sus consumidores no se transforma en libertad de agresión? ¿Cuáles son los límites que debe imponer el medio para no transformarse en cómplice?
Si bien es bueno que los lectores puedan expresar sus opiniones en libertad, esta misma se excede cuando ingresa en el terreno de la violencia. Los periodistas pasan a ser cómplices de los lamentables hechos a los cuales no debemos acostumbrarnos aunque sean habituales cada fin de semana. Cuando se publica una amenaza o comentario despectivo o peor aún cuando se la emite como un componente que forma parte de un show, los encargados de difundir información y establecer un nexo de comunicación con la gente se transforman en los peores colaboradores de la violencia, pues la alimentan y facilitan los medios que deberían servir para erradicarla. Cada integrante de la sociedad tiene responsabilidades que cumplir con respecto a este añejo tema y mucho más los periodistas que tienen la posibilidad de transmitir sus mensajes en forma masiva.
Por otro lado, vale la pena recordar que muchas veces los chistes encierran mensajes, son una manera más sutil o irónica de decir las cosas. Es muy importante, por lo tanto, tener real conciencia del límite entre la libertad de opinar que se da a través de un medio y la complicidad que se tiene cuando se excede esta delgada línea dando lugar a mensajes generadores de graves reacciones. El rol de periodista que tiene amplia libertad cuando se desarrolla en condiciones normales (aunque hoy por hoy lo normal sea la anormalidad) debe realizar una autocrítica si quiere transformarse en un elemento que permita a las personas la libertad de formar opiniones dando lugar también al respeto por las opiniones ajenas. Este respeto implica poder estar en desacuerdo pero no muestras de irracionalidad como la violencia. Para ello los comunicadores deben entender la importancia y el alcance de la tarea que realizan día a día. Esto incluye el control del material con el cual trabajan y la ausencia de amarillismo como se ve en algunos programas que transforman situaciones dramáticas en un show abierto al morbo del consumidor.


Comunicarnos / por Adrián Merel