Apuntes Literarios
 

A Mario lo conocí una de esas tardes montevideanas en las que todo parece menos nítido, como si se estuvieran velando las fotografías de los recuerdos y los ausentes lo fueran más. Hablamos de todos los que habían dejado de pertenecer a nuestras novelas y se habían corrido a las de enfrente, desde donde, siempre según Mario, nos vigilaban con una atención mejor dispuesta, ya que lo único que hacían entonces era permitirse una observación (y que me perdonen los ausentes) más descansada. Eso ocurrió poco antes de su muerte, mientras transcurría el cuarto año desde el comienzo del nuevo milenio y aún no se había ido el otro Mario. Aún siento en mi boca el sabor amargo de lo que bebimos en ese café de la 18 de Julio donde me contó, porque sí, porque yo no se lo pregunté, que estaba aprovechándose de unos dinerillos obtenidos al través de una beca otorgada por la Fundación Guggenheim, para terminar de escribir lo que él llamaba su NOVELA LUMINOSA. Como ustedes ya se habrán dado cuenta estoy hablando de Mario Levrero a quien conocí por casualidad, porque sí, como se conoce todo en este mundo. Porque un día tropezamos con algo que, a partir de ahí, termina por incorporarse a nuestra vida. Como conocí a Mario, podría haber conocido a Federico, eso sí, unos años antes, si en vez de recorrer las calles de Montevideo hubiera hecho lo mismo en Roma, y en un café de la Via Veneto un amigo común me hubiera presentado a ese tipo que estaba haciendo unas tomas en la Fontana di Trevi con esa actriz sueca con la que él se seguiría tropezando, hasta que, a la vuelta de la esquina, como una sombra, un día cualquiera, pasara a formar parte de los sin tierra (o con tierra encima) y ya nuestra vida se queda más sola que de costumbre.
(Decíme una cosa ¿todo te lo tengo que explicar? ¿No te das cuenta que cada día estoy un poco más loquito? No, nunca estuve con Levrero. ¿y a vos qué te importa? ¿Acaso a vos te cambia la vida que haya estado o no? ¿y Federico qué? ¿qué hay gente que lo va a confundir con García Lorca? Pero, escuchá un poco ¿vos creés que todo el mundo es ignorante como vos? Terminala, dejame seguir)

A Mario me lo presentó un cura amigo que sabía de mis necesidades. Yo quería escribir, no sabía cómo, y a él se le ocurrió que podría ingresar a alguno de los talleres que Mario dictaba en esa ciudad invadida por el ríomar y los calores de esos veranos insoportables que descascaraban año tras año los muros de la Ciudad Vieja, vieja y lenta, más anciana que nuestra Santa María pero que descansa también sobre cadáveres nuevos, desaparecidos en la búsqueda de amores imposibles. Como yo, Mario se sentaba siempre en el último banco de la iglesia, esperando que alguien lo invitara a adelantarse y confundirse en una Comunión permanente, donde además sobrevolara la paloma del Espíritu Santo cuyo cadáver observaba día tras día desde la ventana de su departamento descomponiéndose en la terraza vecina. Según me contara tiempo después, no podía dejar de mirarla, hasta que su cuerpo no fue otra cosa más que un montoncito de huesos y plumas que, milagrosamente, el viento no desparramaba y las tormentas no hacían desaparecer por los desagües.
(¿Que yo me siento siempre en los primeros bancos? ¿y que no encuentro taller donde me reciban porque lo que escribo es pretencioso y pedante y que lo único que quiero es demostrar mi erudición? ¿no hay nada, ni siquiera una palabra, una imagen, que te produzca algo? ¿tanta insinceridad hay en mis textos? ¿en serio los encontrás difíciles? Será por eso que lo busqué a él, lo recorrí día a día, lo acompañé en su diario reconocerse, como me reconozco yo al través de estas palabras...)
Por ese motivo, nos encontramos y nos hablamos todo lo que podían hacerlo dos sesentones de cabellos ralos y decir barroco. Transformamos nuestra mesa en mar y nuestros brazos navegaban, cafés por medio, tratando de descubrir la tierra común donde nuestras lágrimas dejaran de llorar por tanta soledad desacompañada.
(A veces, cuando el cielo me pesa tanto, cuando se suceden sin interrupción las fechas y las horas, cuando por fin siento que él se fue lleno de sucia blancura y poca galleta de la que quería conseguir...)
Yo trataba de decirle que estaba buscando refugio en una dimensión donde nadie pudiera despreciar mi corazón, aunque estuviera únicamente atento a su latido.
(...me doy cuenta de que ambos estábamos solos de soledad estéril por más luz que le quisiéramos poner a nuestras novelas. Vidas oscuras. Apagadas como velas encendidas...)
Le repetía que no sabía dónde encontrar destellos de neón o mermelada de naranja. Que no sabía dónde ubicar mis tinieblas, que no quería escribir para que la soledad escritural me hiciera ver pasar las estaciones al través de una ventanilla de tren y no pudiera bajarme en alguna ciudad y acostarme en sus hoteles, comer en las manos que yo eligiera o dormir al lado de los cuerpos que me torturaban con su constante presencia de carne y deseo. No quería gritar MI REINO POR UNA NOVELA LUMINOSA. Yo quería el REINO.
(...me creía soberbio porque construía - al igual que él - ciudades con planos propios, desafiantes a la intemperie, a la cuadrícula y a la verticalidad eterna. Ciudades hermosas y vacías, donde el calor me ahogaba hasta volverme insensible. No pensaba en los demás. Me aislaba cada vez más y escribía sólo para mí. Bastaba que yo gozara a solas de mi escritura, destruí mi carne, me transformé en pura uña gigante que desgarraba teclas de computadoras... sin hacerle mal a nadie más que a mí. Pero yo los necesitaba...)
UN REINO DONDE EXISTAMOS.
( Vos y yo. Juntos. Abrazados como si de verdad nos quisiéramos. No aquel que se reinicia con alguien que, cuando quiere, enciende la NOVELA LUMINOSA y, cuando también lo quiere, la apaga, que inventa el abecedario recorriéndolo con sus ojos. No, yo quiero recorrerte con besos y caricias, hacer de tu cuerpo un mar si no un riachuelo donde pueda hundirme hasta clavar mis uñas en carne verdadera)
Mario me miró a los ojos como si fuera el Padre Dios...Yo esperaba su palabra...Sus ojos eran claros e inteligentes...Al través de los cristales de sus lentes creí descubrir ciudades verdaderas, mujeres que se acostaban conmigo tocando la guitarra, hombres que se me desnudaban en privado pero que jamás me mostraban sus malos hábitos (aunque yo los esperara) perros que me deseaban para lamerme hasta los huesos, hijos vampiros que se deleitaban con mi sangre, vecinos que me espiaban, compañeros que me abandonaban, vida que se iba...Me quedé largo rato esperando su palabra.
(Pero no, él estaba en otra, él sabía construir ciudades parecidas a las verdaderas, creaba cuerpos con los que terminaba acostándose en las madrugadas vacías de sol, recreaba palomas y calores, azoteas y mujeres)
Por fin, se levantó, dejó unos pesos flotando sobre la mesa-mar y se alejó caminando sobre las aguas.
(Yo intenté seguirlo, pensando que me conduciría hacia mi Reino deseado, ese que tiene que ver con los deseos cumplidos, con el sacrificio retributivo, con el amor del prójimo, con el cuerpo de quien tanto amo, con el ocio que provoca gozo, con la carne que no afloja ni cae fláccida, la que no deja de mirar u oir como si fuera la primera vez)
Me levanté y escalé la mesa del mar-bar-café-riachuelo-margendemímismo, mientras todo era murmullo, risas, exclamaciones, mientras yo sentía que me iba hundiendo, dando manotazos a diestra y siniestra al tiempo que sonaban las sirenas y yo no percibía más que el sonido de las olas que me cubrían por completo y LA NOVELA LUMINOSA que se caía de mis manos.
(Entonces supe y creí, te ví con una nitidez que ya no se parecía a esas tardes en Montevideo, ya nada se perdía como sombra a la vuelta de la esquina...podía recuperar todo y volcarlo a los demás, de una manera tan clara y LUMINOSA que todos me miraban agradeciéndome, con esos ojos que sólo encontrás después de un acto de amor. Yo era libre, manejaba las teclas como lo hacía con mi vida. Llenaba de luz el espacio y los papeles. Podía por fin confiar y, sobre todo, envanecerme y alabarme y digerirme sin peligro de intoxicación alguna. Me marearían las alturas pero caería como las plumas de las alas de los ángeles que me sostenían para que no golpeara demasiado fuerte cuando reconociera la nada que se estaba adueñando de los mundos que desprecié por pura letra y de aquellos que creí reconocer por pura vida)
No hay nada más difícil que un final, salvo el propio...


Levrero…
Para aquellos que leyeron La novela luminosa, y que la entendieron tan mal, como a mí / por Horacio Faillace