Apuntes Literarios
 


La necesidad de expresarse a través de la palabra surge con el ser humano. Mark Twain en el "Diario de Adán y Eva"(1) registra el pensamiento de la primera mujer con esta frase: "Cuando descubrí que podía hablar sentí un renovado interés por él, porque a mí me encanta hablar. Hablo todo el día, y cuando duermo también, y soy muy interesante. Pero si tuviera con quien hablar sería doblemente interesante y nunca pararía, si quisiera."
La oralidad como forma básica no requiere de conocimientos especiales ni de la escritura. Se produce entre un sujeto hablante (emisor) y un oyente (receptor).
Guglielmo Marconi (1874/1937) con su invento nos ha legado una forma de relación que tiene alcances extraordinarios por el sortilegio que implica un comunicador con un micrófono y los receptores que escuchan. No pueden verse y, sin embargo, se establece una reciprocidad que tiene características mágicas, que fomenta la concentración y desarrolla la imaginación.
Nuestro país fue un pionero en la radiofonía. Allá por 1920 un grupo de radioaficionados (que se hicieron famosos como los "locos de la azotea"(2)) lograron desde el teatro El Coliseo y "en vivo" transmitir el primer programa radial: la ópera Parsifal de Richard Wagner.
En los noventa años transcurridos desde ese episodio la radio pasó de ser imprescindible en todos los hogares (música, humor, deportes, radioteatros, etc.) hasta el momento en que por el año 1950, surge la televisión. Los agoreros de siempre, esos que se dedican a restar en lugar de sumar, le diagnosticaron una muerte irreversible (lo mismo le sucedió al teatro con el advenimiento del cine), sin embargo, las dos disciplinas se mantienen y conviven, incluso con la enorme difusión que ha logrado Internet en nuestros días.
Si nos detenemos específicamente en la radio, la razón primordial por la cual se mantiene y perdura es simple: es la única forma de comunicación que nos deja las "manos libres", no nos atrapa como receptores pasivos sino que nos permite realizar cualquier tarea manual mientras la escuchamos. La televisión nos obliga a sentarnos y mirar, el chat a escribir, el teléfono a hablar pero ninguno como la radio nos entretiene sin obstaculizarnos.
Hace veinte años atrás, se produjo el "boom" de las radios alternativas. Fueron - y siguen siendo en la mayoría de los casos - FM con un alcance de onda reducido pero con las que se lograba la concreción de un sueño. Tanto los barrios de capital como los pueblos del interior del país se abrieron a la comunidad, brindando la posibilidad de invertir la ecuación: pasar de ser receptores a emisores.
Al encender la radio, escuchábamos programas de alto nivel dedicados a música, literatura, ciencias, etc. Realizados por personas que le dedicaban tiempo a la preparación, junto a otros, que se reunían frente al micrófono para hablar de lo que se les ocurriera en el momento, en la creencia de que la naturalidad era suficiente. En una palabra: a improvisar. Este término amerita una aclaración ya que tiene dos acepciones bien diferenciadas. Por un lado, la improvisación como técnica, ya sea teatral o musical, que tiene reglas y presupuestos que hay que cumplir para lograr un objetivo; por el otro, la improvisación como falta de preparación y trabajo, es decir, a lo que salga. La consecuencia de esta actitud produjo programas lamentables que enturbiaron esa enorme posibilidad la que, por fortuna, fue muy bien aprovechada por gente responsable y dedicada.
Para que un programa de radio resulte valedero, es necesario estudiar e interiorizarse, averiguar que pautas hay que seguir, cómo se estructura, qué valor tiene el tiempo, cuándo hay que cortar o colocar separadores, averiguar cómo lo hacen los que están en el metièr. Con estudiar, no me refiero a institutos ni academias, sino a una actitud responsable (muchos conductores radiofónicos se formaron haciendo radio, capitalizando aciertos y errores, en suma, experimentando para evolucionar cada vez más).
Ellos aprendieron -sobre la marcha- que existen días en que nos levantamos "con el lúcido puesto" como dicen los españoles y otros, en que por problemas de salud o inconvenientes personales, no se nos ocurre nada. De ahí el valor de una estructura que nos proteja.
Durante siete años consecutivos realicé programas radiales dedicados a difundir la literatura, todos ellos estaban divididos en micros que iban de los cinco minutos, en el caso de lectura de gacetillas, hasta quince minutos para las entrevistas, intercaladas con un separador musical.
Se tratara del comentario de un libro, entrevista a un escritor, rescate de un autor ninguneado, lectura de poemas o cuentos cortos, estos micros se sostenían por la estructura y estaban preparados con antelación. Eso me permitió salir airosa en ocasiones en que un invitado no se presentaba o que padecía un simple dolor de muelas.
Con la premisa de respetar el "esqueleto", el programa mantenía su nivel, reduciendo la espontaneidad a lapsos pautados, en especial a los reportajes. Es preciso aclarar que una entrevista también implica una técnica. Las preguntas deben ser concisas y orientadas a que el visitante se explaye. Para que esto ocurra es necesario conocer de antemano su obra. Muchas veces presenciamos a entrevistadores que interrumpen para dar su opinión, olvidando que la figura central debe ser el visitante.
La radio es un instrumento potente no sólo para entretener sino también para difundir conocimientos. Revive la tradición oral que transmite historias de una generación a otra, tal como ocurría en los grupos tribales. En nuestros días - estando de vacaciones - vemos rondas frente a un fogón en la playa, con un contador de cuentos del mismo grupo, que aún siendo amateur sabe cómo utilizar los tonos de voz, conoce el valor de los silencios y maneja con astucia el suspenso para mantener la atención de su auditorio. Esto es lo que mantiene la magia de la radiofonía tal como en sus primeras audiciones.

(1) TWAIN, Mark. El diario de Adán y Eva y otros relatos. Terramar Ediciones 2008 - pág.29
(2) SUSINI, Enrique Telémaco; MUJICA, Miguel; GUERRICO, César y ROMERO CARRANZA, Luis.


Radiofonía, la magia de la comunicación / Por Omi Fernández