Apuntes Literarios
 


“Un escritor no es más que un mentiroso profesional”

Tocamos timbre y nos viene a abrir la puerta Federico Andahazi en persona junto con su perro negro Neón, quien bien tiene puesto su nombre ya que no deja de llamar la atención. Se para con sus patas delanteras apoyadas contra nuestros pechos como invitándonos a bailar un vals, hasta que su dueño le ordena dejar tranquilos a los invitados. La casa, vieja pero hermosamente reciclada, es pura paz. Ya debimos atravesar el garaje, en donde descansan plácidamente un par de motos y un auto antiguo. En el living, un diván psicoanalítico, como un recuerdo. La luz es tenue. Ya acomodados en unos mullidos sillones, desplegamos nuestro machete de preguntas, como una guía para la mente en blanco.

- ¿Cómo hacés para enfrentar la página en blanco?

Yo sospecho que no hay página en blanco. Baudelaire daba una definición bastante precisa de lo que es para mí la literatura. La definía como un “palimpsesto” (un manuscrito borrado sobre el cual se vuelve a escribir), y para mí la página en blanco tiene ese valor. Siempre contamos con un texto previo. Es decir, creo que escribimos porque leemos. Entonces, me parece que esa página en blanco está ocupada por algo que leímos en algún lugar. Yo siempre digo que el oficio de escritor es correlativo al oficio de lector. Es un trabajo leer, un trabajo muy grato, pero trabajo al fin. De modo que todo ese trabajo que tuvimos los que empezamos a leer hasta que empezamos a escribir nos permite llenar esa página en blanco y, de alguna forma, contar con ese palimpsesto del que hablaba Boudelaire. Yo escribí un libro de cuentos, que tuvo una edición muy chiquita de la editorial Temas, que tiene que ver con mis inicios como escritor. Ese libro surgió como una novela y yo tomé determinados capítulos y los reformulé como cuentos. Cada cuento arranca desde un primer párrafo idéntico y se convierte en otra cosa. Eso me parece que ilustra lo que es el proceso de escritura. No hay página en blanco. Cuando empecé a escribir eso, que después se transformó en un libro de cuentos, para evitar la página en blanco tomé el comienzo de un cuento, lo desarrollé y al cuento siguiente tomé el mismo comienzo y así, entonces, fue tomando forma ese proyecto, evitando, justamente, la página en blanco.

- Cortázar decía en una entrevista que sus cuentos ya estaban escritos antes de que él lo hiciera. ¿Cómo funciona eso en vos? ¿Masticás todo en la cabeza y
recién lo bajás al papel o te sentás a escribir sin pensarlo previamente?

Es mucho más complejo y más fácil que eso. A mi me llevó mucho tiempo entender el sentido último de esa afirmación de Cortázar. Es cierto, todo cuento ya está escrito antes de empezar a escribir la primera letra. Yo digo que el proceso de escritura tiene que ver con lo que Platón llamaba “rememoración”. Decía que conocer era recordar. Y yo creo que escribir implica lo mismo. Con mi primera novela, inspirada en los policiales británicos hipotético-deductivos, que está inédita y no pienso publicar, me sucedió en más de una oportunidad que no sabía a dónde me iba conducir tal o cual personaje o capítulo. Es más, en un momento a mí mismo se me perdió de vista quién era el asesino. A pesar de lo cual seguí avanzando y cuando llegás al final, es notable cómo cierra todo. Quiere decir que esto, en alguna parte, ya estaba escrito. Intentar un relato policial es un buen ejercicio para probarse como escritor, porque requiere una precisión, una legalidad, una estructura que no puede fallar. Todo tiene que cerrar a la perfección y al milímetro. El relato policial, cuando está mal escrito, se nota en seguida.
También, más de una vez, perdí algún archivo que estaba escribiendo. No hay más remedio que empezar de nuevo. Y yo tengo una memoria horrorosa. Y uno supone que al sentarse de nuevo está escribiendo otra cosa. Y por esas cosas de la informática, después que terminé de re-escribirlo apareció el capítulo perdido. Y cuando los comparé eran idénticos, pero idénticos en puntos y comas. Estoy hablando de quince páginas. Con las mismas sangrías, con la misma puntuación, con los mismos giros, los mismos adjetivos. Esas son las pruebas de lo que decía Cortázar, escribir es rememorar. Yo estaba recordando algo que ya estaba escrito en otra parte. Llamémoslo inconsciente. Así como el chiste y el olvido son formaciones del inconsciente, creo que la escritura también es un síntoma de neurosis y como tal ya está escrito en algún lado y lo único que hay que hacer es rememorarlo, a la manera platónica.

- Siempre tocás temas históricos ¿Desde dónde abordás la investigación?

Por lo general mis novelas están situadas en una época más o menos remota, lo cual no quiere decir que sean históricas. Me parece que para que una novela sea histórica tiene que tener alguna relación con la verdad con mayúsculas. Yo no me propongo que una novela sea verdadera sino que sea verosímil, que el lector a la hora de leer esa novela, imagine que está caminando por esas calles de Venecia renacentista, o esa ciudad medieval, etc. No atiendo mucho a la verdad histórica. Es bastante relativo como se da esta relación entre la verdad y la literatura. De El anatomista se puede decir de alguna forma que es una novela histórica en la medida que tomo un personaje que verdaderamente existió, que pasó inadvertido para la historia y que yo me permití sacarlo del sepulcro y volverlo a la vida. Cuando yo descubro este personaje, a Mateo Colón, me parecía algo tomado de la ficción que el clítoris tuviera un descubridor y que además se llamara Colón quien se arrogara semejante descubrimiento. Y sin embargo, ese tipo existió. Entonces, cuando empiezo a investigar descubro que, además de la obra de Mateo Colón De re anatómica que se publicó únicamente en 1559 y no tuvo reedición, apenas hay una nota en la Enciclopedia Italiana y otra en la Británica y nada más. Entonces, ya que no contaba con material histórico biográfico para reconstruir a este personaje le armé una biografía yo. Y fijate cómo son las cosas que hoy por hoy tipeás en Google o en cualquier buscador “Mateo Colón” y te vas a encontrar con un montón de reseñas biográficas, que son las que yo inventé. O sea, es curioso como es esa relación entre la verdad y la ficción. Un escritor no es más que un mentiroso profesional.

- Con tu último libro El conquistador ganaste el premio Planeta usando el camino de cualquier escritor inédito que, con un seudónimo, participa del concurso. Después de diez años ¿qué diferencias encontrás entre este premio y el que obtuviste en la Fundación Fortabat con El anatomista siendo que lo obtuviste por la misma vía?

La verdad que ninguna, fue justamente como reeditar esa sensación de autor inédito. El premio Planeta me había quedado como una asignatura pendiente. En el ´96, cuando me presenté al Fortabat, me había presentado también al Planeta con la misma obra. Cuando gano el premio Fortabat antes que se expidiera el Planeta, me vi obligado a retirar la obra porque no podía tener doble premiación. Y después, claro, pasaron diez años y dije, por qué no volver a intentarlo. Lo curioso es que, así como hace diez años me escondía en un seudónimo con el propósito de que el jurado creyera que podía haber un autor consagrado, ahora lo hacía con el propósito opuesto. Y un miembro del jurado me dijo hace poco tiempo que si hubieran sabido que era yo el que se escondía atrás de ese seudónimo, no hubiera ganado el premio. De manera que ya ves también lo arbitrario que es esto de los premios literarios. Pocos entendieron que fue una suerte de broma haberme presentado al premio Planeta, una suerte de ironía. Me pasó, siendo inédito, que gané, para mi asombro, todo concurso al que me presenté. Y los jurados que componían esos concursos me palmeaban la espalda, me deseaban”mucha suerte”. Y cuando finalmente la tuve, cuando me publicaron, cuando me tradujeron, ya ahí no me palmearon la espalda sino que me pegaron. Y yo sigo escribiendo lo mismo. Entonces pareciera ser que lo que no se tolera es que un escritor pueda vivir de la literatura. Y a mi me parece uno de los más nobles oficios. Qué mejor que poder vivir del oficio de uno. A nadie se le ocurriría condenar a un panadero por vivir de lo suyo. Pero en literatura, por alguna extraña razón, es un hecho punible. Realmente me cuesta entenderlo.

- Cuando escribís, ¿lo hacés para alguien en particular, tenés un lector posible? ¿Hay cosas que escribas que ya sabés que no van a ser publicables o que escribís solamente para vos o para tu entorno?

Yo escribo para un lector. No podría escribir si no conjeturara un lector a la hora de escribir. La escritura es muy semejante a un partido de ajedrez. No podés jugar solo. Y aún te pongas a jugar solo, necesitás imaginar un oponente, un contrincante, alguien que haga de interlocutor. Yo no puedo escribir si no tengo la certeza, o al menos, la conjetura de un lector. Entonces, a diferencia de la opinión de María Kodama, yo quiero que el día que me muera no se publique aquello que no está escrito para ningún lector. Así que ya le di precisas instrucciones a mi mujer (risas). Pero es fundamental, no se puede publicar cualquier cosa. Había determinada obra de Borges que él no quería que se publicara, y eso hay que respetarlo.

- Hablaste de Borges, y él decía que se enorgullecía más de lo que había leído que de lo que había escrito. Vos te definiste alguna vez como un gran lector que escribe. ¿Estás de acuerdo con la frase de Borges?


Yo creo que ninguno de los que nos acercamos a la escritura lo hacemos desde un lugar diferente que no sea la lectura. Es lo que decía al principio. Es el mismo oficio. Es ponerse frente a un espejo. La escritura y la lectura son parte del mismo oficio. Siempre hay una queja en relación a que la gente no lee. Y es natural que esto suceda porque es un trabajo leer. No es sentarse a ver la tele. No es sentarse a ver fútbol. Ni siquiera es sentarse a ver cine. Es un trabajo, es un oficio. Uno cuando se sienta a leer, insisto en que es un trabajo sumamente grato, pero lleva el mismo esfuerzo que el que le llevó al autor escribir ese libro. Hay que desandar ese camino que hizo el autor. Es un trabajo sumamente laborioso el del lector. Las herramientas son las mismas. No es lo mismo que en el cine, que hacer una película demanda un esfuerzo enorme y ver esa película realmente es mucho más sencillo. Cuando uno se confronta a la lectura está trabajando con las mismas herramientas que el autor: la palabra. Para llevarlo a un extremo: Fue mucho más costoso conseguir leer los jeroglíficos que escribirlos, siendo que eso llevó un esfuerzo físico. Con la lectura pasa lo mismo, no es sencillo leer. Por eso digo que no se puede subestimar al lector, no se lo puede confundir con el mercado. Tenemos que saber que estamos escribiendo para un tipo que va a hacer el mismo trabajo que nosotros

- ¿La escritura es una cosa diaria?

Sí, compulsiva. Yo tengo una relación compulsiva con la escritura. No lo puedo evitar. Desde que me levanto hasta que me acuesto estoy frente a la máquina. Y si me voy, me voy con la máquina y me acuesto con la máquina. Todo el tiempo estoy escribiendo. No sé qué porcentaje de todo eso que escribo al final queda. Y también reconozco que hay un componente, como decíamos al principio, de neurosis ahí. Que no es normal que un tipo se pase todo el día escribiendo.

- ¿Cómo es tu acercamiento a la iniciación de un libro? ¿Cuáles son los disparadores que te llevan a escribir?

Yo siempre digo que aquello que origina una novela tiene que ver con el cruce que se da entre el azar y la propia subjetividad. Nietzsche definió el conocimiento como ese chispazo en el choque de dos espadas. Y yo creo que esas dos espadas en la literatura son la casualidad y la propia subjetividad del autor. Yo, a Mateo Colón, por ejemplo, lo descubro de casualidad. Buscando bibliografía para una novela que estaba escribiendo, y que transcurría en Buenos Aires y en la actualidad, me encuentro con cierto tipo que llamándose Colón se declara el descubridor del clítoris. Y me parecía fantástico. Eso merecía una novela. De modo que cambié por completo el curso de lo que estaba escribiendo, directamente lo aplacé (todavía hoy esa novela está ahí en el tintero). Cada novela tiene su anécdota fundacional. Con El conquistador, para ir de la primera a la última, estaba en México observando un mural precioso de Rivera que cuenta la historia de ese país y descubro allí una barca navegando hacia el este con un personaje, un azteca, con el sol invertido de fondo. Y en ese sol invertido creí ver justamente la inversión de la historia. De manera que yo diría que El Conquistador fue casi el desarrollo de esa imagen de Rivera. Claro, después consultando por esa imagen, que me resultó tan enigmática, existe una suerte de tradición oral azteca según la cual antes de que Colón hubiese llegado a América había un azteca que llegó a Europa. Una idea interesante, muy visitada, por otra parte, por la literatura. Sin embargo, la anécdota fundacional más impresionante es la de Las piadosas. Yo estaba presentando en Brasil El anatomista y Contardo Caligaris, un psicoanalista, un ensayista fantástico y discípulo directo de Lacan, que oficiaba de presentador, cuenta que cuando lee la novela (en EEUU y en inglés ya que vive alternadamente entre Sao Paulo y Norteamérica), quería saber cuánto había de cierto y cuánto de ficción en el libro. Entonces, fue a la biblioteca de New York, y dio con la obra de Colón, De re anatómica, uno de los cuatro o cinco ejemplares de este libro que hay en el mundo. Es un libro bellísimo porque es muy grande, con tapas de piel de cordero, papel que parece tela. Entonces, revisa este libro, que está en latín, y para su estupor ve que en los capítulos donde Mateo Colón habla de disección y sección de miembros anatómicos hay unas notas al margen, manuscritas, fechadas en mil setecientos setenta y pico, firmadas por un doctor llamado Frankenstein. Yo estaba escuchando azorado lo que decía el tipo en la presentación de mi libro. No podía creerlo. Después, nos fuimos a comer y nos pusimos a pensar qué relación podía haber entre ese doctor Frankenstein y la obra de Mary Shelley. Entonces, ahí recordamos que en ese grupo que integraban Lord Byron, Mary Shelley y Percy Shelley…que se van a esa residencia del lago Leman, había un médico, que era Polidori, el secretario de Lord Byron, que a decir de Byron era un médico mucho más apto para producir enfermedades que para curarlas, muy al estilo de Frankenstein. Entonces, se me ocurrió la conjetura, no sé si verdadera pero al menos sí verosímil, de que ese ejemplar que hoy está en la biblioteca de New York lo haya tenido Polidori en ese viaje y Mary Shelley hubiera sacado ese apodo del manuscrito. Así fue como se empezó Las piadosas, cuyos protagonistas son Lord Byron, Mary Shelley, Percy Shelley y, sobre todo, Polidori. De modo que, ya ves, cómo siempre hay un hecho azaroso que es el que determina un libro.

-¿Cuáles son los disparadores que te llevan a escribir?

Tengo una relación sumamente compulsiva con la escritura. Escribo mucho. Todo el tiempo estoy escribiendo. Y viajo, y he escrito en los lugares más inverosímiles. Porque la verdad que me toca viajar mucho más de lo que yo quisiera. Recuerdo estar sentado en la Plaza Roja de Moscú, y se me ocurrió una cosa y necesitaba escribirla. Entonces me pasé dos horas sentado en el piso de la plaza, donde raramente sólo había unos perros y yo y nadie más. Me pareció tan adecuado para escribir y pude escribir con tanta naturalidad. Podría mencionarte infinitos lugares que son muy inadecuados para escribir. Son estas cosas que un editor quizá no entendería. Al contrario, creo que escribo más rápido de lo que un editor puede publicar. Yo ya tengo otro libro terminado, que seguramente se publicará…no sé…porque ahora hay que dejar pasar un poco de tiempo también. Son cuestiones editoriales, lo mío es escribir.


      Perfil

Federico Andahazi nació en Buenos Aires en 1963. En 1995 sus cuentos Las piadosas y Por encargo fueron distinguidos en el Certamen Nacional de Cuentos del Instituto Santo Tomás de Aquino. En 1996 su cuento La trilliza recibió el Primer Premio en el Concurso de Cuento Buenos Artes Joven II. En 1996, al tiempo que era finalista del Premio Planeta, su novela El anatomista ganaba el Primer Premio de la Fundación Fortabat. En uno de los más resonantes escándalos en el mundo literario argentino, la entrega del premio fue suspendida porque la Sra. Fortabat creía que la novela no contribuía “a exaltar los valores más elevados del espíritu humano” por su contenido erótico. Andahazi recibió el dinero, pero el premio en sí le fue negado. El libro fue finalmente publicado por Planeta en 1997 convirtiéndose en uno de los más grandes bestsellers de la literatura argentina. Fue traducido también a varios idiomas. Luego publica Las piadosas (1998), El príncipe (2000), El secreto de los flamencos (2002), Errante en la sombra (2004), La ciudad de los herejes (2005). En 2006, después de casi diez años de haber sido finalista con su primera novela, ganó el premio Planeta por su obra El conquistador.

 


Federico Andahazi - entrevista - por Lola Caloeiro, Gerardo Goldberg y Diego Propato