“La emoción más antigua y profunda es el miedo,
y
el más ancestral de los miedos es el que nos provoca
lo desconocido.”
Howard Phillips Lovecraft
La densa neblina había cubierto por completo a
Providence. Un delgado muchacho se balancea hacia el
vacío, se sujeta solo con una mano de un tabique vertical
que forma la base del puente del río Barrington. Con ojos
tristes y una mirada desoladora no deja de contemplar las
oscuras aguas que corren bajo la desvencijada estructura.
Las voces no dejan de chillar en su cabeza. A pesar de los
persistentes tratamientos, la locura y la desesperación
golpeaban suavemente en su mente, avisando de su
presencia. Los lustrosos zapatos de charol de Howard,
resbalan sobre la superficie húmeda, rápidamente se aferra
con los dos brazos, es momento de decidir entre ahogarse,
o regresar al 598 de Angell Street donde la asfixiante
realidad lo esperaba. La muerte de su padre, el deterioro
psicológico de su madre, dos tías solteras, una situación
económica apremiante y el no poder concurrir a la
universidad, fueron el detonante para tal crisis emocional,
en especial el deceso de su abuelo Buren Phillips. Howard
se sentaba a los pies del sillón de terciopelo a escuchar las
historias de terror que el anciano creaba para él, donde
sucedían batallas entre razas de seres con cuerpos y rostros
escalofriantes que le erizarían la piel al mismo Poe. Fue su
abuelo quien lo motivo para incursionar en la ficción.
Muchas razones para morir, pero, solo una sirvió para
encontrar la fuerza suficiente y comenzar a escalar sobre
aquellos hierros oxidados. Volver a escribir era el único
motivo por el cual valía la pena vivir.
Aun recuerdo cuando de chico me daban los ataques
de asma, en aquel entonces no existían los medicamentos
de rápida acción y debía estar en reposo por varios días,
nebulizándome constantemente. Para esos momentos me
armaba de una buena provisión de historietas y libros. Moby
Dick, 2000 leguas de viaje submarino, El príncipe y el mendigo, Los tres mosqueteros, Las mil y una noches (versión light), La
isla del tesoro y por supuesto Las maravillosas historias de la
Biblia eran las lecturas permitidas en primeros seis años.
Pero esa noche de lluvia no era igual que otras, tenia en mi
poder un “libro prohibido” que había robado de la biblioteca
de mi tío Paco, El horror de Dunwich y otras historias de H.P.
Lovecraft. Cuando terminé de leer, si bien no había nadie
en mi cuarto, escondí sigilosamente los libros bajo el colchón
de mi cama y mientras me dormía bajo el influjo de los
corticoides elevaba un deseo a los cielos ”...me gustaría
escribir como él”. Este hombre fue la inspiración de grandes
escritores del género de terror como Stephen King, Clive
Barker, Dean R.Koontz y Peter Blautty. Jorge Luis Borges
admiraba la forma en que narraba sus historias. Berni
Wrightson, Lalia y Enrique Breccia ilustraron magistralmente
algunas de sus historias.
H.P.L. fue escritor, poeta y editor de periódicos locales,
pero, irónicamente jamás vio un libro con sus obras
publicadas. Luego de morir a los 47 años, fueron sus amigos
quienes editaron la primera recopilación de sus historias
con tapa dura. Confinado por su salud desarrolló la pasión
de leer cuanto libro llegaba a sus manos. Vivía recluidamente,
de carácter tosco y ermitaño evitaba toda
multitud pero paradójicamente su otra pasión era escribir
cartas a quienes él consideraba amigos. Los ritmos
narrativos de los escritores como Lovecraft, son más lentos
y pausados, respetando la característica de cada personaje
y solo sufriendo gradualmente las alteraciones que presenta
los eventuales acontecimiento en cada historia. Ejemplo
de esto es el inquilino que conoce al Doctor español que
vive en una gélida habitación para sortear la muerte (Aire
frío). Cada uno de sus personajes, al igual que él, sombríos
y solitarios. Batallan entre el miedo y la fascinación por la
muerte, refugiándose en ella como escapatoria ante el horror
que se les presenta. Como valioso tesoro guardo el recuerdo
de aquella lluviosa noche que por primera vez leí a Lovecraft.
En la actualidad cuando necesito de la inspiración
para una historia de terror, busco ayuda en el pequeño que
se refugiaba bajo el pesado acolchado de lana por si algún
monstruo se animaba a golpear la puerta del ropero. Aún
puedo sentir como el miedo llegaba a mi estómago cuando
Birch, el funerario, se arrastra en busca de ayuda luego de
haber sido atacado por un muerto. Han pasado 37 años, ya
casi no me dan ataques de asma, dibujo historietas de terror
con guión propio, y en las lluviosas noches, mientras me
deslizo bajo las sábanas, sigo repitiendo la misma plegaria
que cuando era niño, “...me gustaría escribir como él”.
Lovecraft, el escritor que cayó del cielo - por J.P. Wansidler
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