Sobre un atardecer cualquiera, quizá desde la ventana
de una confitería con los ojos puestos en cualquier calle,
cabría preguntarse ¿Buenos Aires, cómo te digo, cómo te
explico?
Tenemos una ciudad que existe y otra, que late en ella
y se sospecha: la intemporal, que no tiene nuestro
protagonismo porque no es ni constituye presente pero es
la que nos define. Dicen que muchos escritores se adelantan
a los tiempos. Borges supo que el futuro iba a declarar
ausencias, por ello bajo el camuflaje de la quimera y del
mito fijó las raíces, olores, dolores, luces y sombras de nuestra
ciudad. Y lo hizo con la contundencia que otorga la voz de
la literatura. Borges nace y pasa un corto tiempo en su
ciudad. Habita en otras de Europa y en el retorno trae la
visión del Adelantado, augur sin saberlo de una gesta
fundacional. El azar, un instinto particular y una mente
matemáticamente laberíntica lo proveerán para que pueda
vivirla imaginada, presentida y rescatada. La recorrió desde
la poesía y prosa de otros y sobre sus pasos. Solo o
acompañado. La veía acaso morir en el atardecer y renacer
al alba. El misterio del Ave Fénix. Fijó un blasón, buscó y
recreó linajes y personas. Fundó y una y otra vez cada casa,
galpón, conventillo y zaguán como si se tratara de un culto
pagano. La ciudad era luna, diosa mística con sentires,
duelos, odios, amores, venganzas, pasiones. Las largas
caminatas, aún cuando ya no veía fueron su modo
enamorado de hacerla suya. La bebió con la mirada mientras
pudo ver y la moldeó con las manos en la tiniebla de la
ceguera. El centro, Constitución, los barrios y las afueras.
Conocía mejor que nadie las metamorfosis y Buenos Aires
presagiaba una muy extendida. Rescatar para el futuro. Ésa fue la premisa y paradoja de este auto fundador, hombre
bien porteño, nacido en pleno centro, en la calle Tucumán
280, entre Suipacha y Esmeralda que busca el desafío del
suburbio detrás del que se presiente la pampa y el gaucho.
Y va al encuentro porque hacia allí ira también la ciudad
llevada por los sueños de infinito que su población extendía
y entendía y de la que Borges se constituyó Hacedor auto
convocado. Quizá para ocultar su propósito fundacional
como legado; lo manejó desde los límites imprevisibles de
la conjetura.
Nadie mejor que él para desentrañar y conocer
mutaciones inexorables por eso testimonia en páginas y
páginas de su obra, la vieja ciudad. Como Adelantado previó
que los planos catastrales de las hemerotecas, las fotografías
y las pinturas, no iban a ser suficientes. Había que rescatar
y resguardar para las generaciones siguientes el principio
inmensurable, la energía, la pasión que constituye el alma
de la ciudad. En 1921, regresa de Europa, fija su residencia
en Palermo y se produce el encuentro revelador. El retorno
lo hace redescubrir y descubrirse, le da el hilo para el
laberinto y el rescate. No sólo para los otros sino para su
establecer su propia identidad. Macedonio Fernández y
Evaristo Carriego fueron sus avezados vigías, desde sus textos
y en las tertulias familiares que compartían. Borges
desembarca un sueño infinito. Desde la narración funda,
construye y rescata Buenos Aires. Con un río color león a
sus pies, un riachuelo inquietante, profundo y, el
Maldonado, un arroyo de un latido imprevisto y viscoso
como la sangre, queriendo a veces, tragarse al caserío. Borges
da curso a este ambicioso proceso paso a paso, barrio tras
barrio. Los tiempos se marcan en las líneas de sus escritos,
en los primeros nos convoca al atardecer de los arrabales,
plenos de guapos, esquinas y rincones de los que no quedó
fuera el tango, de modo que el suburbio respira y la ciudad expande un flujo no exento de soledad y tragedia. Así con
palabras y cuchillos, bajo cielos estrellados y quietos que no
serían jamás una Torre de Babel, crece míticamente su
ciudad y al mismo tiempo se produce la evolución literaria
del fundador, lo que provoca un efecto estético singular
que los universaliza a ambos. Un caso hasta el presente
que me atrevo a definir como único en el mundo.
Saben de los pasos de sus pasos, las veredas, calles,
ochavas y faroles de los barrios de Saavedra, Bajo Belgrano,
Chacarita, San Cristóbal, Villa Crespo, San Telmo,
Montserrat, Barracas, Boedo, Mataderos. El Puente Alsina
, su favorito y debajo el riachuelo ya oscuro, en una
invitación secreta y diamantina quizá acompañado por la
explosión desolada del paisaje. Límite, orilla. Lo abisal, la
serenidad de los brazos de una sirena y la mirada
inmarcesible del demiurgo.
Entre la ciudad que Borges vio de niño en 1900 y la que
dejó definitivamente en 1985 hay un abismo. Cada década
del siglo fue modificando profundamente su fisonomía
marcada por el ritmo de lo social. La inmigración transformó
desde el exterior el imaginario interior que dio como
resultado crecimiento y desarrollo en todos los órdenes. Este
crecimiento desmedido de la ciudad se concretó también
en el cruce de visiones que se generó en la literatura. Hay
otras voces acompañando a Borges y poblando la ciudad.
Los ecos los rastreamos en Los siete locos, El juguete rabioso
de Roberto Arlt, Adán Buenosayres de Marechal (1948),
Sobre héroes y tumbas de Sábato (1961), La ciudad junto al
río inmóvil de E. Mallea o en los cuentos de Mújica Laínez
Misteriosa Buenos Aires. La noche de los Héroes de Bioy
Casares…
…Sin embargo el desafío mayor, le cupo a quien supo
mirar aún ciego lo que debía ser cantado, escrito, contado
y guardado para los que vinieran mucho después del después.
La ciudad cambió a ritmo casi vertiginoso pero poco de
esto, figura en la obra de Borges. El hombre había dejado
de ver la ciudad desde los años 50, pero el poeta recreó
desde la memoria sin descanso y hasta el final una ciudad
de calles rectas y solitarias, donde no le asombró la
arquitectura de las avenidas del centro al estilo de París,
España e Inglaterra sino los jirones de lo que se elevaba
sobre la llanura, con horizontes incandescentes cuyos
personajes eran siluetas escurriéndose en duelos, arroyos
non sanctos, bailes calientes de milongas y casas de clase
media. El Buenos Aires antiguo y el de los barrios alejados
del centro, ésa es la ciudad que conservó en su memoria, la
que encontramos en su obra. Le bastó un patio, un zaguán,
o un sótano de una casa de la calle Garay, en su cuento el
Aleph por ejemplo, para revelar el misterio mayor “un
inconcebible universo en un objeto secreto y conjetural”
Acaso la respuesta diga que Buenos Aires le debe su
encantamiento a un hombre que fue a morir a otra tierra
para no quebrarlo. Sin duda el poeta sabía antes de partir
que nos legaba a todos los argentinos la mayor de sus
metáforas. Un vago remedo, podemos suponerlo en los dos últimos versos de su poema Fundación mítica de Buenos Aires,
que les dejamos para la reflexión.
“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: La
juzgo tan eterna como el agua y el aire” Jorge Luis Borges
Borges fundacional - por Marta Mutti