Apuntes literarios
 

Frente al desafío de escribir un guión de terror para una historieta, naturalmente tratamos de evitar los senderos narrativos que desembocan en lo redundante y obvio. Pero, no es tarea fácil, ya que inevitablemente debemos recurrir a la formula paranoica de “algo persigue a algunos”.
Ambientar una historia es tarea fácil, ya que sólo se necesita oscuridad para esconder un monstruo. Nada mejor para esto que un sótano, la noche en un bosque o la niebla en el mar. La escenografía en lo posible debe ser rústica y transmitir soledad de tal forma que el lector intuya desde el principio que la víctima, por más que se desgarre la garganta gritando no logrará que nadie le preste ayuda. El entorno debe plantearse de modo que sugiera que detrás de cada árbol, dentro de las casas abandonadas o en la pieza de al lado hay algo que acecha.
La creación de los personajes es el punto más importante en una historieta. El éxito de la misma se basa en el esfuerzo del autor por dejar fluir los acontecimientos y no caer en la tentación de manipular las acciones de los personajes a su conveniencia por el mero hecho de forzar un desenlace.
El talento de los dibujantes puede observarse en la expresión de los personajes que, sin recurrir en excesos de “bocas abiertas” y “ojos desorbitados”, logran transmitir pánico, ira, desesperación, angustia y todos los condimentos sentimentales que conjuran una buena narrativa de terror.
Para ilustrar una historia de terror debe tenerse en cuenta que el color negro ocupa más superficie que el blanco. Los dibujantes debemos lograr marcar un ritmo al lector entre una viñeta y otra. Las herramientas con que contamos son las líneas de acción y la atención visual que va desde el blanco al negro.
Pareciera imposible tener en cuenta tantos requisitos a la hora de confeccionar una historieta, pero revistas como CREEPY, SKORPIO y FIERRO demostraron lo contrario. Estas publicaciones fueron el semillero de quienes más tarde se convertirían en grandes maestros del género y que sirvieron luego como inspiración a muchos artistas del comic. Rescato a sólo cuatro de ellos que influyeron en mi estilo de dibujo y narrativa:

  • ALBERTO BRECCIA – La mano del mono, La gallina degollada de Quiroga, Mort cinder y Sherlock Time con guión de H. G. OESTERHELD .”El Viejo” le decimos cada vez que recordamos con respeto y admiración , a este genial dibujante ya que si bien tuvo hijos- dibujantes, nosotros nos considerábamos dibujantes-hijos de quien fue padre de la historieta argentina.
  • HORACIO LALIA. En su amplia galería de trabajos publicados, el personaje más destacado sin duda alguna es Nekrodamus que, junto a su amigo Gor nos hicieron vivir en cada relato el oscuro romanticismo de la Edad Media entre guerras, reyes, demonios, brujas y por supuesto alquimistas.
  • BERNI WRIGNSTON. Quien se animó a dibujar el rostro de Jenifer y darle vida al monstruo de
    Frankestein.
  • ENRIQUE ALCATENA. Posee un estilo narrativo que se encuentra entre lo surrealista y tenebroso dando un ambiente de oscura magia en cada página. Uno de sus mejores trabajos es Merlín. En el que junto al guionista Robin Wood pudo invocar con éxito “...Al gran mago que hubo una vez”.
  • JUAN ZANOTTO. Hor, Henga, Barbara, Safari y muchos de los tantos personajes dibujados por este Maestro nos llevaron a recorrer la ciencia- ficción en su máxima expresión. Alguna que otra vez ilustraba historias unitarias de un terror-futurista con guión de Saccomano. Como por ejemplo El viaje más largo. Sospecho que desde“el más aquí “ nos estará cuidando de la mediocridad a
    todos los que hacemos danzar el grafito y bebemos tinta china entre pinceles.
    Los adeptos a este género aumentan día tras día desde el estreno de El Exorcista hasta Un Lugar Oscuro y al igual que “La Niebla” la fascinación por los “Escalofríos” se extiende a todas las edades.
    Como bocas hambrientas de gárgolas en un nido, los consumidores de terror piden más y más historias que den miedo. Nosotros, “los creadores de la oscuridad”, debemos alimentarlas.

Terror en viñetas - por Juan Pablo Wansidler