Apuntes Literarios
 

Aprendí a leer en 1973. Faltaban todavía unos meses para que cumpliera los seis años cuando la Srta. Delfina, maestra de primer grado, nos entregó en préstamo a cada alumna (era un colegio de niñas) el libro de lectura. Primeras luces, se llamaba. Tan estrecho fue el vínculo que entablé con aquel libro que a fin de año no pude separarme de él. No podía despedirme y entregarlo tal como habíamos convenido y la Srta. Delfina, perceptiva, me lo regaló.
Primeras luces se había imprimido mucho antes de que yo naciera, en el año 1959 y la edición que yo tenía era la decimoséptima. Pero todo esto puedo reconstruirlo hoy, cuando escribo estas líneas y deslizo mis dedos y mis ojos por el libro. Recorro su lomo, sus páginas, su tapa. Lo huelo. Lo interrogo para evocar otras escenas de lectura: en la escuela leyendo de pie, erguida, sosteniéndolo con la mano izquierda, los dedos de la derecha expectantes en el ángulo superior de la hoja, deseosos de pasar a la siguiente; en casa, sentada o repantigada –diría- en la escalera que conducía a la terraza, después de tomar la leche, leyendo porque sí, no porque tuviera deberes (que así se llamaban y no “tareas”) sino porque quería volver a revivir las historias que había conocido en el colegio o aventurarme a descubrir por mí misma aquellas que aún no habíamos leído allí. Dos escenas bien distintas: de un lado, (aunque no lo recuerde como un tormento) la rigidez, la sujeción a la norma que legitimaba una manera de leer, en definitiva, el control; del otro, la libertad de tomar el libro a mis anchas, de olerlo, acariciarlo en su materialidad, ponerlo en mi falda o en un peldaño de la escalera, para disfrutarlo sentada, acostada o por qué no caminando.
Mi libro me trataba de tú y me mostraba en sus imágenes niñas, niños, papás y mamás cuyas vestimentas distaban mucho de la minifalda que en aquel entonces se había impuesto, del jean y hasta de los “pitucones” en los pantalones de los varones (que eran largos y también los usábamos las chicas). Sin embargo, ese distanciamiento no produjo en mí desinterés sino todo lo contrario. Creo que APUNTES LITERARIOS buscaba en esas páginas el sabor de transportarme –aún sin saberlo- a un universo de palabras, sin importarme el tiempo en que esas historias se inscribían. Creo, sin temor a equivocarme, que fue ése mi primer encuentro con la literatura escrita (porque la oral la había recibido de boca de mis abuelos).
Hoy, que se sabe cómo y a qué respondían esos libros (la intención de formar ciudadanos), que se conocen los límites que cercenaban la posibilidad creativa de sus autores (en cierta etapa de la pedagogía argentina se vieron obligados a crear textos con no más de trece letras), la palabra generadora y bla bla bla, que se ponen en tela de juicio estas experiencias “de laboratorio” y no se les otorga el estatuto de literatura, yo emprendo mi propia reivindicación no solo de Primeras luces sino también de todos los que vinieron después. A aquella maestra y a aquella escuela que puso en mis manos un libro y que también nos premiara regalando libros, yo les debo no pocas horas de felicidad. Porque fueron mi puerta de entrada a ese vastísimo mundo de palabras, esa conmoción que es la literatura, ese cimbronazo que provoca el zambullirse en unas páginas de las cuales ya no se sale indemne, sino cacheteado por alternativos golpes de ternura, placer, dolor, amor, engaño, terror, sufrimiento.
Poner en manos de otro un objeto como ése es no solo un gesto generoso por lo que tiene de transmisión, es también la posibilidad que aún tenemos los seres humanos, en estos tiempos de dura cerrazón, de ofrecer el mapa de nuestras propias emociones. Querer compartir con los demás aquello que nos conmovió es algo así como tender un puente hacia el otro, con todo lo que éste tiene de riesgoso. Podrá el otro asirse de él pero una vez en marcha armará su propio recorrido. Leerá a los saltos. Leerá a hurtadillas. Podrá leer vorazmente u holgazanamente. Leer lo prohibido. Leer lo que nadie lee. Leer lo que infinitos lectores han leído. Leer infinitas veces lo mismo. Leer. Leer.Leer.


Ensayo de iniciación - por Nancy N. Manoli (Profesora y licenciada en Letras por la U.B.A. - Ejerce la docencia en Escuela Media)