Apuntes Literarios
 

Lacan afirma que el lenguaje no es un fenómeno derivado de una sociedad dada como una expresión más de su cultura, sino que lenguaje y cultura son una y la misma cosa, siendo su función negativizar la naturaleza y dar origen a la sociedad. La función del lenguaje no es nombrar la realidad sino simbolizarla. Ello se trasluce en la conocida frase de Freud: "El primer humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una piedra fue el fundador de la civilización."
En el momento que ingresamos cuando niños con el lenguaje adquirimos nuestra capacidad para mentir. "Como es bien sabido, las palabras son enemigas de la realidad", decía el escritor inglés Joseph Conrad. Sin caer en extremismos, en donde nada de lo que decimos sería una expresión análoga de lo que sentimos (por más que no sea equivalente), en nuestras palabras hay tanto de mentira como de verdad. La palabra contraste remite a la relación entre el brillo de las diferentes partes de una imagen, no alude a la expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa. En cambio, es una versión de ficción en contraste con la realidad, la verdad, la esencia. Términos éstos que remiten a algo que sólo podemos conocer parcialmente.
Nacemos con una impronta única que se manifiesta en nuestro devenir como sujetos. Un sujeto es una entidad independiente, frente a otras entidades; y es también una parte de un sistema mayor o más complejo.
El término persona etimológicamente significa "máscara del actor" o "personaje teatral". Solemos emplear el concepto persona en relación al mundo real y el de personaje al de la ficción, al de las imágenes mentales. Sin embargo, de estas imágenes nos vamos cimentando. Construimos nuestro mundo mediante el lenguaje. Para Karl Marx y otros autores, persona es la realidad íntima, la totalidad del auténtico ser, lo que se esconde dentro del personaje, que sólo es una imagen ficticia que el mundo nos impone o que inventamos y ofrecemos al resto del mundo.
¿Cómo encontrarnos luego de tantos disfraces y de habernos creado una segunda piel para poder vivir en una sociedad? Somos sujetos que advenimos personas mediante personajes, más o menos adaptados pero personajes al fin.
Sartre escribió "la existencia precede a la esencia". ¿Cuál es la verdad de nuestro ser? ¿Es la autenticidad? ¿Qué es en definitiva la autenticidad?
Somos seres que nos vamos construyendo. Para Heidegger la autenticidad es una actitud, un modo de enfrentar la vida. ¿Inventamos nuestro ser auténtico o lo descubrimos? Sócrates afirmó que lo descubrimos, los existencialistas decían que lo inventamos. Otros plantean la inexistencia de ese "algo" que conocer. Walt Whitman exponía "contenemos multitudes".
Solemos asociar al "verdadero ser" con la bondad, la autenticidad, la coherencia; y considerar al "falso self" como disfraz, mentira, personaje, y hasta con nuestras sombras o defectos. Tanto mentira y verdad, falso y auténtico, sombras y luces, se encuentran y conviven en nosotros.
Vivimos atravesados por creencias. Algunas de ellas se imbrican y derivan de polaridades que nos ofrece una sociedad dualista.
Existe todo un universo de falacias formuladas en polaridades excluyentes: bueno -malo; agresivo - pacífico; feo - lindo; relajado - tensionado; masculino - femenino.
Es usual que se vincule a la maldad con la agresividad y al bien con la serenidad. Se requiere de agresividad (y es más, de violencia) para ser bueno. Tanto Jesús, como Gandhi como Martin Luther King como María Teresa de Calcuta eran grandes pacifistas que se expresaron cuando lo precisaron con agresividad con el propósito de conquistar esa paz anhelada.
Simbolizamos lo femenino y lo masculino de muchas maneras y existe gente que se aparta de lo esperado. Para el extraño, lo extraño le es familiar. ¿Extraño es lo ajeno o cómo percibimos lo ajeno? "Cada cual llama barbarie a todo aquello que no tiene por costumbre" esbozó el filósofo renacentista Michel de Montaigne. Otra cara de la misma moneda: Inteligente es aquél que dice lo que pensamos. Lo que nos diferencia es una cuestión de grados y direcciones. Por ende, reformulemos la pregunta: ¿Qué es lo familiar y lo extraño que hay en nosotros mismos? ¿Cómo diferenciar las falsas creencias de las verdaderas? ¿Cómo distinguir entre nuestras propias mentiras y verdades? Sin caer en la ambigüedad del que considera que nada es negro ni blanco y cuando le preguntamos si es gris, contesta que no del todo. Es más complejo que lo que voy a pronunciar, no obstante, a modo didáctico es útil: Estamos en el gris, y al negro o al blanco no podemos alcanzarlo, pero vamos hacia el blanco o hacia el negro; ambas direcciones no se pueden tomar.
La vida es el arte de sacar conclusiones suficientes a partir de datos insuficientes. Lo que más nos aterra es la nada, la no respuesta, la incertidumbre y por eso necesitamos de una pizca de realidad en la cual creer, de verdades, aunque sean provisorias. La cuestión radica en cuáles elegimos creer. "Los bandidos te piden la bolsa o la vida; las mujeres te exigen ambas cosas", decía jocosamente Samuel Butler. En ocasiones nos encontramos frente a elecciones que por definición no son tales. Elección es libertad de obrar según la Real Academia Española. ¿Dónde está la libertad si elegimos entre dos males, entre quedarnos sin nuestras monedas o sin nuestra vida? Es una disyuntiva, es decir, una alternativa entre dos cosas, que irremediablemente por una de las cuales hay que optar. En este caso, más que elegir el mal menor, la deliberación en sí es pura falacia. ¿Quién optaría por las monedas?
Los refranes, misceláneas y dichos populares son una buena forma de analizar las creencias: No hay que ser sino también parecer / Dime con quién andas, y te diré quién eres / Uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios / etc.
Del Imperativo categórico de Kant podríamos deducir "no haga a los demás lo que no quiera que le hagan", y agreguemos: "tampoco haga a los demás lo que le gustaría que le hagan", ¡pueden tener otros gustos!
Estamos rodeados y traspasados por múltiples creencias (verdades personalizadas): por creencias culturales - tradicionales -, normales - de la mayoría -, del sentido común - que según Voltaire es el menos común de los sentidos -, de mandatos y reglas. ¿Por qué? No es tan significativo como el para qué. Es más importante lo que hacemos que lo que decimos y lo que decimos que lo que queríamos decir. De intenciones no se puede vivir y son prescindibles para matar. Hay un refrán que dice "El infierno está lleno de buenas intenciones y el cielo de buenas obras".
¿Qué es ser auténtico? ¿Es ser una buena persona? ¿Es dejar las máscaras a un costado? Aunque quisiéramos, no podríamos. Nuestras máscaras son necesarias. Nuestras creencias son las que van moldeando nuestros disfraces. Existen disfraces más auténticos que otros. ¿Es falso no hablar de quién es y qué le pasa con una persona que no lo escucha o simplemente por no tener ganas? ¿Es falso protegerse cuando se intuye una ofensa? Claro que no estoy planteando vivir en un estado defensivo u ofensivo (lo que generalmente es lo mismo). Simplemente uno es responsable de buscar su felicidad, de curar sus heridas y también de protegerlas en el proceso. Es oportuna la frase de Francois de La Rochefoucauld: "No basta con poseer grandes cualidades; hay que saber administrarlas".
Tenemos que dar un paso importante de la lógica aristotélica de la deducción e inducción hacia el descubrimiento de la intuición, que es la facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento. Esta percepción íntima e instantánea de una idea o verdad que aparece como evidente a quien la tiene es la que posibilita una elección más asertiva.
Tengamos presente la metáfora de la rana. Una rana que se coloca en una olla con agua a fuego lento, se va calentando tan cómoda y gradualmente que se va atontando al punto de no darse cuenta de su fatal destino, y cuando el agua hierve ya es tarde para que salte.
Este darse cuenta no es tarea fácil, es un proceso en un mundo donde lo único que importan son los resultados. La incomodidad es lo que lleva al cambio, que no es otra cosa que una nueva incomodidad, una tensión que nos moviliza. Si quiere la paz, prepárese para la guerra. O un poco menos drástico: si quiere encontrar la calma, actívese, ¡salte!


La autenticidad de los disfraces / Por Iara Bianchi - Lic. en psicología - psi@iarabianchi.com.ar