Dossier
 

Nuestros sentidos se expanden cuando estamos frente a una perfumada rosa, tanto el olfativo como el visual. Cuando saboreamos una fruta tenemos otros. Así se compromete la realidad con nuestra sensibilidad. Una sensual música entra por nuestros oídos y así también por los poros de la piel.
Con esto quiero explicar, lo que sucede cuando observo una pintura. Estoy frente a ella y siento las emociones plasmarse en los caprichosos matices que componen la obra. Las veo, las percibo en el abrazo del dolor, en las sombras oscuras, la vida que se asoma en el carmín y el amarillo y la escucho reir. Las luces y las sombras, pasaje y contraste. El modelado y el modulado de colores. El trazo fuerte y depresivo, el suave y sensual. Una pintura vale por lo que es y luego, por lo que representa.
La emoción del artista, (es lo que me sucede) a través de la mano, palpa, experimenta y traslada al pincel inconscientes señales y despierta claroscuros para crear un poema de colores.
Dibujamos nuestro interior, abrimos un paso hacia ese mundo nuestro con la intención de que el espectador se asome a nuestras ventanas, se involucre hasta ser atrapado en el espacio sutil que aguarda debajo de unos trazos sobre el lienzo que lo llevarán a ver su mundo con una mirada nueva, curiosa.
En una obra, las formas son el tema, y el tema está expresado desde las formas, y el color es casi como una poesía que se abre y se esparce hasta pintar, una metáfora.
El mundo se nos muestra en infinitas imágenes, por donde miremos, nos invaden y cada una habla por sí misma de sus pasiones y de su ensoñación.
La pintura guarda la impronta humana escapada desde las cerdas de un pincel. Allí están los secretos del pintor, entre esos símbolos. Miedo, deseo, el paso por la vida que exige ser develado.


La metáfora en la pintura / por Julia Mansi