Apuntes Literarios
 

Antes de comenzar específicamente con el tema de la literatura infantil y juvenil, me gustaría reflexionar brevemente sobre uno de los tres términos que forman parte de este género que nos ocupa, y ese término es “infantil”. Si hablamos de “lo infantil” hablamos también de “la infancia”. Y antes de abordar cualquier tema relacionado con la infancia, deberíamos comenzar por dejar de lado algunas preconcepciones que han limitado el desarrollo de una reflexión seria acerca de ese período. Digo período porque es limitado (aunque no se conozcan demasiado bien esos límites) y porque está en directa relación con el pasado y con el futuro, es decir, con lo que niño ha dejado de ser y con lo que el niño será. Gemma Lluch dice que “No siempre la sociedad ha considerado la infancia como un período de la vida del ser humano separado del resto, en el que tuviera necesidades específicas y en el que se hubiera de invertir cariño, dinero, estudios o medicinas de manera diferente al resto de las edades.” (Lluch: 2003, p.29) Si bien es cierto que, como veremos más adelante, sólo a finales del siglo XVIII, el niño, que antes era un trabajador más en la economía familiar, empieza a ser protegido por leyes específicas, hoy en día, se ha exacerbado esta concepción y se ha considerado a la infancia como un tiempo ideal (la edad de oro), ingenuo e inocente, alejado de las miradas críticas y de la incomodidad de un contexto poco alentador. Lo que habría que pensar es cómo se construye la infancia a partir de las controversias propias del poder, que es, en última instancia, la tensión inherente a la formación de todo objeto y por supuesto, de todo sujeto cultural. No me extenderé sobre el tema porque no es lo que en este momento nos convoca, pero los remito al libro de Sandra Carli (Carli: 2002) en el que el lector puede ampliar esta cuestión. Sólo a partir de aquí resulta válida cualquier reflexión sobre la buena literatura infantil y juvenil, es decir, aquella que concibe al sujeto lector como pensante, reflexivo y curioso, capaz de tomar sus propias decisiones, de leer en distintas direcciones, e inclusive, de no leer.
En primer lugar, es necesario hablar brevemente de la primera manifestación de lo que más tarde sería la literatura infantil y juvenil: los cuentos populares. Según Propp, lo que hoy se conoce como “cuentos de hadas” no serían otra cosa que relatos de iniciación, contados a los niños que iban a dejar de serlo. En el siglo XVII, Charles Perrault versiona las narraciones orales y las adapta con el objeto de obsequiárselas a las muchachas de la corte de Versalles. Entretener e instruir eran para Perrault, los objetivos principales de toda narración dirigida a la infancia. Con esta prerrogativa, realizó adaptaciones dirigidas a censurar todo aquello que tuviera onnotaciones sexuales o escatológicas e introducir la moraleja. Con estos cambios, Perrault determinó para siempre una de las constantes más discutidas respecto de la literatura infantil y juvenil actual, la de la relación directa con la pedagogía. También los hermanos Grimm, sumidos en el idealismo nacionalista del siglo XVIII, recopilaron cuentos populares y en sus cinco ediciones de Kinder und Hausmärchen intervinieron sobre los cuentos con fines moralizantes o por gusto personal. En el siglo XIX, Hans Christian Andersen incorpora muchas características de los cuentos populares en relatos de su propia invención.
Es este momento el que elige Teresa Colomer para ubicar el nacimiento de la literatura infantil y juvenil propiamente dicha, cuando la infancia comienza a constituirse como público lector a partir de la alfabetización “masiva” y cuando surgen los distintos géneros.
Las narraciones de aventuras, por ejemplo, derivan directamente del Robinson Crusoe de Daniel Defoe que aparece en 1719 como libro, después de haber sido publicado por entregas. Dentro del género de aventuras, encontramos aquellas que retoman el tema de la conquista de nuevos mundos (J. Cooper), las de la fascinación por la naturaleza virgen (R. Kipling), las aventuras de piratas (Stevenson, Salgari). También se publicaron mucha obras de tipo histórico (Dumas, Scott) y desde 1863, aparecieron los libros de Verne en el Magasin d’education et de récréation. A fines del siglo, los escenarios de la vida cotidiana comienzan a ser los elegidos como trasfondo para nuevas historias, así nacen Las aventuras de Tom Sawyer (M. Twain), o, como reflejo y resultado de guerras, hambrunas y trabajo infantil, los libros Mujercitas (Louise M. Alcott), Heidi (Johanna Spyri) o la novela social de Charles Dickens. Sin embargo el humor, la fantasía, el absurdo, la literatura porque sí, sin condicionamientos morales, es inaugurada en 1865 con Lewis Carroll y su Alicia en el país de las maravillas. En esta misma línea, El mago de Oz (1900), de L.F. Baum y en 1904, Peter Pan y Wendy de J.M. Barrie.

Sería extremadamente difícil hacer una lista completa de todos los autores claves en la literatura infantil y juvenil a partir de entonces. A modo de muestra y conciente de que faltan muchos, podemos nombrar a Astrid Lindgren, Michael Ende, Christine Nöstlinger, María Gripe, Sendak; y en Argentina, Ema Wolf, Graciela Montes, Graciela Repún, Laura Devetach, Ricardo Mariño, Luis M Pescetti, entre otros.
Aunque existen antecedentes en siglos anteriores, el ámbito de la literatura infantil se ha caracterizado últimamente por otorgar un valor especial al libro como objeto: no sólo los libros interactivos (pop-up o giratorios), o los libros juguete (libro almohada, libro de plástico, libros con peluches), sino un género que tiene cada vez mayor relevancia en esta literatura: el álbum ilustrado o libro álbum. El libro álbum se caracteriza por no reducirse a la consideración del texto como único dador de sentido, sino que el sentido se construye por la interacción del texto, la ilustración, el formato y el diseño; incluso desde los paratextos mismos, el libro álbum ya está narrando. La complejidad y fascinación por este género se relaciona con la multiplicidad de sentidos que se disparan de sus lecturas, donde el texto y la imagen guardan una relación muy particular: en algunos, la imagen narra lo que la palabra no dice o desvía el camino para otorgar una interpretación nueva; las palabras también pueden funcionar como trasgresión de lo que la imagen muestra, o narrar aquello que no está mostrado. En ocasiones el texto puede incluso estar ausente o ser mínimo.
Los libros álbum suelen alejarse de los estereotipos y modelos construidos, interactuar con manifestaciones de la pintura, el cine, y la publicidad, y ser fuertemente experimentales tanto desde el punto de vista textual como formal. La intertextualidad y la metaficción, son dos de los mecanismos sobresalientes de este género; la intertextualidad implica hacer referencia a otros textos conocidos por el público lector, dentro del texto que se está leyendo. Así, por ejemplo, en Gorila, el ilustrador inglés Anthony Browne, va narrando una historia en escenarios muy conocidos de la historia del cine, o en Chumba la Cachumba del venezolano Carlos Cotte, que recurre al discurso de la pintura para mostrar cómo los esqueletos se levantan a bailar, tal como reza una canción popular. La metaficción implica ir más allá de la ficción, poner al descubierto los mecanismos que la generan, mostrarlos como una forma de reflexionar sobre sí mismos y despertar nuevos modos de leer. Una manera de desestabilizar al lector y volverlo participante activo de lo que lee (texto e imágenes) es por ejemplo, transgredir los límites de los géneros literarios, y reinterpretar las narraciones populares tal como hacen Lynn y David Roberts en Cenicienta. Una historia de amor art decó, o el recientemente publicado Caperucita de Leticia Gotlibowski.
Una de las colecciones más reconocida en la elaboración de estos libros es A la orilla del viento de Fondo de Cultura Económica, donde encontramos autores como Chris Van Allsburg, Anthony Browne, Maurice Sendak, David McKee, Mitsumasa Anno y Quentin Blake. En la Argentina, la producción de libros álbum está creciendo de la mano de Itsvan Schritter quien dirige la colección de libro álbum de Ediciones del Eclipse, y que ha publicado entre otros La línea (Ayax Barnes- Beatriz Doumerc), ¿Quién está detrás de esta casa? (Mónica Weiss, Graciela Repún), o Piñatas (Isol). La editorial Sudamericana, en su colección Puercoespín, ha publicado La vida secreta de las pulgas de Alberto Pez y Todo el dinero del mundo de Itsvan Schritter. Ediciones de la Flor, Centro Editor de América Latina, Atlántida y Colihue, son algunas de las editoriales con colecciones dedicada al libro álbum, un género que no deja de crecer ni sorprendernos.


Libros de consulta:
AAVV. El libro álbum: invención y evolución de un género para niños. Venezuela, Parapara-Banco del Libro, 1999.
ARIZPE , EVELYN, S TYLES, MORAG , Lectura de imágenes. Los niños interpretan textos visuales. México, FCE, 2004.
CARLI, S ANDRA. Niñez, pedagogía y política. Transformaciones de los discursos acerca de la infancia en la historia de la educación argentina entre 1880 y1955. Buenos Aires, Miño y Dávila, 2002.
COLOMER , TERESA, Introducción a la literatura infantil y juvenil. Madrid, Síntesis, 1999.
COLOMER , TERESA, La formación del lector literario. Salamanca, Fundación Germán Sánchez Ruipéres, 1999.
DÍAZ RÖNNER, M ARÍA ADELIA, Cara y cruz de la literatura infantil.


Una introducción a la literatura infantil y juvenil -
por Andrea Fernández Felsenthal / Licenciada en Letras (UBA), editora y especialista en literatura infantil y juvenil.