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El Mito de la Caverna
Por Eduardo Schrott
Sócrates, declarado el más sabio entre los hombres de su época por el Templo de Delfos, y que tal vez lo sería en la actualidad. Relata según Platón (su discípulo), la existencia de hombres cautivos desde su nacimiento en el interior de una oscura caverna. Y que atados desde siempre de piernas y cuello, solo han mirado al fondo de la caverna, sin poder nunca girar la cabeza. Mientras la luz que ilumina el antro, emana de un fuego encendido detrás de ellos, elevado y distante.
Imaginemos dice Sócrates, entre el fuego y los encadenados, un camino elevado a lo largo del muro a espaldas de ellos. Y que por este camino pasan hombres que llevan todo tipo de elementos que los sobrepasan, figuras con forma humana y otras con forma de animal, a veces hablando y a veces callados. Los cautivos, que solo pueden ver las sombras proyectadas por el fuego en el fondo de la caverna con las cabezas inmóviles, como mirando en una pantalla de cine, llegan a creer, faltos de una educación diferente, que aquello que observan no son sombras, sino objetos reales, o sea, la misma realidad.
Glaucón, hermano de Platón y a quien va dirigida la explicación de Sócrates, afirma, absolutamente convencido que los encadenados no pueden considerar otra cosa como verdadera que las sombras de los objetos. Y que debido a la obnubilación de los sentidos y la ofuscación mental, se hallan condenados a tomar por verdaderas todas y cada una de las cosas falsas. Una vez que Sócrates ha comprobado que Glaucón comprende la situación, explica luego, que si uno de estos cautivos fuese liberado y saliese al mundo exterior tendría graves dificultades en adaptarse a la luz deslumbradora del sol. Al principio, por no quedar cegado, buscaría las sombras y las cosas reflejadas en el agua. Más adelante y de manera gradual se acostumbraría a mirar los objetos mismos y, finalmente, descubriría toda la belleza del Cosmos.
Asombrado, se daría cuenta que ahora puede contemplar con nitidez las cosas, apreciarlas en toda la riqueza policroma y en el esplendor de sus figuras.
Pero no acaba aquí el mito. Sino que Sócrates hace entrar nuevamente al prisionero al interior de la caverna, para que dé la buena noticia a aquella gente prisionera de la oscuridad. Para hacerles partícipes del gran descubrimiento que acaba de hacer, a la vez que debe procurar convencerlos de que viven en un engaño, en la más abrumadora falsedad.
Infructuoso intento. Aquellos pobres enajenados desde la infancia lo toman por un loco y se ríen de él. Incluso, afirma Sócrates, que si alguien intentase desatarlos y hacerlos subir por la empinada ascensión hacia la entrada de la caverna, buscarían prenderle con sus propias manos y matarlo. Porque así son los esclavos de esa oscuridad, ignorantes, incultos y violentos.
Sócrates trata de explicar mediante esta metáfora, la diferencia entre el mundo de apariencias en que vivimos hoy, pendientes de nuestros sentidos, y de aquello que se pueda demostrar en la exterioridad. Y la realidad, a la que solo con el uso de la razón y ganancia en entendimiento se puede acceder. Además, explica la dificultad que tiene alguien que pudiera haber accedido a suficiente sabiduría, para transmitirla a quienes no tienen el entendimiento o la experiencia necesaria. Y que sólo pueden aceptar explicaciones con demostración en los hechos de la exterioridad (método científico). Poniendo de manifiesto además, el peligro de tratar de imponer la verdad. Y el terror que podría provocar, en aquellos atados a tanta fantasía tranquilizadora.
La oscuridad entonces, representa la ignorancia; la luz, la sabiduría; el muro por detrás de los esclavos, la imposibilidad de hacer introspección directa para el autoconocimiento. Las sombras en el fondo de la caverna de hombres llevando distintas figuras de animales y objetos, la realidad aparente. Los murmullos escuchados por los esclavos, se refieren a la parte de la información a la que no se puede acceder en la conversación habitual, al no ser hecha en los propios idiomas psicobiológicos, o en el idioma general del entendimiento.
Demostrando como se genera el pensamiento humano, basado en la razón de las 12 tribus originarias (principios o matemáticas).
Las imágenes del fondo de la caverna, también las podemos identificar en Egipto, cuando se personificaban los Netter (principios, mal denominados luego dioses), y que corresponden a distintas personalidades, de cuyo conocimiento se accedía mediante la astrología. Siendo la misma forma metafórica explicativa.
Y esa dificultad de adaptación a la luz deslumbrante del sol, habla de la necesidad de hacer converger las distintas realidades creadas por las doce personalidades psicobiológicas, para entender la verdadera naturaleza de las cosas. Lo que solo puede lograrse conociéndose primero a sí mismo, para luego aprender que existen otras formas distintas a la nuestra de ver la realidad. Sin librar esta barrera de traducción a cada alma, psique o personalidad psicobiológica, no habrá posibilidad para la comunicación total humana, o diálogo. No venciéndose la reacción natural o miedo a lo desconocido, a lo diferente, a lo que aparenta ser una lectura de la mente, o intento de dominio del miedo del otro (falso poder). Elaborándose por lo tanto una falsa ilusión o intencionalidad inexistente, que evitará la comunicación humana por estar viciada de solo percepción sensible.
Triunfando por último la ignorancia, que es la falsa creencia de que no se debe seguir aprendiendo. (“El Sentido de la Vida - Conócete a ti mismo” de Eduardo Schrott).
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