En 1922 se publica el Ulises de Joyce que sin duda ocupa un lugar relevante en la literatura contemporánea. Se trata de una extensa y compleja novela realista-simbólica construida de manera que sus episodios se correspondan con los de la Odisea de Homero. Esa correspondencia subyacente le hubiera permitido resaltar la diferencia entre el Ulises, héroe griego, y Leopold Bloom, el protagonista, único tipo de héroe que el mundo moderno logra producir: una figura chata de agente publicitario. Pero la novela no logra esta confrontación. Sabemos que Joyce recomendaba a sus amigos que releyeran la Odisea antes de encarar el Ulises, pero no hay ninguna razón para que las referencias externas aconsejadas por el autor sean realmente convenientes para la lectura. Más bien parece obvio que al lector del Ulises le conviene conocer una buena parte de la obra anterior de Joyce, es decir Dublineses, serie de cuentos dispuestos simétricamente que muestran personajes de Dublín de todas las modalidades y clases sociales y, sobre todo, A portrait of the artist as a young man, traducido a veces como El artista adolescente pero que más bien debería ser algo así como Retrato del artista joven. Casi habría que considerar esta obra como el primer volumen del Ulises, ya que uno de sus protagonistas, Stephen Dedalus, contrafigura del autor en su juventud, será protagonista de los tres primeros capítulos y del noveno del Ulises y coparticipará en otros en contrapunto con Leopold Bloom, autorretrato de un posible y malogrado artista ya no tan joven y ya no artista, autocaricatura en realidad del Joyce maduro. Stephan Dedalus, personaje de la mitología griega que se creó su propio laberinto y trató de salir volando. Es el nombre de un hombre que está perdido, está en el laberinto de donde no puede salir (imposible hablar de laberinto y no pensar en Borges…), es el hombre extraviado en su laberinto.
Stephen Dedalus es el joven y Leopold Bloom el hombre maduro. Stephen, el mismo que apareció en El retrato de un joven artista, es lo opuesto a Bloom, es un idealista y en busca de valores espirituales , es aquel que se revela a la cotidianidad de la existencia y busca respuestas intelectuales. En cambio, Bloom, judío no creyente, que participa en doce capítulos, es un hombre fracasado, incapaz de llevar a cabo sus aspiraciones. Tienen en común que tanto el uno como el otro permanecen en la búsqueda y son por lo tanto personajes complementarios. En el plano narrativo y argumental se complementan también porque Bloom perdió su único hijo natural, muere en la infancia, y su aspiración es la de encontrar un nuevo hijo. Stephen, en cambio, rechazó a su padre natural y está en la búsqueda de una figura paterna que tome ese lugar. En cuanto a la tercera protagonista, Molly Bloom, la esposa infiel de Leopold, que cierra la novela con un larguísimo monólogo, resume toda la esencia de la naturaleza femenina y la aceptación incondicional, pero no por ello pasiva, de la condición humana. El hecho de que sólo sean tres lo protagonistas de la novela es un elemento que nos remite al modelo homérico y al teatro clásico griego: con tres es suficiente para llegar a la universalidad de la humanidad.
La odisea de este Ulises moderno, Leopold Bloom, tiene como fondo la ciudad de Dublín, la de la juventud de Joyce, una Dublín cotidiana, en un día cualquiera, con sus calles sucias, sus negocios, sus restoranes, sus bares deprimentes y sus burdeles. Es una ciudad absolutamente palpable en sus colores y olores, símbolo de un mundo moderno donde fluye la vida de cada día. El Ulises se desarrolla el 16 de junio de 1904, día en que conoció a Nora, su esposa, y todo sucede desde las ocho de la mañana hasta las dos de la madrugada en la ciudad de Dublín. El tiempo está dado por los relojes de Dublín como si fuera una danza de las horas. El protagonista no sale nunca de la ciudad, y su deambular no es más que la vicisitud humana, miserable, chata y trivial, de uno de los innumerables seres que consumen su vida en una ciudad. El deambular de Bloom, un hombre cualquiera, en este espacio externo (toma el desayuno, va al diario donde colabora, pasea por la calle, compra algo para la esposa, para en los bares, etc) nos introduce en el interior de la conciencia del personaje. De hecho, los paseos solitarios en la ciudad son exploraciones laberínticas de la vida y del yo y de sus miedos y sus soledades: lo patético de la ciudad y de un hombre y de todos los hombres frustrados e impotentes en sus aspiraciones. El hecho de que Bloom vaya a un funeral sirve para que enfrente y medite sobre su relación con la muerte, los carteles luminosos estimulan un monólogo sobre los deseos reprimidos. En fin, superficie y símbolo, infierno de Dublín y del alma, realidad y magia, se entrelazan constantemente en una multiplicidad de planos y temas. La soledad, la búsqueda, el exilio, la culpa, el remordimiento, la alienación, la historia como pesadilla y destrucción, el prejuicio, la frustración, la nostalgia, la infidelidad, el sexo en la realidad y en la fantasía, etc. Estamos frente a un microcosmos que totaliza la aventura del hombre burgués en el mundo, en sus rituales cotidianos, en sus desvelos existenciales, en sus dilemas no resueltos.
Pero el Ulises de Joyce no es sólo fundamental en la literatura contemporánea por demoler estructuras opresivas (familia, religión, patria) que según él condenan al hombre a la frustración y a la impotencia en el infierno de la vida burguesa, sino, y sobre todo, por su radical cambio estructural narrativo, por el modo en que construye al personaje y por sus mecanismos expresivos. La novela tradicional tendía a organizar la trama basándose en relaciones de causa y efecto, es decir, sobre una base lineal del tiempo. Además lo más común era que hubiera un único punto de vista, que ordenaba y juzgaba la realidad. Se trataba de un narrador omnisciente que conocía todos los vericuetos de sus personajes y de la trama. Joyce, haciéndose eco de nuevos aires, junto con Proust y su En búsqueda del tiempo perdido (1922), y de La conciencia de Zeno de Italo Svevo (1923), escribe un argumento discontinuo, rompe la relación lógica de causa y efecto, porque en tiempos de crisis la percepción de la realidad es discontinua. La narración se organiza en varios planos simultáneamente, real y simbólico, conciente e inconciente, etc. El narrador bucea dentro de sus personajes, asume la pluralidad de los puntos de vista, anulando al viejo narrador omnisciente que todo lo sabía. Se adapta a una realidad cambiante, múltiple, imprevisible, en continuo cambio porque la realidad ya no es más estable sino que se trata de una descomposición más bien parecida al cubismo. Pasado, presente y futuro se vuelven, en la mente del protagonista, una representación síquica relativizada, rota, con varias aristas, son los varios planos psicológicos que conviven simultáneamente en un presente síquico que se reflejan en una realidad múltiple y sin rumbo. Joyce logra así, con esta ruptura estructural, captar las dinámicas más profundas del inconciente, allí donde se esconden y se ocultan las zonas más íntimas, los deseos nunca confesados, los más bajos instintos, según lo que venía diciendo Freud durante esos años. Vale también aclarar que Joyce, mientras vivió en Zurich se acercó a las teorías jungianas, que seguramente también han de haber influido su fluir de la conciencia.
Para lograr esa ruptura Joyce introduce algunas innovaciones de gran importancia. Primero y principal, desaparece la trama, divide la novela en episodios más bien independientes uno del otro, pero vinculados por la unidad de la jornada del personaje. El desconcierto más absoluto ocurre recién dentro de estos episodios, ya que las acciones se reducen al mínimo indispensable y se limitan al monólogo interior de los personajes. Y aquí vale una distinción más para Joyce ya que registra fielmente todos los distintos pensamientos que pasan por la cabeza del personaje, tratando de acercarse lo más posible a lo que sucede en realidad, es decir frases inconexas a primera vista, pero que tienden a revelar al personaje en su totalidad temporal y ambiental. Y por último y para terminar, no podemos omitir una referencia al lenguaje. La riqueza de vocabulario es simplemente infinita , aunque a primera vista no use un lenguaje excepcional. Sin embargo cuando no le bastan las palabras para expresar ciertos pensamientos, él las distorsiona, las funde con otras, inventa neologismos y adapta palabras de lenguas extranjeras enriqueciendo inmensamente su novela.
Para el que quiera incursionar en su lectura, recomiendo mucha paciencia, mucho sentido del humor y sobre todo mucha apertura mental para captar cada detalle. No es bueno perderse en las innumerables pie de páginas que traen algunas ediciones, más bien, abrir el libro y leer simplemente, sin referencias externas para no intelectualizar lo que puede ser una fiesta de los sentidos.