Apuntes Literarios
 

                                  
Sandra Laino / Fantasma de Kyosai               

Sorprendentemente sus finales nos dejan en el silencio, un silencio que nos permite escuchar el verdadero sonido. Todo empieza con sus últimas palabras.
Así las historias de Kawabata parecen no tener fin. Alcanzan el estado del Discípulo zen que tras largas horas sentado, inmóvil, silencioso y con los ojos cerrados llega a las fronteras de la nada. La nada que no es vacío sino trascendencia espiritual, sin tiempos, ni espacios. El ser cosmológico.
Sus relatos parecen desvanecerse en la bruma y nos dejan una sensación de desconcierto, de vacuidad, de obsceno deseo por lo extraño y desconocido.
La verdad está en lo que queda sin escribir, en la virtud de las palabras no escritas, en el devenir de la visión interior. Así a la distancia cultural, síndrome de exotismo, es tan íntimo como el aliento. Un aliento que se entrega boca a boca desde lo más profundo hasta lo más profundo.
En sus mismas palabras: "la literatura no hace sino registrar los encuentros con la belleza", sencilla complejidad generadora de una lectura inagotable.
Una metáfora de la vejez.
Breve, bella, profunda, "El palacio de las bellas durmientes", sin duda una de sus obras más representativas, deja en el ánimo del lector una metáfora cruelmente bella.
Un viejo solitario llega a una posada, suerte de galería interior del patio de la fantasía. Regenteado por una mujer enigmática que parece manipular los hilos invisibles del acto final, socavando las defensas del anciano.
…Era mejor no hacer preguntas…
Los caballeros ancianos gustaban de pagar por dormir con bellas jóvenes narcotizadas y bajo estrictas reglas.
…No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano la mujer de la posada…
- Buenas noches. - La mujer le dejó. Una vez solo contempló la habitación, desnuda y sin artilugios…

Se sumerge lentamente en los confines del silencio y lo escucha.
…Él guardó silencio. - Escuche las olas. Y el viento.
-¿Olas?

Poco a poco se deja escuchar a sí mismo. Se miran cara a cara bajo forma humana, la desagradable fealdad de la vejez y la categórica belleza de la juventud, ¿qué es una sin la otra?
…¿Podía haber algo más desagradable que un viejo acostado durante toda la noche junto a una muchacha inconsciente?...
...Contempló de nuevo su frente y sus mejillas, y la línea infantil de la mandíbula y el cuello. El pecho no era un pecho que hubiese amamantado...
Narración esotérica como lo es, en las mismas palabras del autor, el intento de hallar la armonía entre el hombre, la naturaleza y el vacío.
Cargado de simbolismo emerge un texto de alquimia que seduce por su belleza simple y su estética. Bucea en ese mar oscuro donde los apetitos, los miedos y los sonidos de la muerte se confunden.
Su final abrupto cubre la magnífica metáfora de la vejez como un sutil velo de seda.
… - ¿tú también tienes una pesadilla?- preguntó. Pero el viejo Eguchi no tardó en sumirse en las profundidades del sueño.
Un don de los dioses.
La memoria de duelo o el olvido oportuno, batalla siniestra que enfrentan la sensatez y el deseo de recordar. En "Un pueblo llamado Yumiura" una mujer emerge de improvisto en la vida del escritor Kozumi, como si de la bruma se dibujara un fantasma. Le ofrece al escritor un recuerdo, cuando se conocieron treinta años atrás en el pueblo de Yumiura.
…- Hace cerca de treinta años estuvo en el pueblo de Yumiura, ¿recuerda? ¿Ya se ha olvidado usted de eso? Fue el día del festival del puerto al atardecer…
Un recuerdo edificado sobre la sensación de los particulares atardeceres del pueblo.
… Había un atardecer arrebolado que parecía iba a ocasionar un incendio en cualquier momento. Un color rojo cobrizo cubría los tejados. No olvido que usted me dijo que hasta mi cuello parecía de cobre… La línea en el horizonte parecía sorprendentemente cercana…
Como apenas hilo entre la memoria y el olvido, entre la realidad y el recuerdo.
Relato capaz de abstraerse de repente simplemente a observar un delicado asunto de la naturaleza.
… Sin embargo, alcanzamos a ver que había dos o tres flores de finos pétalos dobles en un arbusto de camelias. Todavía recuerdo esas camelias y pienso en quien pudo haber sido la persona de corazón tierno que plantó ese arbusto…
Las imágenes llegan flotando a la mente de Kozumi con la seducción de las palabras.
La mujer libre de evocar a su antojo la figura del escritor no era incumbencia de Kozumi, y no podía resistirse, no obstante era utilizado a sus espaldas por la mente de una mujer misteriosa.
¿Cuánto de su pasado podía ser recordado por otros? Ilusiones o fantasías. Locura u olvido. Recuerdos, sin duda un don de los dioses.

Yasunari Kawabata, eximio fotógrafo, detallista de lo cotidiano, nos recuerda en sus obras que no debemos estar atentos al disfrute de un relato sino al elixir de los eventos que se derraman de las vidas, de los hombres. Una metáfora sostenida de la naturaleza del ser.
Escribe que la muerte no puede ser la respuesta, sólo interrumpe la comprensión. Sin embargo, en silencio, con absoluta discreción, "en la bruma que nunca fue" se deja morir.
Otro más de sus finales, para él quizá el encuentro cumbre con la belleza.

Perfil

Escritor japonés, Yasunari Kawabata nació en Osaka el 11 de junio de 1899 y fue el primer autor japonés en recibir el Premio Nobel de Literatura, honor que recibió en 1968.
Sus primeras incursiones literarias comenzaron en la década de 1920, cuando Kawabata colaboró con distintas publicaciones literarias de corte renovador y es en 1927 cuando publica su primera novela La bailarina de Izu. Su obra nos presenta un rico mundo interior descrito con estilo detallista y personal, abarcando grandes temas del S.XX como la soledad del ser humano y las contradicciones de la sexualidad. De entre sus obras habría que destacar País de nieve (1947), El maestro de Go (1951) o Lo bello y lo triste, una excelente antología de relatos. La Academia Sueca le concedió el Premio Nobel por "su maestría narrativa, que con gran sensibilidad expresa la esencia de la mentalidad japonesa"


Lo que queda sin escribir en Yasunari Kawabata / Por Sandra Laino