Apuntes Literarios
 
Es probable que Shakespeare y Sófocles hayan tenido el mismo sueño. Es probable que la confusión abrigara en la inocencia de Edipo y en la justiciera locura de Hamlet una eterna perversión maquillada por el estertor de un gris y elástico deseo. Deseo que funde tragedias en el crisol de una soledad potencialmente incestuosa. Calla el rumor. Habla el silencio. Es acaso Edipo quien arranca sus ojos para al fin donarlos a la escénica psicopatía del príncipe Hamlet. Pronto Gertrudis (madre de Hamlet) remonta al cielo su acabada pureza damnificando en segundas nupcias a Yocasta (madre y esposa de Edipo) que muere ahorcada en el espejo de su lividez.
Previo al dolor de una fermentada casualidad siniestra nace el impío con los ojos bermejos de tanto llorar al rey de Tebas o de Dinamarca, y harto de convocar a dicho espectro que desaparece ante una orgía de míticos siglos de bronce. Ya no es Edipo el asesino de Layo. Ya no es Edipo el ciego pecaminoso. Porque el corazón difunde caldos de escepticismo y fe en el oscuro segmento de su indigna pertinencia.
Aparece la ley: la prohibición. El aparato psíquico de la desobediencia. El amor exagerado. Aparece a la vez una suerte de mordaz escaramuza dispuesta a confundir dinastías en el ampuloso regimiento de una esperanza lícitamente noble. Agazapado y sin remordimientos se destaca el drama del deseo que pavoneándose en sus propias plumas agota el fulgor de su original y viscosa anatomía.
Hastiado del péndulo juzga el destino una aguda configuración de tiempo y espacio. Es un féretro sin cuna moral, una réplica mal lograda. Es el destierro de Edipo que coagula en la lectura de Hamlet.
Ciertos complejos abundan en la trama de su gravedad anidando mieles. Nadie retorna al misterio de la creación. Ni Hamlet. Ni Edipo. Es quizá por eso que la realidad absorba el frágil temor que el caos propone. Es esto para Hamlet un juego peligroso, una armonía simétrica.
Nace de las entrañas de Edipo un joven príncipe llamado Hamlet, y nace de las entrañas de Sófocles un joven actor llamado Shakespeare. Pronto se fusionan. Pronto se rozan. Pronto se untan y se entremezclan, hasta lograr una masa completa y uniforme.
El amor frecuenta, de vez en cuando, lerdas confusiones que revelan inocentemente su incandescente musa. Musa que reposa en el sudor de su propio desenlace. Es al fin y al cabo Hamlet quien se deja llevar sugestionado por los consejos de Edipo.
Muerde su luz el cráneo que infunde calma, el mismo que hace detonar su caprichosa letanía. Es así como se difunde el horror con que lo fortuito castiga al pobre Edipo que por cortesía deja, por un minuto, de ser Hamlet para alojarse en el rincón más apartado de una negra y respetable humanidad, y ser un instinto más de esta sórdida imperfección que va y viene como el eco, convocando a los abismos. Edipo, Hamlet…cualquiera.

 

 

Complejo de Edipo.
Tiene lugar de manera aproximada, entre los tres y los cinco años, según la forma en que el sujeto resuelve este conflicto nuclear aparecerán o no perturbaciones neuróticas posteriores. En cuando a su significado esencial es que el niño se halla situado en una especie de triángulo afectivo con relación a sus padres, de modo que está envuelto en una red de deseos amorosos hostiles con respecto a aquéllos. Según Freud, el Edipo se resuelve por el temor ( la fantasía del varón a ser castrado por su padre ). Evidentemente, este postulado es radicalmente abstracto. Una manera de explicarlo, lo más sencillamente posible, sería ésta : el padre se interpone en una suerte de <<idilio>> entre madre e hijo. Sin embargo el niño percibe que el padre es el sujeto amoroso de la madre (es su rival). Por otro lado también participa del afecto de su padre, del que se siente corresponsable. Este conflicto irá perdiendo fuerza ( es decir, el niño renunciará a poseer a la madre), en la medida que el niño se sienta ligado al padre por un fuerte afecto, y por el temor de ser castigado por él. Fuente: Enciclopedia Autodidáctica Océano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Complejo de Edipo en Hamlet / por Victor del Duca