Dossier
 

De su libro: "Temas Porteños -Crónicas de la Vida Cotidiana-
Buenos Aires, de 1940 a 1970".
Dr. JULIO ENRIQUE APARICIO.

El idioma, como materia viva que es, no sólo se fue transformando creando nuevos términos y desechando a otros. También cambiaron las costumbres, la geografía ciudadana, las expresiones formales y las coloquiales. Hay denominaciones que identificaban a lugares que ya no existen y también hay dichos que la gente joven de hoy repite sin saber su origen.

En la época que recordamos era muy conocido por los estudiantes un libro del R.P. Rodolfo Ragucci titulado "El Habla de mi Tierra -lecciones prácticas de la lengua española-", en el que en forma muy original se enseñaba "Castellano", como se denominaba la materia del secundario.

Este recuerdo viene a cuento porque lo que vamos a abordar es la forma en que se hablaba en los años 40, 50, 60 y casi en los 70, es decir, el habla de nuestra ciudad en esa época. No es que hablásemos otro idioma sino que como materia viva que es, el lenguaje ha ido cambiando y modificándose con los años. Muchas palabras y muchas expresiones de aquel entonces hoy son absolutamente desconocidas para quienes tienen menos de 35 ó 40 años.
Lo mismo pasa con las denominaciones que se daban a ciertos lugares. En algunos casos eran palabras del más correcto castellano que pasaron al olvido. En otros lo que ocurrió es que desapareció el objeto que se denominaba, la cosa en sí.

Además había un rico lenguaje coloquial, con gran influencia de los avisos radiales y de los personajes de historietas y también lunfardismos que quedaron para las páginas de las obras del maestro Gobello pero que no circulan más.
Como ocurre siempre, otros vocablos aparecieron, pero esos nuevos no son nuestro objeto.

Como lo que sigue no pretende ser un listado ordenado y menos aún un diccionario, la enumeración no responderá al orden alfabético sino a uno más elemental: al de la aparición en mi memoria.

En materia de expresiones de uso cotidiano teníamos "dar el pesto", que significaba "dar una biaba", pegarle, golpear a otro o también derrotarlo totalmente en algún juego. En el mismo sentido luego apareció "hacer pomada". Es posible que en el derrotado, su temor le provocase un verdadero "cuiqui" y que de ahí en más tuviese "chucho". Si la discusión era entre adultos, es posible que antes del "trompis", uno "le cantase las cuarenta" al otro, a modo de severo reto.
Cuando alguien quería sacarse a otro de encima de mala manera, lo mandaba "a vender lupines" o le decía "andá a bañarte". Posiblemente se lo mereciera, por ser "un
secante" y tenía que "salir como rata por tirante". Era una forma de "bajarle el copete".

Siempre hubo personas molestas y cansadoras que merecían que les "dieran el olivo", o "el espiro". Quien advertía la conveniencia de irse por las propias "se tomaba el olivo" o bien "se tomaba el buque". Era el momento de "la polca del espiante".
Siempre es bueno "piantarse" a tiempo y no esperar que "se venga la maroma".
Uno de los personajes del imaginario porteño es "magoya", un sinónimo de "fulano, zutano o mengano" o un poco más groseramente, de "mongo" o de "mongo Aurelio". Algo de todo eso subsiste, pero en realidad lo de "magoya" empezó como expresión de incredulidad: "andá a contarle a magoya…", es decir, "a otro perro con ese hueso". "Magoya" en el sentido de nadie o de cualquiera, fue sinónimo de "mengueche". Ocurre que muchas veces nos querían convencer de algo inverosímil, nos contaban "una de comboy", en alusión a las películas de cowboys en las cuales siempre pasaban cosas increíbles para que el final fuese feliz.

Llegar a saber algo a ciencia cierta era "la verdad de la milanesa", aunque no siempre se decía la verdad y más de un obsecuente "doraba la píldora". El que se "avivaba" de la adulación seguro que tarde o temprano le demostraba al "chupamedias" que él no era "el hijo de la pavota".

Tratando de conmover, "se lloraba la carta" y cuando alguien "estaba metido" y "le colgaban la galleta", "sonaba como arpa vieja". A veces de nada servía "hacer biógrafo" y antes de "estar a la violeta" era preferible buscar quien "le hiciese gancho". Hasta que se arreglase el asunto, seguramente había "que cortar clavos".

En las provincias muchos romances comenzaban a partir de los sonrientes y discretos saludos los domingos "a la hora de la oración" durante "la vuelta del perro" en la plaza principal. Las chicas de entonces eran muy difíciles y a nadie "se le hacía el campo orégano". Si la cosa prosperaba, se comenzaba a "pelar la pava" pero antes de llegar al "casorio" había que saber cómo se iba "a parar la olla".

En todas las épocas no han faltado quienes buscaban un atajo para progresar y juntar unos buenos "morlacos" a costa de algún "lonyi". Ahí aparecía "el cuento del tío", "el balurdo" y todo el esfuerzo para "pasar al patio" al candidato elegido. Si lo lograban "papita pal loro", pero "si les tomaban el tiempo", es posible que terminaran "tocando el pianito" o en un "concierto de pianola", como canta Rivero en el Conventillo de la calle Olavarría.
A más de uno "le importaba tres belines" correr riesgos. Siempre "el orre" cree sabérselas todas, "estar en la pomada", pero por lo general "le sale el tiro por la culata" y entonces "te quiero ver escopeta". "Bartoleros" hubo siempre y en todas las actividades hay quienes hacen las cosas "a la marchanta".

"Da calambre" ver cuánta gente "está parada en la loma" y "alza el copete" cuando en realidad no son "ni chicha ni limonada". "No entienden ni jota", "ni pío" pero están "acomodados" y como "tienen gancho" se pasan la vida "gozando de la fresca viruta" y le "hacen pito calatán" a los que todas las "matinas" salen "a fruncir la esquena" como decía Carlitos en Haragán. No es cuestión de "cargar la romana", pero tenía razón Discépolo con aquello de cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón...

Entre los que se la pasan viviendo "de garrón", entre los que hacen las cosas "de ojito" y entre los que siempre opinan "a ojo de buen cubero" hemos creado una cultura "flor de ceibo". Todo es a "grosso modo" a "lukivenga" y "de cajón" terminamos "cantando pal carnero".

En realidad, los tiempos no están "para los que tocan de oído", ni para los que en cualquier momento salen "con un domingo siete". Ya no se puede "dar changüí" en nada porque "te pasan al cuarto". Más de una vez decimos: pero si este país era "una paponia", todo andaba "un kilo" y ahora "estamos en el riel", "colgados de la palmera", "en la lona". ¿Alguien nos "dejó en la estacada"? ¿Alguien nos "dio el esquinazo"?
Ya no podemos, como cuando éramos chicos "pedir gancho".


El idioma como testigo de los cambios de la sociedad / por el Dr. Profesor Julio Aparicio

Dr. Julio Enrique Aparicio. Criminólogo y Profesor Titular Consulto de la UBA, de la Universidad Kennedy y de la Universidad Católica Argentina. Ex Secretario de Estado de Política Criminal de la Nación. Autor de numerosas publicaciones criminológicas, penológicas y penitenciarias. Sus inicios laborales fueron como maestro de escuela primaria.