¿Qué satisfacciones le trae escribir? ¿Y qué dolores
de cabeza?
Es raro, no lo pienso mucho, ni las satisfacciones ni los
dolores de cabeza porque son parte de mi vida. No me
detengo mucho en ese lugar. Tengo que hacer.
¿Es como una necesidad?
Es un destino, algo que me vino puesto. Es decir, el
destino te ofrece cosas, las aceptás o no. Y si lo hacés, lo
enfrentás con todo.
¿Un destino casi impuesto o elegido?
No, uno siempre lo elige. Por eso digo que se te ofrece,
aparece ese camino, podés seguir o no. Nunca es impuesto.
Pero si uno lo acepta, después no se equivoca, sabe para
dónde va. No te dejás distraer por cosas secundarias.
¿Y el comienzo de esa elección dónde está?
Calculo que sería en la adolescencia. En un momento,
descubrí que quería contar historias. Creo recordar una
vez, siendo chico, en la que algún profesor de inglés me
encargó una composición y terminé escribiendo como
quince páginas de una especie de historia arturiana. Y el
profesor, en realidad, aparte de que me habrá insultado
porque le di mucho trabajo, se quedó contento.
¿Por qué piensa que se inclinó a escribir fantasía? ¿Cree que fue desde siempre?
Se podría decir que sí. El porqué... en realidad el porqué
es que uno ve el mundo de esa manera, ¿no? La clasificación
en géneros resulta cómoda para orientarnos en las librerías
y bibliotecas: ciencia ficción, policial, terror, romántico,
espionaje, etc. Y también ayuda a entender ciertas reglas
de juego. Pero para mí lo fantástico no es tanto un género
sino un modo de ver las cosas.
¿Es lo que surge?
Es como que las cosas empiezan a cobrar su propia forma.
Hay momentos en que uno tiene más control, otros en los
que no. Por ahí uno tiene cierto control cuando hay un
gran borrador terminado.
Por otra parte, creo que las imágenes tienen su peso
propio, y en esto hay que decir que toda literatura es
fantástica en definitiva. Son ficciones que dicen la verdad
de otra manera.
Siendo traductor, ¿cómo cree que influyó, por un lado,
la profesión, y por el otro todos los autores que trasladó en el oficio de escribir?
En realidad fue mutuo, porque yo terminé siendo
traductor porque era escritor. Lo que pasa es que la gente se
enteró después. En un momento se me presentó la
oportunidad de vivir como traductor, pero era algo que a
veces yo hacía para mí mismo. Normalmente traducía
poemas y cosas así. Traducía cosas con el objeto de
entenderlas mejor y de dominar mejor las dos lenguas. O
sea que para mí la mayor influencia en todo caso no ha sido
la de un autor particular, sino una especie de ir adquiriendo
mejor la música de mi propio idioma.
Tal vez, así como mucha gente sola encuentra
compañía en la radio, en la tele, lo mismo puede pasar
en los libros, ¿no?
Claro, pero la diferencia está en que no es sólo una
compañía de ruido, sino la compañía de una comunidad:
alguien ya tuvo estos sentimientos complejos que tenemos
y que a veces podemos expresar, alguien los tuvo, o en
algunos casos, alguien creó estas emociones. La literatura
crea emociones también.
Hay ciertos sentimientos que no eran así en un
determinado momento. Y nos civilizan en el sentido más
profundo.
Creo que el amor no sería un sentimiento tan complejo
sin la existencia de la poesía. No sé si sería igual sin la
existencia de Petrarca, Dante, la poesía provenzal.
En cuanto a la compañía de los libros, es un poco como
en el soneto de Quevedo, que dice: “con pocos pero doctos
libros juntos, escucho con los ojos a los muertos y vivo en
conversación con los difuntos.” El tipo solo, aislado en la
gran biblioteca tiene esa comunidad de muertos y los
escucha con los ojos. Curiosamente Shakespeare tiene una
imagen muy similar que dice: “es ingenio de amor oír con
los ojos”. El usa oír, pero es muy curioso porque son dos
poetas casi contemporáneos que no se conocieron, pero los
dos describen la lectura como el acto de escuchar con los
ojos. Es un diálogo entre desconocidos, un diálogo profundo
que supera la barrera de la muerte.
¿Disfruta o sufre el momento de corregir?
Según el día. Hay días en que lo sufro. Lo empiezo a
disfrutar cuando hay un momento en que uno empieza a
ver que las cosas hacen como las haditas de Disney, que
empiezan a brillar con el polvito mágico, a tener una vida,
una música propia. Y hay momentos en que no das con eso,
quedó la frase correcta, pero no das con esa magia. En fin,
gajes del oficio. Respecto al orden, hay cosas que las empecé
por el medio, seguí por el final, terminé por el principio.
Casi como cuando se filma una película, que no se hace
linealmente.
A veces surge la escena y después se inserta. Lo de
escribir días seguidos, a veces lo hago, a veces no, otras
semanas significa que me levanto, estoy tres horas, doy
vueltas, tomo un café, y escribo una paginita, y no anduvo
muy bien. Y de pronto, me acuesto a la noche y ahí sale
todo lo que no había salido durante el día. Uno tiene que
aprender a conocerse a uno mismo, entonces es una cosa
muy personal esa. En un momento uno descubre qué es lo
que le cabe a uno.
Incursionó en la literatura infantil con el ciclo de
Vendavalia, ¿cómo fue la experiencia?
Era una época en la que tenía ganas de hacer eso, y lo
hice. No lo pensé como una cosa muy aparte del resto de lo
que escribía. Sí me gusta mucho leer cuentos de hadas. Veía
que había mucha literatura infantil insulsa, con moralejas“modernas” y “preocupaciones para los chicos modernos”.
Incluso hubo una época en la que había medio un susto
con los cuentos de hadas. Eso es cíclico, vuelve, se suele
decir que son muy violentos, son muy terribles. Y bueno,
son como la vida.
El que entendió eso maravillosamente es Bruno
Bettelheim, un psicoanalista, en su libro The Uses of
Enchantment (“Los usos del encantamiento”).
Lamentablemente el libro se tradujo como Psicoanálisis de
los cuentos de hadas, que es un título espantoso.
Literalmente, en un mundo que ha sido desencantado,
que es prosaico, sin dioses y demás, el cuento de hadas
sigue funcionando como un centro de encantamiento, de
magia. Lo curioso, es que si bien no es un libro de análisis
literario, y está destinado a describir por qué el chico se
maneja tan bien con toda la simbología de los cuentos de
hadas, tiene presente su poesía, el vigor de la imaginería
salvaje del cuento de hadas.
Esto ya se lo preguntaron muchas veces. Tiene que
ver con el tema del libro que se escribe a sí mismo. Es
algo que se repite en El Libro de la Tierra Negra, El
Libro de la Tribu y Fábulas invernales. Son como reflejos
del futuro que se perdieron y nos llegan. Expresó que
fue involuntario. Pero, ¿es casi inconsciente, o lo hace
por algo en particular?
Cuando digo involuntario, quiero decir que no me
propuse hacer tantos libros con ese tema, sino que fue
surgiendo. Fue una idea que se me fue imponiendo por un
lado y la fui explorando por otro, y después terminó siendo
como un plan. Involuntario en el sentido de que no hubo
un gran plan desde el principio.
Creo que empezó en El Libro de la Tierra Negra, y
después se fue afinando, se fue imponiendo en sucesivas
novelas. Son libros sobre el acto de narrar, y al narrarse a sí
mismos se constituyen a sí mismos. En el primer caso, el
más banal si se quiere, es un libro electrónico. En los otros
casos el libro se hace carne. Alguien descubre que es un
libro, que su destino era ser un libro. Y quizás es un modo
de continuar un poco con esa metáfora clásica. La
naturaleza o el universo es un gran libro que Dios va
hojeando de alguna manera. Probablemente es una
imaginería muy bíblica, a su manera. Un libro terminó
encadenándose con otro por esa circunstancia, porque no
tienen otro elemento en común.
Y en estos libros en que los libros se escriben a sí mismos
el universo tiene sentido. No es un universo ciego y sordo
al sufrimiento de los personajes. En todos los casos, el libro
está asociado a la redención. El acto de narrar una historia,
trátese de una historia personal, libro sagrado o una novela,
sirve para reencontrarnos. Y nos salva. Lo que era chato,
una vez que se cuenta adquiere grandeza. Trasciende.
Redescubrimos el encantamiento.
En su obra aparece mucho la música. La música de la
máquinas, la música de la Concordia y de las raíces, las
voces, el neotango en Timbuctú. Es como que uno lee lo
que usted escribe y escucha.
Conviene aclarar que la prosa debe tener un ritmo, como
la poesía. Me interesa que los libros tengan cierto ritmo
musical, que se acerquen a la música. También tiene que
ser un relato: tener ambientación, personajes. Pero parte
de la vida que tiene está dada por una música que tal vez el
lector puede no percibir, pero que de alguna manera lo lleva.
Fábulas invernales está escrito desde una primera
persona que relata en presente. Y la mayoría de los relatos
en primera persona se suelen narrar en pasado. ¿Por qué
lo concibió de este modo?
Fábulas invernales está en primera persona porque era
importante la perspectiva del personaje central, y en
presente porque daba cierta inmediatez a esa perspectiva.
Por otra parte, esto permite un contraste con los momentos
en que él narra su vida en público, en que usa una
perspectiva engañosamente “objetiva”, en tercera persona
y en pasado. Esto no fue espontáneo, sino producto de varias
experiencias de ensayo y error, hasta que averigüé cómo
funcionaba. El relato impuso sus propias exigencias.
No creo en las fórmulas restrictivas, que me ponen
frenético. Todo se puede hacer de muchas maneras, tantas
maneras como escritores y cuentos hay. Cada narración tiene
su propia voz, y hay que encontrarla.
¿El personaje nace solo o hace una ficha?
No, lo dejo actuar, aunque a veces hay detalles más
deliberados. Una vez, cuando estaba escribiendo el Libro
de la Tribu, iba caminando y veo a un tipo que llevaba un
gato como si fuera una bufanda. Me pareció rarísimo.
Además, como yo tuve gato y todo... no es muy común que
saques a pasear al gato. Y fue un detalle que incluí para uno
de los personajes.
Y puede ocurrir que algún personaje esté inspirado en
alguien de la vida real, aunque es más raro.
Pero nunca hago fichas. Prefiero que hablen por su
cuenta. A veces los dibujo, para verlos mejor, pero después
desecho los dibujos. Y algunos detalles surgen en sueños.
Suelo tener sueños muy vívidos.
¿Son sueños fantásticos?
Y, sí, más o menos.
¿Qué opina del estado actual de la literatura fantástica
y de ciencia ficción?
Es un fenómeno demasiado amplio. A veces me
preguntan qué tendencia veo hoy en la ciencia ficción
actual. Eso es imposible de responder. Toda definición
quedaría desactualizada en cuanto se enunció. Lo que
importa, como en toda literatura, son los autores y los libros
individuales. Es muy interesante, por ejemplo, la saga de
Hiperión, de Dan Simmons, que es una fusión de géneros.
Dentro de la primera novela tenés un relato policial, un
relato histórico, un diario científico. Tenés a Orson Scott
Card. Es mormón, entonces tiene una serie de
preocupaciones morales y religiosas que dan un sello
personal al planteo de ciertas situaciones. Gene Wolfe, un
escritor de gran talla. Ian MacLeod, un escritor escocés,
con cosas realmente interesantes, originales. Hay muchos.
La ciencia ficción ha dado algunos de los escritores más
interesantes del siglo XX. El XXI todavía esta por verse.
PERFIL
Carlos Gardini nació en Buenos Aires, en 1948. Es uno de los
principales escritores contemporáneos de género fantástico y ciencia
ficción. Su labor ha sido reconocida con los premios Círculo de
Lectores (1982), Axxón (1991), Más Allá (1992), Ignotus
(1998), UPC (1996 y 2001) y Finalista Premio Minotauro
(2004).
Es traductor literario del idioma inglés, y ha trasladado a nuestro
idioma a autores como William Shakespeare, Ursula K. Le Guin y
Henry James, entre otros. Entre algunas de sus obras se encuentran:
Fábulas Invernales, El Libro de las voces, Los ojos de un
Dios en Celo y El Libro de la Tierra Negra.
Entrevista a Carlos Gardini - por Matías D´Angelo