De La piedra filosofal, Felisberto Hernández :
“Una de las condiciones curiosas de los hombres, es
expresar lo que perciben los sentidos”.
Esta frase resume la base fundamental de la narrativa de
Felisberto Hernández: alcanzar mediante la expresión
literaria el conocimiento sensorial del mundo que nos rodea
y del que somos parte.
Uruguayo, nacido en Montevideo. Narrador y pianista.
Es quizá el exponente más brillante de la literatura fantástica
de su país, y a juicio de los críticos comparte con Borges la
primacía de ese género en la literatura rioplatense.
La obra de este escritor resume misterio que equivale a
secreto. Secreto que se disfraza de objeto o se cristaliza en
figura humana. Y revela que los objetos forman parte de las
personas, permitiendo evaluar a aquél, a quien pertenecen.
Así desde los silencios pueden indicarnos particularidades del
sujeto con quien comparten su tiempo – espacio - existencia.
A diferencia de Poe, quien por ejemplo, reservó un espacio en
su obra a sus convicciones sobre la creación y los géneros
literarios o de Horacio Quiroga, que legó un decálogo de las
normas a las que debía someterse un cuentista, Felisberto
Hernández, en cambio, prefirió dejar pistas y huellas de su modus operandi, en sus obras. No sistematizó un lineamiento
sobre su enfoque. Prueba de ello es su afirmación: “lo más
seguro de todo es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque
cada uno de ellos tiene vida extraña y propia”.
Podemos afirmar que su escritura establece dentro del
relato extraños juegos cuyas reglas se determinan en cada
oportunidad, solución que ha encontrado para darle a una
estructura narrativa clásica un automatismo casi onírico que
depende de la siempre varia y cambiante imaginación.
Su narrativa sorprende porque la estructura está
determinada por la dimensión de lo inesperado desde la
percepción. Y aquí podemos mencionar la presencia del
Surrealismo, del cual no fue ajeno este escritor (como todo
hombre de letras del Río de la Plata, también Felisberto había
tenido una corta permanencia en París). Esto significa que, al
constituir sus personajes, el escritor idea una peculiar ontología
ya sea de los seres como de los objetos, que propone extrañeza,
equívoco y paradoja, aristas de un dominio cognitivo.
Las figuras, personajes sujetos y objetos que crea, revelan
anomalías y analogías imprevistas y sorprendentes en la superficie del transcurrir diario y en los intersticios del
pensamiento.
Historia de modo agudo la vida interior de sus personajes,
se concentra maniáticamente en sus rarezas y se regodea en
encuentros y desencuentros simbólicos.
Dueño de una cosmogonía propia, de fuerte lógica capaz
de desbaratar la congruencia, fiel a un espíritu fantástico,
devela arcanos y propone a través de
un sentimiento de extravío un ámbito
de misterio, en un circuito de
melancolía amable. El encuentro con
el reverso del universo, con la otra
orilla incógnita, con los pequeños o
grandes abismos del sinsentido. Los
vínculos sonámbulos entre las cosas,
las atmósferas humosas de la nada, los
vericuetos indefinibles del pensamiento,
incluso las colisiones
aleatorias entre la persona y el propio
cuerpo."Yo sé que en el cuerpo
circulan pensamientos con los pies desnudos"
De este modo constituye claves, liturgias que desnudan el
oficio enigmático y sagrado del arte. La perpleja inconsciencia
de quien sueña y sabe qué sueña.
Dibuja cada página. Una suerte de viaje mágico que acepta
sin complejos la vitalidad del inconsciente y sus desconcertantes
alteraciones interiores. Y por curioso que parezca
de la línea literaria surge una línea melódica, que reviste al
texto de esencias musicales, de modulaciones misteriosas y el
discurso se sucede con una dicción transparente de resonancias,
que se corresponden y se reciclan, de disonancias
que se atraen y se repelen.
Leer a Felisberto es entregarnos al ensueño y equivale a
escuchar música, por la que nos dejamos llevar. Tal vez, podría
hablarse del triunfo del pianista frustrado sobre el escritor
triunfante (valga el oxímoron), con el permiso de Borges.
Relatos autobiográficos, cuentos fantasmagóricos,
nouvelles bufonescas, unos y otras marcadas por el humor y la
ironía, por lo perverso y lo morboso, haciendo de todo recuerdo
un pasaje casi onírico, regido por el “comentario”, (es decir,
por el examen especular, por la autorreflexión) que organiza
las partes, rige el todo y marca el espacio.
Tales textos son hoy, ese toque milagroso que detiene y
atrapa el instante fugitivo, esa alma que centra su ojo
intelectual en lo que se escurre y lo que se pierde y nos los
vuelve perdurable.
Felisberto fue, en efecto, lo que se conoce como un escritor
“experimental”: cruzó las fronteras entre los géneros. El caballo
perdido es una novela, es un ensayo, es una meditación.
Mezcló lo fantástico y lo introspectivo a fin de quebrar lo real.
Empero, ninguna de esas transgresiones adquirieron un
carácter dogmático o implicaron leyes o consignas. Más bien,
lo que distingue su andadura es la sencillez y la naturalidad con que nos lleva a que aceptemos el desasosiego y los enfoques
extravagantes de la realidad que él nos propone.
Felisberto Hernández (1902-1964) permanece excéntrico
y fascinante en los registros de la literatura, junto a su obra,
su modo de personaje de novela que excita la imaginación
con sus andanzas de pianista de cine mudo en las provincias
rioplatenses en las décadas primeras del siglo pasado, con
smokings de segunda mano y mujeres complejas.
Fabulador incansable, regente de un anecdotario absurdo.
Felisberto situado entre y bajo las máscaras y los disfraces de
la escritura, evadiendo naturalmente el equilibrio formal de
la literatura.
Titiritero de la escena dominada por el extrañamiento,
teje y desteje la trama tanto del transcurso como del decurso
de sus cuentos y sus nouvelles.
Entre ellos y para degustar placeres títulos como:
Fulano de tal (1925), Libro sin tapas (1929), La cara de Ana
(1930), más tarde Por los tiempos de Clemente Colling (1942),
El caballo perdido (1943), Nadie encendía las lámparas (1947)
y Las hortensias (1949), que configuran un núcleo mucho más
maduro, ilustraron cada uno a su modo, una idea singular y
arriesgada de la literatura.
Hoy desde estos tiempos posmodernos, miramos hacia su
balcón y quedamos prendidos de él. Será que logró vencer la
barrera de los tiempos y espacios tan sólo por mostrar qué
tanto hay. Felisberto compone, modifica, altera, subsana, crea,
constituye, determina, elude, invita, desafía, complace…una
puerta, por ejemplo, una hilera de árboles, un vestido…
El vestido blanco. Cuento de Felisberto
Hernández
I
Yo estaba del lado de afuera del balcón. Del lado de
adentro, estaban abiertas las dos hojas de la ventana y
coincidían muy enfrente una de otra. Marisa estaba parada
con la espalda casi tocando una de las hojas. Pero quedó poco
en esta posición porque la llamaron de adentro. Al poco Marisa
salía, no sentí el vacío de ella en la ventana. Al contrario.
Sentí como que las hojas se habían estado mirando frente a
frente y que ella había estado de más. Ella había interrumpido
ese espacio simétrico llena de una cosa fija que resultaba de
mirarse las dos hojas.
II
Al poco tiempo yo ya había descubierto lo más primordial
y casi lo único en el sentido de las dos hojas: las posiciones, el
placer de las posiciones determinadas y el dolor de violarlas.
Las posiciones de placer eran solamente dos: cuando las hojas
estaban enfrentadas simétricamente se miraban fijo, y cuando
estaban totalmente cerradas y estaban juntas. Si algunas veces
Marisa echaba las hojas para atrás y pasaban el límite de
enfrentarse, yo no podía dejar de tener los músculos en tensión. En ese momento creía contribuir con mi fuerza a que se
cerraran lo suficiente hasta quedar en una de las posiciones
de placer: una frente a la otra. De lo contrario me parecía
que con el tiempo se les sumaría un odio silencioso y fijo del
cual nuestra conciencia no sospechaba el resultado.
III
Los momentos más terribles y violadores de una de las
posiciones de placer, ocurrían algunas noches al despedirnos.
Ella amagaba a cerrar las ventanas y nunca terminaba de
cerrarlas. Ignoraba esa violenta necesidad física que tenían
las ventanas de estar juntas ya, pronto, cuanto antes.
En el espacio oscuro que aún quedaba entre las hojas,
calzaba justo la cabeza de Marisa. En la cara había una cosa
inconsciente e ingenua que sonreía en la demora de
despedirse. Y eso no sabía nada de esa otra cosa dura y
amenazantemente imprecisa que había en la demora de
cerrarse.
IV
Una noche estaba contentísimo porque entré a visitar a
Marisa. Ella me invitó a ir al balcón. Pero tuvimos que pasar
por el espacio entre esos lacayos de ventanas. Y no sabía qué
pensar de esa insistente etiqueta escuálida. Parecía que
pensarían algo antes de nosotros pasar y algo después de pasar.
Pasamos. Al rato de estar conversando y que se me había
distraído el asunto de las ventanas, sentí que me tocaban en
la espalda muy despacito y como si me quisieran hipnotizar. Y
al darme vuelta me encontré con las ventanas en la cara.
Sentí que nos habían sepultado entre el balcón y ellas. Pensé
en saltar el bacón y sacar a Marisa de allí.
V
Una mañana estaba contentísimo porque nos habíamos
casado. Pero cuando Marisa fue a abrir un roperito de dos
hojas sentí el mismo problema de las ventanas, de la abertura
que sobraba. Una noche Marisa estaba fuera de la casa. Fui a
sacar algo del roperito y en el momento de abrirlo me sentí
horriblemente actor en el asunto de las hojas. Pero lo abrí.
Sin querer me quedé quieto un rato. La cabeza también se me
quedó quieta igual que las cosas que habían en el ropero, y
que un vestido blanco de Marisa que parecía Marisa sin cabeza,
ni brazos, ni piernas.
Felisberto Hernández. La elocuencia profunda del sinsentido - por Marta Mutti