Dice Pablo de Santis: “En el pasado la adaptación de
cuentos y novelas a la historieta servía de invitación a la
literatura. Hoy casi no hay diálogo entre un género y otro. La
historieta argentina, sin embargo, tiene una larga tradición en
este campo, encarnada en dos formas antagónicas de recrear la
literatura: José Luis Salinas y Alberto Breccia.”
Los traté a ambos pero, mi relación fue más estrecha
con Alberto Breccia. Lo conocí en el año 1969 cuando él
era socio, profesor y ejecutivo de IDA (Instituto de
Directores de Artes). Un centro multicultural ubicado en
la calle Florida casi esquina Córdoba. Alberto fue antes mi
amigo y después, mi suegro. Era un lector “omnívoro”, si se
me permite el término. Yo, un ensoberbecido joven,
estudiante de letras.
Por supuesto, la química funcionó y hablamos durante
largas horas, y días, sobre un tema que nos preocupaba: las
necesidades comerciales de un género que había sido
bastardeado por un fin comercial. Curiosamente, o no, y
siendo uno de los mejores dibujantes del mundo, Alberto
no tenía trabajo en la Argentina. A pesar del paso del
tiempo, las cosas no han cambiado. Es más, tal vez hayan
empeorado.
Agrega Pablo de Santis: “En las historietas argentinas de
los años treinta y cuarenta, aún en los cincuenta, las
adaptaciones literarias abundaban. Hoy son una rareza. ¿Qué
tenían para compartir historieta y literatura, y qué es lo que las
separa hoy?
Tenían el mar, las selvas, las islas misteriosas, el centro
de la tierra, la luna y Marte: es decir, un imaginario en
común. La historieta era la forma dibujada de la aventura,
y no se le hubiera ocurrido otro destino. En las obras de
Emilio Salgari, de Julio Verne, de Edgar Rice Burroughs, el
relato gráfico había aprendido a huir del peligro mayor: la
vida cotidiana.
Este lazo tan fuerte permitió que la historieta fuera
una puerta de entrada a la lectura literaria. Los mundos
de un género y de otro eran espacios contiguos. Hoy sería
difícil imaginar qué clase de literatura podría estar en
armonía con las aventuras más extremas de los superhéroes
o con las historietas japonesas. Tienen su propio escenario,
sus propias leyes, y nos conducen a un mundo de pura
imagen: las palabras son apenas la sombra del dibujo.”
Queríamos, como bien dice de Santis, que la historieta
cumpliera ese rol que él expone más arriba que “la historieta
fuera una puerta de entrada a la lectura literaria”. No
sabíamos si lo lograríamos. Sí, veíamos -más Breccia que
yo, obviamente-, que en la literatura había, y hay, temas y
valores estético-éticos que era importante rescatar y
transmitir masivamente. Coincidíamos, sin conocerlo en
aquel momento, con el pensamiento de Pablo de Santis.
Empezamos a trabajar con el “Informe sobre ciegos”de
Sábato. Pero a don Ernesto no le gustó mi versión. Esto que
suena como una dificultad desalentadora fue todo lo
contrario porque nos llevó a ocuparnos de otro autor:
Howard Phillips Lovecraft (1890-1937). Un escritor que
poca gente conocía.
Nos decidimos por “Los Mitos Chtulhu”. No teníamos
editor. Ni aquí ni en Europa. A Breccia no le importaba.
Dibujaba igual. Me costaba entender eso. Pero era invertir
en el futuro y es una costumbre que continúa en sus hijos y
sus nietos. Siempre dibujan.
Yo no era un guionista. Además, Alberto no quería para
esto a un profesional de la historieta. Deseaba a alguien
que no estuviese contaminado por las necesidades propias
del género y de las exigencias editorialistas. De todas formas
yo ni soñaba con la trascendencia ni con las críticas actuales.
Breccia creo que sí, porque estaba muy consciente de
sus valores como dibujante y de su capacidad creadora y
docente. Lo cual, permítaseme la digresión, tomaba en
broma. Cierta vez, durante una entrevista televisiva, le
preguntaron:
-Breccia, su padre dibujaba, usted dibuja, sus hijos
dibujan, sus nietos dibujan... ¿Qué es el dibujo para usted?
-Y... ¡qué sé yo...! Tal vez una tara familiar...
Tenía un magnífico sentido del humor...Fue un gran
artista. Únicamente superado por otro, su propio hijo,
Enrique.
Y aquí, una cosa extraña. Si Alberto dibujó los
inquietantes cuentos de Lovecrat transcurridos, ya, más
de treinta años, Enrique debió realizar, también en
historieta, la vida del escritor, de Providence para la
colección Vértigo de DC comics. Un trabajo monumental
en el cual, este verdadero “monstruo”, empleó cinco
técnicas ilustrativas diferentes. Volviendo a “Los Mitos de
Cthulhu”creo conveniente destacar lo que opinan hoy los
críticos. Afirma, por ejemplo, Rafael Marín, en España
“...cada viñeta de Breccia, en esta adaptación que es
sin duda la mejor adaptación de Lovecraft a la
historieta (y, si me apuran ustedes, la única posible)
es un terremoto. Breccia rompe el papel, lo rasga, lo
mancha, usa collages y bloques de fotografías, raya
las sombras, ilumina los rincones, talla rostros
imposibles y repite imágenes que provocan un
pesadillesco efecto estroboscópico en la mente del lector.
No hay anclaje en lo real, los pliegues de esos
mundos que acechan desde más allá y desde más
atrás del mundo apenas sirven para revelarnos,
de cuando en cuando, la debilidad de eso que
consideramos la realidad, y entonces el autor usa
fotografías decididamente blandas, el contraste
plácido que intuimos, que sabemos ficticio...”
Pero, nuestra intención de unir dos universos
expresivos y artísticos, diferentes, no se limitó
solamente a la obra de Lovecraft. Luego continuamos con“La última visita del caballero enfermo”de Giovanni Papini,“El anciano terrible “ de Howard P. Lovecraft, “La noche de
Camberwell” de Jean Ray y ”Mujima” de Lafcadio Eran.
Pero este hábito de trabajo se extendió a sus hijos. Con
Enrique abordamos “La leyenda de “Thyl Eulenspiegel” de
Charles de Coster, y “Mustafá” de Armando Discépolo.
Con Cristina Breccia, mi esposa, encaramos a
Shakespeare y en los años 80 publicamos en Italia ”Macbeth”.
“Sueño de una noche de verano”, “La tempestad” y “Las Alegres
comadres de Windsor.”
Para terminar, vuelvo a citar a De Santis:
Otro hito de la adaptación literaria fue la aparición de
la sección “La argentina en pedazos” en el primer número
de la revista Fierro (1984). En sus páginas, un fragmento o
un cuento de nuestra literatura era llevado a la historieta,
acompañado por una introducción de Ricardo Piglia. Así,
Enrique Breccia dibujó a Esteban Echeverría (El matadero),
Francisco Solano López a Germán Rozenmacher (Cabecita negra) y a Rodolfo Walsh (Operación masacre), José Muñoz
a Roberto Arlt (un fragmento de Los siete locos). La lucidez
y contundencia de Piglia, sumadas a la calidad gráfica de
los relatos, acabaron por conformar un libro ejemplar en el
campo de la historieta y la crítica argentinas. La aparición
de esta sección en una revista de historietas (que era además
un producto comercial, con buenas ventas) nos resulta
impensable en el presente. Sin embargo, en la efusión
cultural de mediados de los ochenta podían mezclarse en
las páginas de una misma revista notas sobre cine de culto,
literatura policial, ciencia ficción, historia de la historieta.
Esa crítica no académica que circulaba en publicaciones
como Fierro, Superhumor o El péndulo llegó a notables
niveles de precisión e inteligencia.
Como puede apreciarse, no hay un divorcio inapelable,
entre historieta y literatura.
Sólo hace falta que los distintos niveles estatales y que
los grandes grupos editoriales- lo comprendan.
Fundamentalmente, los argentinos. Porque en otros países
hay un concepto diferente aunque tengan los mismos
inconvenientes. A veces me pregunto si no se tratará de
un problema cultural y educativo que condiciona las
inversiones y los proyectos. O bien los supeditan a las
necesidades que, -por infinitas razones no compartidas-ellos
mismos crean y mantienen sin solución de continuidad
desde hace mucho tiempo. Muy a mi pesar, me inclino a
creer que es así.
El juego de la literatura en la historiega- por Norberto Buscaglia