La ciencia-ficción criolla
La ciencia ficción en la Argentina no es un fenómeno nuevo. Recientes investigaciones literarias, que se encargaron de hurgar y revolver archivos de revistas y periódicos extintos, sacaron a la luz todo un crisol literario del género, olvidado por nuestra típica desidia cultural. Durante los años ochenta y principios de los noventa, renombrados especialistas afirmaban que la ciencia-ficción nacional no existía o que sólo era un fenómeno contemporáneo. Por suerte, estaban equivocados. A diferencia de EE.UU. que supo rescatar a sus autores pulps en posteriores antologías literarias en formato libro, nosotros los dejamos reposar en el olvido. Muchos libros del género los conocemos por citas; otros, para leerlos, debemos recurrir a los archivos de bibliotecas barriales o tener la suerte de encontrarlos en alguna librería de viejo. La ciencia-ficción nacional es un género que aún hoy día busca su espacio entre los editores.
La estrella del sur
A través del porvenir (subtítulo de la obra) es una novela de ciencia-ficción temprana escrita en el año 1907 por Enrique Vera y González, fue editada por una marca de cigarrillos: La Sin Bombo y distribuida en forma gratuita (¡qué tiempos aquellos en que la promoción publicitaria descansaba en la edición de un libro de un autor argentino y, encima, de ciencia-ficción!). Enmarcada en la corriente francesa del género, más que en la anglosajona, ilustra un viaje al futuro, a nuestro propio bicentenario1. Enrique Vera y González (me pregunto si este nombre no era un seudónimo) se inspira en la obra de su predecesor (y aún contemporáneo): Eduardo L. Holmberg, famoso por sus cuentos fantásticos y su novela El viaje maravilloso del señor Nic-Nac. Se diferencia en el tono. En Vera y González la crítica social está vedada u obstruida por las maravillas técnicas del futuro que ocupan la mayor parte de la novela. La sociedad, sin llegar a ser utópica, alcanza para el bicentenario un grado rayano en la perfección.
El argumento
La trama es simplona: el personaje de la novela se llama: Luis Miralta y es aquejado por el spleen de la época, no le interesa su futuro ni el de nadie. Casualmente conoce a un brahmán indostano2, Rao Haraontis que le propone dar un vistazo a su futuro y al del país para que pueda valorar y aprovechar la vida en su justa medida. El viaje elude los artilugios tecnológicos y se limita al desprendimiento astral del alma de Luis. Éste se enfrenta a un espejo mágico donde envejece hasta fallecer, el alma visita su lápida en 1926 y luego se expande hacia el espacio en un típico cuadro cósmico de Camille Flammarion.
A partir de aquí, la historia se traslada al año 2010 y coincide con la llegada al país de un grupo diplomático de Abisinos, encabezados por el príncipe Ayub. Se expone la vida del flamante intendente de Buenos Aires que no es De la Rua ni Macri, -otro desacierto profético del autor- sino Renato de Villena, viudo y padre de dos hijos brillantes: Augusto y Elisa.
El hijo del intendente es considerado el científico más prestigioso del momento, descubre la síntesis del carbono y del gluten con lo que pone fin al hambre y a otros peligros que amenazan a la humanidad desde su origen.
En el interín padre e hijo recorren junto a los abisinos los cielos de Buenos Aires a bordo de un vehículo aéreo. Durante la conversación se hace mención de Luis Miralta como un hombre por que hizo a un lado su egoísmo y trabajó incansablemente para mejorar la patria y la sociedad. Su ejemplo inspiró a los jóvenes y constituyó el pilar fundamental de la sociedad del bicentenario.
La novela concluye con el casamiento de Ayub y Elisa (que hace a un lado su prejuicio racial y de clase) y con el nombramiento de Renato como presidente de la Confederación Latinoamericana.
Las maravillas del año 2010:
En general, el autor tiene poco de Verne, quiero decir que como profeta se moría de hambre. La mayoría de sus predicciones no se cumplieron y el panorama histórico que pinta contradice por completo nuestro presente. Una Argentina elevada como potencia mundial, cuna de la cultura y de las grandes luminarias científicas.
Como en las novelas de Albert Robida y Edgard Bellamy, se dedican algunos capítulos a la descripción de los milagros mecánicos con los que el autor retrata los logros y superaciones del país.
Para el 2010, Vera y González cree que New York y Buenos Aires estarán conectados por una extensa vía férrea que recorrerá un tren magnético en un plazo de treinta horas. Los derivados sintéticos estarán a la orden del día, esto pondría fin a las crisis económicas, como por ejemplo la del oro negro. Los automóviles, como hoy día, atestarán las urbes y la bicicleta, en cambio, será erradicada del mapa, por demandar demasiado esfuerzo físico a su conductor. Hace referencia a unos monopatines a motor de una o dos ruedas, utilizados por el sector más humilde la población. El cielo será el dominio de las máquinas voladoras, naves aréas y globos tipo zeppelines. Los edificios rondarán los cuatrocientos metros de altura y en sus terrazas arboladas se apearán los vehículos aéreos.
Los autómatas (es decir, robots, aunque aún no se había acuñado el término), para el 2010 comenzarían a desplazar al servicio doméstico humano. Un punto a favor en la credibilidad del relato es que el autor no imagina un mundo donde todo ya está inventado y todos los enigmas vencidos. Esto lo distancia de la simple utopía como la Argirópolis de Sarmiento.
En cuanto a la moda, la historia retrocede varios siglos y adopta la vestimenta greco-romana, el autor las denomina: vestiduras flotantes y holgadas. Se usan sombreros ligerísimos y elegantes que: "...protegen contra el sol, y dejan circular, entibiándolo, el aire, a la vez que por su preparación especial, matan el microbio de la calvicie."3 Un acierto benéfico para los calvos al considerar su mal como una enfermedad.
La prensa publica diarios que miden cincuenta metros de largo, pero que pueden doblarse hasta adquirir el tamaño de un pañuelo y para el sector humilde de la población se publica un diario que una vez leído puede ser devorado.
La jornada laboral se limita a cuatro horas, dividida en dos horas a la mañana y dos por la tarde. La moneda es erradicada, por lo que las personas obtienen sus ganancias por sus aportes laborales y por la distribución de los sobrantes de la riqueza que realiza el Estado. Los contratos matrimoniales se adaptan a los tiempos y pueden ser indisolubles, por un año, unilateral o a plazo fijo.
El viaje interplanetario -un tema álgido en la mayoría de las novelas de ciencia-ficción- es tocado de pasada en La estrella del Sur y se detallan con vaguedad los medios para lograrlo4. Más adelante, con el descubrimiento de un producto que el autor denomina abarita, se ensayan las posibilidades de engañar la gravedad terrestre.
En un giro irónico del autor, el tabaco y el alcohol se suman a las filas de los grandes benefactores de la humanidad. El alcohol se transforma en una bebida espirituosa que aclara las ideas (!) y con el tabaco el paciente ingiere los remedios a través del humo de un cigarro farmacéutico. Dejo librado al lector el símil contemporáneo.
La literatura se refugia en el poder de la síntesis y de la originalidad ante todo. El cine aparece bajo el nombre de audición fonográfica.
El marco histórico es comentado de un pantallazo: hacia 1950 EE.UU. invade Venezuela, Colombia y desmiembra Centro América. Más tarde conquista Canadá y Latinoamérica busca una alianza entre países limítrofes para sofrenar el avance del gigante norteño. El alma de la confederación es la Argentina y su capital Buenos Aires. Europa, en cambio, es un conjunto de países con políticas divididas y Rusia aún sigue sumida en el poderío zarista. Por último, África continúa bajo el dominio colonial de Europa. El debacle geopolítico que sacudió al mundo a lo largo del siglo, prácticamente no tiene lugar en el imaginario de Vera y González.
Los logros de esta sociedad se opacan ante la velocidad vertiginosa del progreso que no aguarda a los rezagados. Aunque con una mirada algo ingenua, el autor sugiere los peligros que conlleva una sociedad en exceso competitiva y que desprecia los valores espirituales.
Y en conclusión
La novela finaliza en los inicios de la fiesta del bicentenario donde se dan cita todos los presidentes y luminarias del mundo. Luis Miralta regresa de su viaje astral, conciente de sus objetivos y de la meta de su vida.
Hija de su tiempo, la novela no puede desprenderse del espíritu modernista ni de su carácter moralizante. Pero, a pesar de todo, el autor a veces escapa a su objetivo primordial y se deja llevar por la imaginación y el delirio, es ahí donde el libro nos regala pasajes fantásticos e imperecederos.
A pocos años del verdadero bicentenario (quiero creer que es el verdadero, salvo que esté inmerso en una realidad dickiana) es un buen momento para rescatar esta obra del polvo de la biblioteca y arrebatarla de la mano de los especialistas que la citan, pero no difunden. Una de las pocas novelas primerizas y auténticas de un género que, aún hoy día, abordamos con timidez.
Desde la Mesa de Saldos
Por Matías D´Angelo
El Ojo de Dios
Curtis Garland. Editorial Astri, S.A.1988
Encontré esta novelita en Mar del Plata. El título sugestivo, el dibujo de la portada, su bajo precio, y esa extraña aura que puede emitir un librito de páginas amarillentas en un kiosco de revistas, me convencieron de comprarla.
En noventa y cuatro páginas, cuenta una atrapante historia de la más pura ciencia ficción: en un futuro lejano, el Alfa-Galaxia, una nave-colonia, transporta a los 25 mil sobrevivientes del planeta Tierra, en busca de un nuevo mundo habitable.
Allí, Waldo Random, el capitán, es el encargado de guiar a sus subordinados en la aventura espacial. Cuando surge una misteriosa espiral violeta que atrae a la nave, el personal intenta hacer todo lo posible para evitar caer en su interior. Pero fracasan. A medida que pasa el tiempo, la nave va perdiendo sus funciones, y nace (literalmente) una nueva amenaza en su interior.
Progresivamente, los habitantes del Alfa-Galaxia se transforman en estatuas de cristal. Excepto, por supuesto, el Capitán Random, y algunos de sus compañeros: Irwin, jefe de comunicaciones, Rand Carson, segundo a bordo, y Troy Mulhard, jefe de seguridad de la nave.
Es de destacar también la supervivencia de la doctora Ilse Baumer, descripta como una "belleza nórdica", personaje ideal para dar explicaciones científicas al contexto espacial.
Al chocar con la espiral violeta, estos personajes llegarán a otro universo, donde habita un dios terrible, Zolam, su heraldo, Lurkant (un hombre androide), y los Umokbos, humanoides ciegos.
Random y Mulhard encontrarán una nave rusa, donde sobrevive, desde hace siglos, un astronauta sometido por Zolam. Allí es donde se da uno de los diálogos más interesantes, donde Carson cuenta que ni los americanos ni los rusos ganaron, que la humanidad logró alcanzar la paz y un Orden Mundial... pero fue la Tierra la que cedió por sí misma, destruyéndose sola.
Si bien los personajes son bastante planos, tienen diálogos muy inflados y la historia de amor entre el Comandante Random y la Doctora Ilse Baumer es súper cursi (aunque no deja de ser interesante), la novelita es sumamente entretenida. Mantiene el suspenso constantemente, desde que los atrae la espiral y surge el monstruo, hasta que están en el Universo de Zolam y se enfrentan a Lurkant. Las descripciones de paisajes cósmicos y planetarios, así como del interior de la nave rusa, Lurkant o el Ojo del dios Zolam, son estéticas en el sentido más popular del sci-fi, y se disfrutan mucho.
El final es BASTANTE forzado, pero siendo Random un Capitán tan perfecto, y ya acostumbrados al tratamiento rimbombante y sentimental de la novela, es aceptable, y hasta divertido.
El Ojo de dios fue escrita por Curtis Garland, seudónimo de Juan Gallardo Muñóz, un escritor español que hizo más de dos mil (!) novelitas para kioscos, abarcando todos los géneros. Su primera edición fue en 1988.
Muñoz utilizó otros seudónimos también, como Johnny Garland, Addison Starr y Donald Curtis.
Esta es la primera de sus historias que leo, y más allá de las críticas que hice, tengo que decir que me gustó mucho.
La ciencia ficción en el Buenos Aires rococó / por Mariano Buscaglia