Apuntes literarios
 

Perseguido, cuestionado y premiado, Tennessee Williams consiguió pintar como nadie el espíritu dulce y salvaje del sur de los Estados Unidos y, de paso, indagar en los secretos del alma humana.
“No quiero realismo. Quiero... ¡magia! ¡Sí, sí, magia! Trato de darle eso a la gente. Le tergiverso las cosas. No le digo la verdad Le digo lo que debiera ser la verdad”, grita una Blanche entre el éxtasis y el patetismo en una de las escenas más desgarradoras de “Un tranvía llamado deseo”, el clásico de Tennessee Wiliams de 1947. Y eso –magia- es precisamente lo que buscó Tennessee a lo largo de su vida en medio de una familia opresiva, una sociedad pacata y un país dividido y perseguidor.
En la década de 1940, telón de fondo de la producción del autor, la arrogancia del sur de Estados Unidos –que con música blues venía matando esclavos desde hacía siglos- se encontraba amenazada por las nuevas influencias del norte, por la necesidad de integrar a la nación y la imposibilidad de asimilar lo extraño, lo nuevo. Es en este contexto en el que escribe Tennessee y es en él donde viven la mayoría de sus personajes. “Yo voy a hacer algo. ¡A cobrar ánimos y empezar una nueva vida!”, insiste Blanche. Al analizar sus primeros años de vida, Darryl E. Haley, profesor de inglés en la Universidad del este de Tennessee, señaló: “Quién hubiera podido predecir que este tímido, enfermizo y confundido joven se convertiría en uno de los más famosos dramaturgos de la historia de los Estados Unidos”. Nadie, quizá sólo el propio Williams. Nació el 26 de marzo de 1911 en el sureño estado de Mississippi. Su madre –Edwina- era profundamente religiosa y descendía de una rica familia venida a menos y su padre, un vendedor de zapatos que viajaba demasiado como para prestarle atención al pequeño Thomas Lanier. Tenia un hermano menor –Dakin- y una mayor –Rose- a quien muchos consideran la gran musa inspiradora. Rose padecía esquizofrenia y le practicaron una lobotomía con pésimos resultados: quedó postrada en un hospital hasta su muerte. Ese golpe familiar –dicen algunos de sus biógrafos- fue fundamental para generar en Tennessee la necesidad de creación. Fue sin dudas el espejo para la Laura de “El zoo de cristal” (1945) –un personaje frágil e inestable que vive al amparo de su madre y de su hermano, con un padre ausente-. Algunos afirman que el golpe también lo llevó al alcoholismo. El nombre Tennessee viene de sus tiempos en St. Louis (estado de Missouri), adonde su familia se había mudado en un intento por escapar de la pobreza. Sus compañeros se burlaban de él por su acento marcadamente sureño, típico de Tennessee. El hecho es que Williams lo decidió adoptar y olvidó el Thomas Lanier con el que había nacido.

LA OBRA

“Es fascinante e inquietante cómo el mundo de uno queda totalmente absorbido en la escritura de una obra - Williams escribió en el prólogo de Camino Real (1953)-. Es casi como si uno estuviera construyendo otro mundo de manera frenética mientras el lugar en que vivimos se disuelve bajo nuestros pies”. Gran parte de las obras de Williams reflejan la tradición romántica gótica sureña, al estilo de William Faulkner y hablan de la libertad sexual como en las novelas de D. H. Lawrence.
David Mamet llamó a su producción “la poesía dramática más grande que haya dado Estados Unidos”. De hecho, Williams fue el primer autor en recibir, en 1947, el Premio Pulitzer por drama, el Premio Donaldson y el galardón del Circulo de críticos de Nueva York en el mismo año. La Rosa Tatuada (1952) fue dedicada a su pareja Frank Merlo y recibió el Tony por mejor obra. Precisamente, dicen que la muerte de Frank –también secretario personal- le produjo una terrible depresión que lo llevó con el tiempo a rebajar la calidad y originalidad de sus escritos. Merlo murió de cáncer en 1961 y para entonces, Williams ya había sacado a la luz todos sus grandes clásicos incluyendo “El zoo de cristal” (1945) –con la inolvidable Laura- y “Un tranvía llamado deseo”. Otros textos que entraron a la categoría de inolvidables son “Gata en el tejado de zinc caliente” de 1955 por el que ganó el Pullitzer por segunda vez o “De repente, el último verano” (1959).
“El teatro es un lugar donde uno tiene tiempo para los problemas de personas a las que si nos vinieran a pedir trabajo, les cerraríamos la puerta en la cara”, dijo Tennesse en una entrevista. Y, de hecho, en todos sus textos le da espacio a personajes que se debaten entre la pasión, la locura y el deseo exacerbado.

Marlos Brando hizo de Stanley en la puesta de Broadway y en el cine

LA SEXUALIDAD

El escritor catalán Josep A. Vidal explica que la elevada sexualidad de los personajes de Williams se ubica en el centro de la pugna insoluble que enfrenta al “yo” con el“otro” y que en Tennessee se resuelve en un diálogo imposible y en la evidencia de la propia fragilidad. “El amor mal correspondido o imposible, la homosexualidad, acompañada del repudio y del auto odio; la esterilidad, la vejez, el embrutecimiento. De un modo u otro, la sexualidad no desemboca nunca en la satisfacción ni en ninguna otra dimensión de plenitud”, dice Vidal. Sin embargo, el autor aclara: “La conquista de la propia sexualidad es la conquista de uno mismo, de la propia identidad, y es al mismo tiempo, encuentro con el otro, proyección de uno mismo. Y es fecundidad, procreación, perpetuidad, es decir, la victoria sobre el tiempo y sobre la muerte, el triunfo de la vida, la conquista del derecho a la historia.”
Algunos críticos literarios despreciaban lo que llamaban“excesos” en sus trabajos. Sin embargo, muchas veces esas críticas ocultaban ataques sobre su condición sexual. El puritanismo del sur no se llevaba nada bien con la homosexualidad de Williams, que estuvo rodeada por altas dosis de droga y alcohol. Sin querer, o sí, despertaba todos los fantasmas sociales sobre el tema gay, aunque nunca hizo de esta cuestión una bandera y blanqueó su condición sexual recién en la autobiografía publicada en 1975.

EL FIN

En 1969, Tennessee pasó dos meses en un programa de desintoxicación para liberarse de su adicción al alcohol, las anfetaminas y los barbitúricos y gracias al tratamiento obtuvo un mayor control sobre sí mismo. No obstante, para entonces sus obras ya habían dejado de ser masivas y se lo consideraba “retirado”. Hacia 1977, en un artículo publicado en The New York Times, quejándose por esa apreciación, el propio Williams señaló: “La mayoría me considera el fantasma de un escritor, un fantasma aún visible, excesivamente sólido y quizá demasiado ambulatorio, pero al fin y al cabo un escritor que todavía es recordado en especial por trabajos que fueron representados entre 1944 y 1961”. Lo cierto es que Tennessee quería ser visible y se movía. Sus obras más experimentales son de esaépoca oscura en la que su “viudez” se mezcló con dosis de alcohol y drogas, marchas anti Vietnam y tratamientos interminables. Son de esta época trabajos como “En el bar de un hotel de Tokio (1969), “Vieux Carré” (1977) o “Un domingo encantador para Creve Coeur” (1978). En algunas de esas obras del período negro, Tennessee intentaba recomponer la gloria perdida pero inevitablemente caía en la incomprensión de la crítica. Se le pedía que hiciera otro“Tranvía llamado deseo” y le salía algo experimental e innovador como “La señal del diablo rojo” (1976). El Tennessee parecido a Arthur Miller daba lugar a otro autor más ligado con la obra de Beckett, Ionesco y Sartre.
El 24 de febrero de 1983 murió por ahogamiento en circunstancias poco esclarecidas. Tenía 71 años y se dice que se ahogó con la tapa de una botella. Otros afirman que falleció por consumir tranquilizantes en exceso y su hermano llegó a asegurar que lo asesinaron. Por una curiosa coincidencia la vida de Williams terminó en un lugar que compartía el nombre con el del edificio en el que Blanche encontraba su final. Tennessee murió en Hotel Eliseos en Nueva York; el nombre del edificio de “Un tranvía...” era Campos Eliseos.
Como sus personajes, Williams a veces parecía estar actuando uno de sus textos, condenado a la búsqueda permanente que implica la existencia y al desengaño constante ante lo inútil del esfuerzo.
Sin dudas, vale la pena ver una obra de Tennessee. Esa música sutil, esas palabras bien elegidas, esas luces tenues sobre el escenario representan simples artificios, los típicos artificios del teatro; pequeñas mentiras que nos hacen digerir más fácilmente lo siniestro de vernos condenados a no poder ser. Sin embargo, hay que insistir. “Suceda lo que suceda, todos tenemos que seguir viviendo”, le dice Eunice a Stella hacia el final de “Un tranvía llamado deseo”, con cierto aire de resignación.


Tennessee Williams: entre el deber y el deseo - por Juan Carlos Antón (Periodista)